lunes, 15 de noviembre de 2021

LA CUEVA DEL OTOÑO

 



 

El otoño es necesario, tiene que ser la estación del parar. Soy de los que piensan que las astenias que afectan a tanta gente hoy en día son un reflejo atávico de nuestros antepasados, de aquellos que pasaban épocas recluidos en sus refugios esperando que pasasen las nieves, las borrascas o la temporada de lluvias.

Nosotros parece que no podemos parar, nuestras vidas están organizadas para ser disfrutadas todo el año, como si fuéramos cuerpos celestiales y no seres vivos. Las hemos llenado de calefacciones para el frío, aires acondicionados para el calor, iluminaciones para la noche, cortinas para el día, comunicaciones para eliminar la distancia, fruta todo el año y así un montón de comodidades más, y no, el cuerpo no funciona al cien por cien bajo esos parámetros, al menos no todo el tiempo. Creo que no parar a lo largo del año un tiempo, más allá del sueño reparador de cada noche, reduce nuestras posibilidades de solucionar conflictos, reflexionar sobre nuestras perspectivas y mejorar nuestras opciones vitales desde el punto de vista de saber lo que queremos, algo fundamental para alcanzar una plenitud vital.

Fue en otoño cuando se pronunció el discurso de los discursos, aquel en el que  Sócrates cogió la copa con cicuta que le acercó el carcelero y se la bebió de un trago. En ese momento, la concepción del mundo, tal y como la conocemos, nace. Lo hace porque el discurso que se le permite pronunciar hasta su castigo aún no se ha resuelto. Lo hace porque ese discurso se convierte, de la mano de su discípulo Platón, en una obra cumbre de la filosofía universal. Una obra que alumbra un misterio que nadie ha conseguido desentrañar: ni más ni menos que la inmortalidad del alma. Una obra que genera una certeza que no hemos conseguido trascender: la paternidad socrática de la filosofía moral, construida sobre método del mismo nombre.

Así que, en la medida de las posibilidades de cada uno y en honor a ese razonamiento, dediquemos un tiempo de este cambio de tiempo a pensar y a discutir, desde el descanso, con nosotros mismos.

Aprovechemos la luz decreciente del otoño para descansar, para cambiar, para juntar fuerzas para afrontar el invierno y para llegar al verano pletóricos. El otoño puede ser la época de lo poco, pero también la época de lo importante. Y aunque me cueste levantar la voz y aunque el ambiente no propicie las grandes palabras, ¡viva el otoño!

 

Santos Gutiérrez©

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