Con la mirada perdida,
está apoyada en el
alfeizar de la ventana; la fuerza de la costumbre.
Anochece y lloviznea.
Para, abajo, el camión de
la basura.
No le llega el calor de
la lumbre.
Lleva el pelo lacio,
largo y sucio;
el jersey, viejo y con
holgura.
Le azota el olor de la
podredumbre.
Su vista se pierde en el
bloque de enfrente,
con un palmo más de
altura.
En el bajo, un viejo
kiosco de prensa
donde jamás se juntó ninguna
muchedumbre.
Unos ojos vacíos, con una
vida escondida.
El monótono sonido de la
radio al fondo.
Recuerda un amor que la
abandonó, a pesar de su mansedumbre.
Fue una mujer hermosa, y
decían que con buena figura.
El dolor y la soledad
tras aquel mal parto
sembraron su vida de
amargura.
Anochece y lloviznea.
La mujer sigue de codos
en la ventana,
tras unas plantas secas y
un ajado espumillón.
Faltó coraje, sobró
servidumbre.
La traición y el alcohol,
tumbados tras ella en el sofá.
El llanto oculto, la
furia contenida.
Triste la ventana, triste
la mujer.
Y seca la mirada, llena
de pesadumbre.
Subo al coche y quiero
olvidar tan sórdida desventura.
Una voz grita que quiere
cenar;
huele a sudor, tabaco y
legumbre.
Anochece y lloviznea.
Arranca el camión de la
basura.
La mujer se atusa el pelo.
Observa un momento la
casa de enfrente
y, despacio, entra en
casa; cae una blancuzca cortinilla
para ocultar más negrura.
Arranco yo también y me marcho,
manchada de
incertidumbre.
Anochece… y ahora ya
llueve.
©Remedios Llano
Comillas
Enero 2023.
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