viernes, 20 de marzo de 2009

LA PRIMAVERA




El invierno fue duro y largo. Mucha nieve en los altos, y aquí, en la costa, viento, lluvia y frío remontaron febrero hasta conseguir agarrarse a las patas de marzo que estaba naciendo.

Y de pronto, como quien dice hace sólo cuatro días, una claridad extraordinaria que se coló por las rendijas de mis persianas me hizo consultar precipitadamente el reloj; pues no señor, no me había dormido. Era la primavera que se coló de rondón en mi dormitorio con la luz deslumbradora de un día radiante.

Salí a la calle y observé que el blanco manto de nieve que ayer cubría los Picos de Europa, hoy irradiaba reflejos dorados que hacían daño en los ojos. Era la reverberación del sol naciente, porque era también el primer día del año que, limpio el cielo de nubes y brumas, nos recibía vestido de azul intenso.

Pocos días más tarde florecieron los ciruelos de mi huerto, los setos de romero abrieron sus flores malva y el ambiente se llenó de abejas que libaron con fruición.

Cuando bajé al pueblo me sorprendió el Puente Nuevo: los tonos oscuros de los abrigos y paraguas de sus rápidos y encogidos transeúntes, se habían trocado por pizpiretas mocitas de pantalón corto y camiseta sin manga de vivos colores. Media docena de pescadores lanzaban sedal al agua, y a mi izquierda, sobre los pesqueros atracados en el muelle, cien gaviotas se balanceaban como cometas blancas, graznando alegremente.

Bajo los soportales, los restaurantes montaron sus mesas al aire libre cubiertas con manteles blancos, rosas o azules, y sobre ellos platos nuevos y copas de finísimo cristal.

Solo una cosa negativa empaña la bella estampa de primavera: el suelo de los soportales, el más céntrico y paseado, es con mucho el suelo más sucio de San Vicente de la Barquera, y no sólo por los miles de chicles pegados; ni siquiera a uno sólo de sus muchos comerciantes se le vio jamás pasar cepillo y jabón a su trozo de acera.

Pero yo cierro los ojos, lo ignoro, y los abro de nuevo al llegar a la plaza para escuchar la algarabía y las risas de un montón de niños que juegaN en medio de los viejos plátanos.

Las palmeras de El Relleno muestran exultantes sus palmas al sol, mientras pugnan por florecer los arbustos junto a ellas. En la acera, junto al mar, un grupo de turistas llegado de tierra adentro, contemplan ensimismados los botes dormidos sobre el agua, y llama sardinas a los mubles que se mueven frente a ellos.

Y junto a la rotonda del Puente largo, donde está esa escultura que a mí nunca me gustó, buscando el camino de las playas o de La Acebosa se mueven ligeras de ropa las gentes que les gusta caminar, porque la primavera renueva ánimos, y aviva las ilusiones para que volvamos a machar erguidos y esperanzados…

Jesús González González ©
Marzo 2009

2 comentarios:

Anonymous dijo...

Jesús,

Hermoso paseado recreado en tus letras, por es hermosa tierra que describes, siempre será un agrado volver a leerte. besos

V.

María dijo...

A todos os hago el mismo comentario porque realmente me tenéis alucinada.
Me encanta lo que estáis haciendo.
¡Animo, y a asombrar a todos el día 22!