jueves, 12 de noviembre de 2009

UN RETRATO


Unos ojos cansados se ocultan tras las gafas. La cara joven, seria y a veces risueña, muestra unos pliegues que bajan por las comisuras de la boca hasta la barbilla. Es difícil determinar la edad que tiene esta persona, pero podría estar entre los 40 y 43 años a juzgar por su aspecto.

A veces levanta la cara y su mirada se pierde en el infinito. Yo trato de seguirla y ver lo que buscan sus pupilas. Los ojos castaños son bonitos, pero tienen como una nube de cansancio en los mismos. El pelo abundante lo lleva recogido en un peinado juvenil, aunque unos mechones revoltosos, apenas dejan ver su linda frente.

Su nariz tiene unos rasgos respingones que ponen un toque muy agraciado y femenino en el retrato. Los labios serios, se abren de vez en cuando, como sacando un suspiro de su pecho sobre una barbilla agraciada que es el capitel de un cuello de cisne, que se eleva de su cuerpo.

A veces sonríe con una sonrisa tímida, como enviando un mensaje al universo, a ese mundo exterior de su vida, mientras su mirada se anima entonces y cobra vida, y aquellos ojillos castaños dejan la nube olvidada y de pronto una chispa, con fuego impetuoso, se percibe en los mismos, como en un gesto de coquetería femenina.

De vez en cuando se pasa las dos manos por el cabello, en un gesto impulsivo, como tratando de apartar malos momentos o recuerdos y buscando ese otro gesto seductor y coqueto, que instintivamente trata de transmitirme; y es entonces, cuando puedo ver un poco más su frente, esa frente tan linda y sin arrugas, aunque también me permite ver alguna cana naciente en ese pelo, como si fueran las hebras plateadas que intentan destacar allí y recordar que nacieron, además de por el paso del tiempo, por esos cientos de problemas que ha tenido que sortear y hacer frente en su vida.

En esos momentos en que sonríe, sus labios, al abrirse, me permiten ver por unos segundos unos dientes blancos, juveniles, de niña aún, y con esa expresión que algunas veces hemos leído en los cuentos.

Su cuerpo de mujer está bien formado y conserva esa envoltura mágica que hechiza la mirada de los hombres, y a la vez la frescura de unos años, que parecen no haber pasado por su vida.

Me fijo en sus manos, con dedos agraciados y bonitos, y trato de adivinar lo mucho que han trabajado en las labores de casa, en los lápices que han empuñado para llevar al cuaderno tantas notas en el trabajo, las caricias que han dejado en el ser amado, y también los deseos de tomar esa mano soñada, la que siempre ha añorado, mientras un leve escalofrío la recorre, y ahora, lleva sus dedos a tomar una taza de café que deposita con pequeños tragos en sus labios para posarla, luego, en la mesa y tomar un cigarro, entre esos dedos, y llevar un poco de alivio a sus labios temblorosos.

Yo la miro tras el espejo invisible donde ella se refleja y capto esos detalles, esos pequeños chispazos que salen de su vida y de su alma a través de los rasgos de su cuerpo. Nada la digo porque nada puedo decirla, aunque no me den ganas de romper ese cristal y dar ese grito que preciso para estar allí, a su lado, pero si lo hago se rompería la magia de ese instante, de ese momento y quizás todo quedaría envuelto en las sombras de los sueños.

Cierro los ojos y pienso en esa escena, en ese momento vivido y trato de ir más allá, de adivinar dónde vive, de saber en qué trabaja, de preguntarle si tiene novio, si está casada ó si es aún esa mujer que deshoja la margarita tratando de buscar el destino de su vida.

Pero al abrirlos me encuentro la mesa vacía, la figura que antes había mirado detenidamente ya no está, quedando solamente la silla vacía que ocupara, la taza del café que apuró en aquellos sorbos y el cenicero con los restos del cigarrillo que habían besado sus labios.

Sin embargo yo fui testigo de ese momento, de ese instante que había recogido con detalle, de esos segundos interminables en que pude contemplar con todo detenimiento a esa figura y hasta creo que algo invisible me llevó a su lado y pude sentir su aroma y el balbuceo de sus labios cuando pronunciaban un nombre... ¡Mi nombre!

Rafael Sánchez Ortega ©
03/11/09

2 comentarios:

Anonymous dijo...

Hola Rafael..

El trazo de tu pluma,delinea de manera esmerada, pulcra, y de manera muy cuidada. el cuadro que nos dejas ver.

Lindo trabajo..
ABrazos.

Anonymous dijo...

En fin... luego dices que lo haces mal... Me gusta mucho el punto que le das últimamente a tus escritos, todo se pega...

MARÍA