viernes, 4 de diciembre de 2009

CARTA CON AMOR


San Vicente de la Barquera
25 – Noviembre – 2009

Queridos y añorados José y María:

Sí, ya sé que esos no son vuestros nombres y, enseguida entenderéis los motivos de ese cambio.

Extrañados por esta misiva después de tantos años ¿verdad? Pues os cuento que vivo en una villa no muy alejada de la que disfrutarais en la última etapa de vuestra vida. Últimamente acudo a un Taller de Escritura; sí todavía conservo la afición a la escritura y a la lectura, hay cosas que el tiempo no ha cambiado; como os decía, en este Taller nos ponen deberes igual que en el colegio, en esta ocasión nos han mandado escribir una carta de amor y al instante me habéis venido a la mente porque entre nosotros hubo mucho; aunque esto habría que aclararlo para los posibles lectores.

Lo nuestro fue un amor de “abuelos postizos” a “nieta postiza” y viceversa. Yo como abuelos os quería porque vosotros como tal os portasteis conmigo desde el comienzo de nuestra convivencia. Cierto es que ya nos conocíamos de cuando acudía a vuestra casa acompañando a una de mis amigas que era huésped vuestra por aquel entonces. Creo que ya empecé a quereros al escucharla hablar de cómo era su vida con vosotros.

Teníais el don de hacernos sentir de vuestra familia aunque sólo fuésemos de paso como era mi caso.

En estos casi 30 años que han transcurrido desde mi última visita os he echado de menos en muchas ocasiones. Todavía sufro el dolor de no haberme podido despedir de vosotros aunque tengo la convicción de que tú, José, sí que te despediste de mí sin yo saberlo.

Recuerdo la última tarde que salimos a tomar unos vinos como de costumbre y, hablando y hablando, se nos pasó la tarde topándonos con la noche, a varios kilómetros de casa.

En ese momento no llegué a comprender el repentino afán tuyo de confesarme tantas cosas, era muy joven para percibir cualquier signo que me hiciera sospechar la cruda realidad. Al poco tiempo, por desgracia, lo entendí todo.

Te estabas despidiendo de mí y del mundo. Esta es la única cosa que no he podido perdonarte, ni perdonarme por no haberlo intuido.
De todos los momentos que tuve la suerte de compartir con vosotros éste es el único reproche que puedo hacerte. A mí también me habría gustado despedirme de ti en ese momento y contarte tantas cosas que bullían en mi joven cabeza.

Con vosotros todas mis dudas tenían explicación, todos mis miedos existenciales, propios de la adolescencia, los hacíais desaparecer con la sabiduría que os caracterizaba conseguida en vuestro largo pulular por la vida.

¿Sabes que nunca he repetido a nadie ni una sola de las cosas que me confesaste aquella tarde? Sí, si lo sabes. Sabías perfectamente con quien estabas hablando. Me conocías mejor que yo misma. Tal vez ese haya sido el motivo por el cual me silenciaste tu enfermedad. A mis 16 años habría sido un duro golpe para mí enterarme de la realidad, y tú lo sabías. Todavía se me encoge el corazón 30 años después.

María la mujer, no pudo superar tu ausencia y enseguida se dejó marchar a tu lado. Seguro que estáis juntos, os lo merecéis.
¿Todavía sigue refunfuñando tanto por lo bajo? Soy de la opinión que cuanto más te reñía más crecía su amor por ti.

Os diré que los avatares de la vida me han acercado en numerosas ocasiones a personas mayores, que me han querido y, a las que he querido, posiblemente buscando lo vivido con vosotros, pero nunca logré sentir lo mismo por nadie más. Habéis sido irrepetibles e insustituibles.

¿Sabes que no hace mucho he visto uno de tus hórreos? Sí, lo tenían en un bar expuesto. Lo reconocí por las “yezas” de maíz. ¡¡¡Eran de las mías!!! de las que tú me enseñaste a hacer con semillas de alpiste porque a ti te temblaba un poco el pulso y te desesperabas al intentar colocar esos granos tan pequeños en una tira diminuta de papel.

¡Cuánto me gustaba serte útil, trabajar a tu lado mientras contabas historias y anécdotas divertidas de tu vida! Hasta los momentos más duros de tu existencia los contabas de tal forma que me hacías sonreír.

¡Cómo me emocionó ver tu hórreo como si acabases de hacerlo con tus enormes manos tallando y colocando, una a una, las diminutas piezas que lo forman! Pregunté al dueño del bar quién había echo esa maravilla y me confirmó lo que ya sabía.

Os gustará saber que la gente os recuerda con mucho cariño, como no podía ser de otra manera. En este mundo se recoge lo que se siembra y vosotros derrochasteis cariño a raudales por donde pasasteis.

La buena gente perdura en el tiempo y con vosotros así seguirá siendo porque mi descendencia ya conoce muchas cosas de vosotros, de manera que podéis estar seguros que seréis recordados durante, al menos, una generación más.

No hace mucho también he visto fotos tuyas en el periódico local sobresaliendo en una, las muchas cosas que hiciste en tu vida. No quiero dar datos porque siempre os ha gustado la discreción y no seré yo quien os lleve la contraria en ese tema.

En donde estáis ¿tenéis Internet? Porque es seguro que esta carta saldrá publicada en un Blog y podrá ser leída desde cualquier rincón del mundo, incluso desde esa parcelita que ocupáis en el cielo donde seguís viviendo para las personas que os queremos.

Me quedan muchas cosas por contaros pero lo haré en otra carta, en privado, como a vosotros os gustan las conversaciones.

Recibid un beso y un abrazo enormes de quien no os olvida.

Con amor.

Laura González Sánchez ©
Diciembre 2.009

1 comentario:

FLOR dijo...

COMO TE VAMOS A CRITICAR TUS ESCRITOS,DESPUES DE VER LA TERNURA CON QUE ESCRIBES,YO NO LO HARE,BESITOS.