lunes, 13 de febrero de 2023

EL HUMOR

 

 


28 de enero del 2023, 3:30. Andrea conducía su auto azulón, híbrido, “Toyota”, hacia el hipermercado Lupa. En el recorrido, visualizó el vestido azul pastel, con florecillas rosas que había visto, por la puerta acristalada de la tienda Nicolasa. ¿Y si giras 60 grados a la derecha y echamos un vistazo a la joya? –preguntó la influencer–. Andrea seguía con las manos en el volante y el auto continuó unos 100 metros y, en el ceda el paso, giró 90 grados a la izquierda. La decisión le devolvió la sonrisa, sobre todo, porque en un tris, había dejado de ser obsesiva, compulsiva.

En el aparcamiento, había seis autos –la influencer, absorta en las ofertas que la firma Cartier ofrecía por el móvil, siguió, ensimismada, en el asiento.

Con  los pies en tierra, las manos enguantadas, fue eligiendo las frutas y verduras que necesitaba y, ¡cómo no!, exprimió un litro de zumo de naranja: la sonrisa, más amplia. Llegó al puesto de Elena y pidió dos rodajas de salmón y un bogavante:

 –Como mañana es domingo, te adjunto el bogavante que queda –le aclaró la pescadera.

Andrea, con los ojos brillantes y la mirada iluminada, pasó por la carnicería.  Sergio, tras su eterno y agradable saludo –“¿Qué te pongo, hija?”–, fileteó la pechuga de pollo, picó 800 gramos de vacuno y porcino y, con una amplia sonrisa, la despidió.

Andrea, con el corazón palpitante, se hizo con la caja  de leche desnatada, con dos litros de aceite sostenible –se sentía ecológica–, con un botellón de agua Solares, y se acercó con la bolsa térmica a la sección de yogures... Parece que está todo –reflexionó–. ¡Huy, el café!

            –¡Pasa, Andrea!  

Y mientras ésta ponía la compra sobre la franja transportadora, Cristina, más rápida que un robot, tecleaba en la caja registradora y llenaba las bolsas portadoras. Andrea, compulsivamente, insertaba las dos tarjetas en la cartera; alzó los ojos y vio que su ángel empujaba el carro hasta el auto. La llave lo abrió y, mientras Andrea pronunciaba su contrariedad, la cajera, ya por empatía, ya porque la veía muy mayor, había colocado toda la compra. Un abrazo agradecido fue lo único que la clienta le pudo ofrecer.

La influencer permaneció callada hasta el lunes. Andrea no se encontraba bien, pero se duchó antes de descansar en la cama. Otra vez, sin planear, dobló el chaquetón rosa con pinceladas de gris y negro –sin estrenar– y, unida a la influencer, condujo al pueblo. Según habían acordado, el vestidito azul pastel de florecillas rosas se hallaba en la tienda El Pom Pom. La alegría se esfumó de sus caras: no podían cerrar los botones.  Se dirigieron al establecimiento Anur. Andrea se probó un vestido calentito: su talla, su color cuadraba con los del chaquetón... Pero ¿negro? A ninguna le gustó. La influencer le está aconsejando a Andrea que teniendo, como tiene, el síndrome de Diógenes, podrá guardarla en el vestidor de ropa y accesorios intactos.

            La oscuridad envuelve por completo a Andrea: lleva tiempo atrapada en las zarpas obsesivas, compulsivas, y ahora, asfixiada en las garras de la influencer, teme que ésta la devore.

                                                                                  

                                                                                  San Vicente de la Barquera

                                                                                   Isabel Bascaran Garechana©

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