El
otoño es necesario, tiene que ser la estación del parar. Soy de los que piensan
que las astenias que afectan a tanta gente hoy en día son un reflejo atávico de
nuestros antepasados, de aquellos que pasaban épocas recluidos en sus refugios
esperando que pasasen las nieves, las borrascas o la temporada de lluvias.
Nosotros
parece que no podemos parar, nuestras vidas están organizadas para ser
disfrutadas todo el año, como si fuéramos cuerpos celestiales y no seres vivos.
Las hemos llenado de calefacciones para el frío, aires acondicionados para el calor,
iluminaciones para la noche, cortinas para el día, comunicaciones para eliminar
la distancia, fruta todo el año y así un montón de comodidades más, y no, el
cuerpo no funciona al cien por cien bajo esos parámetros, al menos no todo el
tiempo. Creo que no parar a lo largo del año un tiempo, más allá del sueño
reparador de cada noche, reduce nuestras posibilidades de solucionar
conflictos, reflexionar sobre nuestras perspectivas y mejorar nuestras opciones
vitales desde el punto de vista de saber lo que queremos, algo fundamental para
alcanzar una plenitud vital.
Fue
en otoño cuando se pronunció el discurso de los discursos, aquel en el que Sócrates cogió la copa con cicuta que le
acercó el carcelero y se la bebió de un trago. En ese momento, la concepción
del mundo, tal y como la conocemos, nace. Lo hace porque el discurso que se le
permite pronunciar hasta su castigo aún no se ha resuelto. Lo hace porque ese
discurso se convierte, de la mano de su discípulo Platón, en una obra cumbre de
la filosofía universal. Una obra que alumbra un misterio que nadie ha
conseguido desentrañar: ni más ni menos que la inmortalidad del alma. Una obra
que genera una certeza que no hemos conseguido trascender: la paternidad
socrática de la filosofía moral, construida sobre método del mismo nombre.
Así
que, en la medida de las posibilidades de cada uno y en honor a ese
razonamiento, dediquemos un tiempo de este cambio de tiempo a pensar y a discutir,
desde el descanso, con nosotros mismos.
Aprovechemos
la luz decreciente del otoño para descansar, para cambiar, para juntar fuerzas
para afrontar el invierno y para llegar al verano pletóricos. El otoño puede
ser la época de lo poco, pero también la época de lo importante. Y aunque me
cueste levantar la voz y aunque el ambiente no propicie las grandes palabras,
¡viva el otoño!
Santos Gutiérrez©
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