viernes, 4 de diciembre de 2009

PRIMER JARDÍN

¿Cómo estás, querido jardín? Hace años que no te veo. Cuando voy a Madrid te echo un vistazo desde la terraza de mis antiguos vecinos y me emociona contemplar los árboles que plantamos, tan grandiosos y exuberantes.

Ya sabes que todo comenzó cuando compramos la parcela. Nuestro primer trozo de tierra. Con la jornada intensiva de mi marido podíamos aprovechar muchas tardes para ir a limpiarte. Era pleno verano, ¿te acuerdas? Nos llevábamos a los niños, que se quedaban debajo de tus hermosas encinas que salpicaban el terreno, y allí merendaban y jugaban. Nosotros con dos azadones y un rastrillo, dale que dale, a quitar maleza y jaras, que dicho sea de paso, son unas plantas muy resinosas, pero que huelen de maravilla.

Con qué ilusión, en un rincón recogido preparé la tierra para hacer un huerto, tantas eran las ganas que tenía de ver crecer unos tomates o lo que fuera. ¡Cuántas piedras y más piedras tenías, parcelita! El abonado fue muy peculiar. Como todavía no estabas vallada, salía con un caldero y una pala en busca de los montoncitos que dejaban los muchos conejos que por allí correteaban por las parcelas sin construir. ¡Fue un éxito! Recolectamos tomates, zanahorias, puerros, cebollas, ajos, calabacines y pimientos.

Más tarde te plantamos frutales: un peral, un melocotonero, un manzano y un cerezo del que no conseguí comer más de dos cerezas; los pájaros dejaban las pepitas colgando. Cuando comenzaron a construir la casa y entraron las máquinas, de poco sirvió tanta limpieza.

Te planté delante de casa una rosaleda alrededor de una figura de niño barroco. Yo veía los capullos crecer, pero ni una rosa salía, hasta que notamos un rastro en el césped. ¡Era un conejo que entraba por las noches y se ponía las botas! Escogimos un cedro, tres prunos contrastando con su color y dos pinos piñoneros. Unas navidades, un abeto precioso, que a punto estuvo de secarse, así que le dije un día: “¡O te ahogo, o te revivo!”. Le enchufé la manguera a lo bestia y revivió. Lavandas, muchas lavandas con su olor penetrante y maravilloso puse también.

Detrás de la casa te pusimos una terraza con barbacoa rodeada de más rosales, bajos y altos (una pared de color); una mesa de piedra en el centro disfrutada mucho con amigos y familiares en esas noches calurosas, pero con la brisilla de la sierra que atemperaba el ambiente, haciéndolo llevadero, más el olor inconfundible de las jaras. A la mesa le daba la sombra una de las dos encinas enormes que en esa parte existían y que soltaban bellotas a montones. ¡Podíamos haber alimentado un cerdo! Cerdos no había, pero sí una familia de jabalíes que se colaron en la urbanización destrozando algún que otro jardín todavía sin vallar. Una noche al salir a tirar la basura me topé con uno confundiéndolo con un perro grande. ¡Volé más que corrí!. Como estábamos en Madrid no podía faltar un madroño que con el tiempo se puso precioso y se llenaba de sus sabrosos frutos redonditos y rojos.

Cada vez que iba a la plaza los sábados, te compraba alguna plantita más. Clavelinas, alhelíes, jacintos, pensamientos, y poco a poco fuiste llenándote de alegres coloridos.

Te deseo que los que ahora te disfrutan lo sigan haciendo por muchos años y que te sigan cuidando tan bien.


Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Diciembre 2009

1 comentario:

FLOR dijo...

CREO QUE SI A TODO LO QUE TE RODEA CUIDAS CON TANTO MIMO COMO A ESE JARDIN,ES UNA SUERTE TENERTE CERCA,BESITOS.