martes, 10 de marzo de 2009

LA INFANCIA

Hemos decidido que esta vez vamos a hablar de la infancia, y yo subo al desván de mis recuerdos tratando de recuperar alguno para ofreceros, pero los encuentro tan llenos de polvo, tan deteriorados, que no se si lograré recomponer sus pedazos para que al menos podáis imaginar lo que fuimos los niños de mi infancia…

Cinco o seis años tendría yo, y era primavera. Nos juntamos los siete críos de aquella barriada de casas para bajar a “La Huertona” con intención de “aprender niáles” de pájaros, como decíamos.

Algunos iban descalzos; yo que era de los mejor calzados, llevaba unas alpargatas de suela de esparto, rota la lona por las puntas de tan usadas como estaban, por cuyos huecos asomaban las uñas negras de los dedos gordos. Otros llevaban camisas enormes porque nunca vistieron una de su talla. Eran herencia de hermanos mayores; lo mismo que los anchos calzones, que tenían que atar con una cuerda de bala para no perderlos entre los bardales.

Columpiándose en las ramas de un saúco descubrimos un” nial” de petirrojo, y entre las piedras de un “morio”, semioculto por el musgo abundante de La Huertona, otro de miruello con cuatro huevos azules.

Y de pronto se oyó un trueno. Había alisos junto al río donde Tino cortó brotes nuevos chorreantes de sabia; hicimos trozos como de diez centímetros cuya piel golpeamos suavemente con el mango de nuestras navajas mientras invocábamos el
conjuro: “Sal, sal, cañavera de nogal, que tu padre fue a Cervera con los dientes de madera, a buscar pan “pa” Dios, y borona para nos. Suda, suda, pata lanuda. Ya sudé, dame otro golpe y ya saldré” Con una mano sujetábamos la madera mientras que con la otra girábamos la piel que despegaba fácilmente, y así nos fabricábamos los “pitos” con los que más tarde atormentaríamos a nuestros abuelos.

Sonó otro trueno, y la nube que silenciosa llegó hasta nosotros soltó unos goterones de primavera, cálidos y gordos que atusaron nuestras revueltas pelambreras. En lo más alto de un chopo cantó un malvís, y desde el otro lado del río le respondió su pareja.

Y de pronto un chaparrón puso perlas y destellos en las hojas de la maleza. Nos inundó el perfume de la tierra mojada, y mientras corríamos y reíamos buscando el refugio de las casas nos calamos de agua.

El primer cobijo que encontramos fue una socarrena donde guardaban dos carros y un montón de aperos de labranza. Había también una macona con panojas, y de ellas desgranamos una docena para obtener una docena de “garojos”, que automáticamente convertimos en doce vacas lecheras. Con un palo pintamos en el suelo de tierra una cuadra con pesebres.

Volvió a lucir el sol mientras nosotros arreábamos nuestros garojos, nuestras vacas, de la cuadra al prado y del prado al bebedero…

Regresamos a casa mas sucios. Seguro que con mocos secos bajo la nariz, y la tierra metida en las uñas, pero se nos había secado la ropa, sabíamos dos nuevos” niales”, y aquella noche cuando nos acostáramos, teníamos un pito para tocar en la cama…

Jesús González ©
Marzo 2009


2 comentarios:

Anonymous dijo...

Jesús.

Hermosas letras que aunque saben a nostalgia, tienen hoy, la riqueza del ayer vivido.
un abrazo

V:

flor dijo...

Jesús no dejas de sorprendernos con tus bellos escritos,que ademas narras con tanto entusiasmo,es una suerte compartir contigo este taller de escritura,y aprender a tu lado,un besito.