martes, 24 de noviembre de 2009

SOLEDAD

Nunca se lo dijo en vida, pero quizás sea a partir de ahora cuando realmente comience a disfrutar de la presencia de su marido. El hecho de tenerlo presente en vida nunca le proporcionó la compañía que ella necesitaba.

-Ahora me escucharás, estoy segura. Ya no podrás darte la vuelta y huir cuando algo de lo que te diga no sea de tu agrado.

Tu cuerpo se ha ido hoy que has fallecido, pero hace mucho tiempo que tu espíritu dejó de estar presente en la vida cotidiana de esta casa y de esta familia.

A partir de este momento las cosas cambiarán. No te volveré a ver pero comenzaré, por fin, a sentirte cerca de mí cada vez que te necesite, después de muchos años viendo cómo la distancia entre tú y yo aumentaba a pasos gigantescos.

¿Cuándo comenzó tu marcha? Ninguno de los dos sabríamos decirlo ¿verdad? Fue muy poco a poco, casi imperceptible al principio, y aumentando día a día con el roce de la convivencia, hasta llegar a la situación en la que nos encontramos. La más miserable de las soledades, la más dolorosa, la que aun estando acompañados, nuestra vida transcurre en una cámara acorazada de donde no somos capaces de salir, ni mucho menos dejar pasar atisbo alguno de vida externa.

-Echo de menos muchas cosas. A ti no, ¡ya no!.

-¿Me quisiste en algún momento?

Sí, al principio sí; pero nunca me lo dijiste, al menos con palabras. Tú eres un hombre duro “hecho y derecho, con pelo en pecho” como le gustaba decir a tu madre en las contadas ocasiones en que, no soportando ya nuestra situación, buscaba consuelo y ayuda en ella como mujer que era también.

Los hombres como tú no se pueden rebajar a esas cursilerías que tanto nos gustan a las mujeres copiadas del mundo del celuloide y de la novela rosa.

Los “hombres duros” no entendéis esas paparruchas del “te quiero”, o del “te necesito”.

Vosotros trabajáis duro para que nada falte a la familia. Es lo que os han enseñado, no hay espacio para más en vuestra conciencia.

-“Me he casado contigo ¿no? ¿Qué más quieres?”

-Pues te quiero a ti, ahora te lo puedo decir, y necesito que tú me quieras. El sentimiento de amor, de cariño, de la comprensión, del apoyo, del ánimo, en los momentos difíciles de la vida, no ocupa tiempo ni espacio. Una sonrisa, una caricia, un guiño cómplice son actos suficientes por sí solos para hacerme sentir que estamos juntos. Triste realidad la nuestra; tener que morir tu cuerpo para recuperar tu espíritu.

Laura González Sánchez ©
Noviembre 2.009

3 comentarios:

Anonymous dijo...

Triste pero en algunos casos cierto, quizá necesitemos aprender a apreciar a esos seres que evitan sentir hacia afuera, es posible que lo ignoren. Lines

flor dijo...

Eres buena escribiendo(creetelo) y tienes mucho sentimiento,nos has dejado sin palabras,besitos

Anonymous dijo...

Has conseguido darle a tu relato ese puntito triste sin ponerte dramática ni pesimista, me gusta mucho,enhorabuena.

María.