–Buenas. ¡Qué sitio más
raro! ¿Puede decirme dónde estoy?
–Está usted en el Infierno del Elefante.
–¡Ah, qué interesante!
¿Puedo verlo?
–¿El qué o a quién?
–Al elefante, ¡a quién
va a ser!
–Aquí no hay ningún
elefante, ¡por quién me ha tomado!
–Entonces, ¿por qué se
llama el Infierno del Elefante?
–Porque rima con Dante,
y me ahorro los derechos de autor.
–Ah, ja, ja, ya veo:
pasa de pagar impuestos. Es usted un demonio pillín.
–¿Un qué?
–Un pillín.
–¿Y eso qué es?
–Un cerdo, pero para
que no se ofenda.
–Si no me ofendo, ¡si
supiera las cosas que me llaman! Pero ándese con cuidado, que un día caerá
usted por aquí y no le conviene entrar con mal pié. Le advierto que yo tengo mucho poder. Y en cambio usted, ¿qué
tiene, eh?
–Un Porsche 911 Carrera
GTS, rojo metalizado, 480 caballos, cero a cien en tres coma tres segundos.
–Entonces usted es un
ladrón: mucho coche para un chupatintas.
–¿Y quién le ha dicho
que soy un chupatintas?
–Hombre, no para de
chupar el boli…
–Pues se equivoca
usted, porque esto es una gominola con
forma de bolígrafo. Y para que se entere: yo soy un hombre muy importante.
–¿Ah, sí? ¿Qué es
usted, un político hijoputa?
–Oiga, no me ofenda.
–Ah, conque le he
pillado, ¿eh? Así que es usted político…
–Pues no: soy hijoputa,
y a mucha honra.
–Ah, bueno, entonces no
está tan mal; me temía lo peor. ¿Y por eso le han mandado aquí, al infierno?
Como les dé por mandármelos a todos, no tengo sitio, la verdad.
–Tranquilo, no estoy
aquí por eso. Estoy de visita comercial, abriendo nuevos mercados. Soy product manager, ¿sabe? Oh, yeah! Me llamo Oriol Puigvert
Fontirroig.
–Uy, uy, uy, esos
apellidos… No será usted independentista, ¿no? Porque si es así, lo ingreso
directamente y ya no le dejo salir.
–No, hombre, no, cálmese.
Yo soy de Sant Esteve de Palautordera, pero mi padre era requeté, ¿sabe? Y mi
madre rezaba el rosario todos los días, y después cantaba el Cara al sol.
–Bueno, bueno, pues mire,
me ha cogido en mal momento, no sé yo si le puedo atender. Estoy muy atareado montando
tres calderas nuevas, porque mañana me entra una remesa de cincuenta chinos
condenados por lo del virus, ¡cabrones! Pero, en fin, ¿qué vende usted?
–Extintores Fontirroig:
cinco años de garantía, descuentos por cantidad, entrega en 48 horas, también
disponibles por Amazon Prime. Aquí tiene mi tarjeta.
–¿Es usted un vendedor
tonto o me está vacilando? ¡Vender extintores en el infierno! ¿Qué pretende, hundirme
el negocio? Ande, dese la vuelta antes de que le arree un garrotazo y lo deje
estratégico.
–Querrá usted decir
tetrapléjico.
–Eso mismo, sí, perdone.
Ha sido un cunnilingus.
–¡Pero qué demonio más ignorante!
Querrá decir un lapsus linguae.
–Eso mismo. Es que yo,
de catalán, voy justito. Sólo en la intimidad, ya me entiende.
–Oiga, que no es
catalán.
–¿Ah, no? Y entonces,
¿qué es?
–Creo que es griego.
Antiguo, claro.
–¿Ahora resulta que va
usted también de listillo? Mal le veo cuando caiga por aquí, mal le veo. Y ya
puestos, perdóneme que se lo diga, pero y a usted, ¿quién le ha dado vela en
este entierro?
–Uy, yo voy a todos: al
de los Sanfermines, al del Conde Orgaz, al de la sardina… Me encantan los
encierros.
–Usted es un fantasma,
pero empieza a caerme bien. ¿Quiere que le enseñe la casa? Así se va
familiarizando, para cuando venga a vivir aquí, que vendrá…
–Pues sí, vale. Es
usted muy amable. Le haré un cinco por ciento de descuento en la primera compra
de extintores, ¿qué le parece?
–No comment. Mire, como ya se imaginará –porque se lo he copiado al
Dante, ja, ja, ja, soy malísssimo–, el cotarro lo tengo organizado en varios círculos
concéntricos. El más pequeño, para los pecadores más insignificantes: los
gilipollas, los embaucadores como usted; como si dijéramos, la morralla. El más
grande, para los pecadores más contundentes: los asesinos en serie, los que violan
a niñas o viejecitas y luego las descuartizan y las tiran a un contenedor de
basura, o se las comen; los gourmets,
vaya. Ingenioso, ¿no le parece? Si es que soy de un creativo… Tengo tres
tridentes Michelin, no crea.
–¿Y aquellos que veo
allí, bebiendo margaritas, fumando porros y rodeados de tías en pelotas?
–Ah, esos son los
políticos, que han convencido al jefe de que le van a financiar un infierno
nuevo: cero emisiones de CO2, todo eléctrico, una pasada ecológica. Las
calderas funcionarán con paneles solares y con aerogeneradores. Un infierno 5G,
última generación; mejor que los suecos, oiga. Le invitaré a la inauguración.
Vendrá La Pantoja.
–Osti nano, muy bonito. Y los que hemos pagado impuestos hasta ahora
para que funcione el infierno de toda la vida, ¿qué?
–¡Y a mí, qué me
cuenta! ¿Qué se cree usted, que somos angelitos? Pues no; aquí somos demonios,
muy malos, malos de cojones.
–Bueno, mire: yo lo
único que quiero es venderle mis extintores, ¿vale? Me firma un contrato de
suministro y me largo… ¡Que no me dé portazo, collons!... ¡Será maleducado, el tío! ¡Que me ha pinchado el culo
con el tridente!
Y se fue alejando. La
suave brisa del atardecer le traía, cabalgando sobre la susurrante caída de las
hojas secas del otoño, ecos provenientes del Infierno del Elefante:
–Anda, Pablo, pásame
otro porrete y deja ya de tocarle las domingas a Yolanda.
–Joder, Pedro, que ya
llevas tres; no te pases, que el Begoño te va a poner a caldo.
–Mariano, vigila, que tienes a Fernando detrás.
–Tranquila, no hay
peligro. Ese va a por Santiago.
–Oye, Andoni, alcánzame
otra botella de Dom Pérignon, si no te importa.
–Vale, pero tú ¿qué me
das a cambio?
Las voces se
difuminaban ya en la lejanía y sólo acertaba a oír el estallido de los tapones
de las botellas de champán al descorcharse. Y risas, muchas risas.
José-Pedro
Cladera Fontenla©
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