El día amaneció
lloviendo en Granada. Se dice que en Sevilla la lluvia es una pura maravilla.
En Granada sin embargo no; cuando llueve suele diluviar, y esa mañana,
diluviaba.
Yo sabía que ese
día iba a ser uno de los días mas extraordinarios de mi vida. Estaba invitada a
un recital de poesía de Rafael Alberti. Pero no a uno más, con diferentes
poetas leyendo sus poemas, esta vez era el propio Alberti quien iba a recitar
su poesía, el maestro en persona.
Creo que jamás
miré el cielo con más preocupación. En el acto íbamos a estar sólo unas
cuarenta personas en el pequeño claustro de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Granada. A las siete de la tarde. Una tarde de mayo primaveral,
que estaba obligada a lucir con la luz del sol, a rezumar aroma a rosales y a
disfrutar de la suave temperatura granadina.
Al mediodía un sol
rácano comenzó a asomar por la vega, las últimas nubes violetas se alejaron y
un olor dulzón comenzó a subir del patio.
Ese día pensaba
estrenar un vestido, estuve días buscándolo, al final lo encontré en la calle
Alcaicería, era largo, de mil colores, junto con un hermoso chal color malva. Y
un pequeño bolso de cuero.
Apenas comí. A las
cinco de la tarde salí de casa hecha un pimpollo. Hora taurina, de flores y
campanas.
A las seis y media
estaba sentada en la primera de las pocas filas que había, en una silla de
tablas que podía romperse en cualquier momento, junto a la amiga a la que he
adorado siempre por tan preciosa invitación. El mejor trono no hubiese
aguantado la comparación.
Éramos un pequeño
grupo, temblando de emoción. Alguien en un lateral tocaba la guitarra.
A las siete y
cinco minutos entró Rafael Alberti acompañado de una mujer y un asistente, no
se separaron de su lado en toda la velada. Se sentó en una pequeña mesa delante
de mí, ¡¡¡delante de mí!!!. Apenas dos metros nos separaban.
Siguieron dos
horas de pura magia, el maestro recitó parte de su obra --¡madre mía escucharlo
de su boca!-- charló, rio, volvió a recitar. Nos habló de su vida, respondió a
nuestras preguntas, y estoy segura, segura, que muchas de sus miradas se
dirigían a mí.
La luz dorada del atardecer nos bruñía a
todos en aquel "carmen", y las manos nos dolían de aplaudir al poeta. No
nos acompañó a tomar la sangría que se sirvió al terminar el acto, pero abrazó
a quienes, con sumo respeto y admiración nos acercamos a él. Esa tarde fue un
hombre feliz. Pura vocación.
Corría el año 1981.
Era primavera. Y estaba en Granada.
¡Yo escuché a
Alberti.!
Remedios Llano Pinna
Comillas. Abril 2023.
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