martes, 24 de noviembre de 2009

VIDAS

Estaba solo, rodeado de personas que iban y venían por una avenida de la gran ciudad. Cuando llegó a la estación del tren, esa misma mañana, tuvo el deseo de llamarla por teléfono y decirle “ya he llegado“, pero ese pensamiento duró poco, ya que sabía que ella nunca más le respondería. Un escalofrío recorrió su cuerpo, volvió en sí y emprendió la marcha hacia su cita de negocios.

Mientras transitaba la ciudad iba absorto en sus pensamientos, todo le recordaba a ella, estaba en todas y cada una de las calles, esquinas, plazas, pero no la vería jamás, no oiría su voz, ya no la abrazaría... Siguió caminando cabizbajo, notaba que iba encorvado, se sentía solo. Pese a ir elegantemente vestido para la ocasión, cuidada su media barba, su seco y caro perfume, esto que en otras ocasiones le daba seguridad en sí mismo, ahora no. Estaba indefenso, pequeño como un fantasma en la gran ciudad tantas veces recorrida junto a ella.

Era un hombre alto, esbelto, elegante, entrado en los cuarenta, atractivo, por donde pasaba dejaba huella. "¿Y ahora qué soy?", se preguntaba, "sin ella, nada". De frente topó con una joven asiática vendiendo flores: “cómprame una rosa“, le dijo, “tendrás suerte en el amor”. La compró, sonrió, la olió y la guardó en su flamante maletín de piel marrón.

Había anochecido y por fin llegó al lugar de su cita. Antes de entrar respiró profundamente, puso su mejor sonrisa. Con paso firme y seguro se dirigió a la mesa del restaurante donde le esperaban, había varias personas ya sentadas... el consabido protocolo de las presentaciones, los aperitivos... conversaciones entre plato y plato... los postres.

Más tarde una copa en otro local de moda, la charla. De pronto, no supo en qué momento, ni cómo pasó, una de las personas, una mujer, le despertó un interés que creía nunca volvería a sentir. Se negaba, todo estaba pasando muy deprisa ¡no puede ser!, se decía.

Ella era alta, rubia, divertida a la par que discreta, femenina en sus movimientos y opiniones, como si no le gustase destacar. Ambos se dieron cuenta de la chispa surgida entre ellos, ¡Así como un chasquido de dedos! Ella delicadamente cogió un cigarrillo, él lo encendió... Comenzaron a hablar animadamente, en ese momento estaban solos entre tanta gente, las horas pasaban sin apenas notarlo.

Al final de la velada, estrechamiento de manos, despedidas, él no sabía qué hacer, estaba indeciso. En un impulso abrió su maletín y le ofreció la rosa y le pidió su número de teléfono. Sin dudar ella se lo dio. Complacida y con la flor ya en su mano, se despidieron con un beso en la mejilla, mientras él, recordaba sentimientos olvidados.

Esa noche, solo en la habitación del hotel, apenas pudo dormir, ilusionado, confuso y ¡vivo! de nuevo...

Hay dos finales para esta corta historia; ¿Desde ese día su vida cambió por esa llamada telefónica, que cerró una puerta y abrió otra?, o muy al contrario, ¿No fue capaz de marcar los nueve números de su posible nueva vida, y se quedó en un pudo ser y no fue?...

Lo dejo en vuestra imaginación.

Ana Pérez Urquiza ©
Noviembre 2009

4 comentarios:

Anonymous dijo...

Además de que han crecido tus escritos, nos dejas el final en blanco, ¡Que habilidosa!, siempre poniendo nuestra imaginación en movimiento. Lines

flor dijo...

Que alegria mas grande que hayas entrado en mi vida,alegrando mis sentidos,si tu marcha va a servir para que seas mas feliz vete,pero que sepas que yo no quiero que te vayas,aqui tambien te queremos,besitos.

Anonymous dijo...

Ana.

Que bello texto, la verdad me ha emocionado mucho, , pero no es justo......el final !


Abrazos

V:

Anonymous dijo...

Sabes que me quedo con el final triste, siempre es tentador dejar volar la imaginación con el "pudo ser y no fue". Pero, ¿qué es eso de que te vas? ¿a dónde?

María