sábado, 5 de diciembre de 2009

CARTA


Hola Alfonso:

¿Reconoces la letra? Seguro que sí, ya que hay rasgos muy personales en ella. Te preguntarás por qué irrumpo en tu vida después de 35 años, por qué tengo la osadía de mencionar tu nombre. ¡De acuerdo!, echa esta carta a la papelera, pero sé que no lo harás.

Voy a aprovechar la oportunidad que me brinda el Taller de Escritura para escribir una carta de amor. Necesito aligerar mi culpa y sincerarme contigo. ¡Sí, lo mío fue un flechazo!, entraste en mi vida de forma súbita. Me había quedado en la residencia aquejada de un terrible dolor de muelas, pero cuando llegaron mis alocadas amigas con la nueva de que te hallabas en la discoteca, me preparé rauda y volé hacia tu presencia. Creo que fue la flecha de Cupido la que inyectó un elixir pues se me disipó el dolor. Nuestros ojos se encontraron y te acercaste a pedirme un baile. Y ya fuimos novios durante 3 años.

Eras atractivo, culto, cariñoso, respetuoso, religioso, alegre y muy sexy. Disfrutamos de nuestro amor. Jamás me diste el mínimo disgusto. ¡Era feliz!

Al acabar la carrera, surgió en mí un miedo, quizá injustificado, pero fui deduciendo de tus palabras que lo que tú deseabas era una mujer de la que habla la Biblia, algo así: La esposa ha de ser diligente, encender el candil, preparar las viandas antes de que se levante el esposo, cumplir con las necesidades del amor y mantener viva la llama del hogar. Pero yo no quería esta sujección, ¡quería ejercer la docencia!, ya que para eso me había preparado.

Y mis cartas se hicieron más esporádicas, hasta que te dejé de escribir. Tú no te diste por vencido y te presentaste en mi pueblo, en Markina. No nos habíamos visto en todo el verano. Tus caricias, tus razones, el amor que me profesabas me envolvieron y retomamos nuestro amor.

Pero el mismo se volvió a resquebrajar y esta vez me alejé más kilómetros. Salí del círculo de vuestras amistades, me camuflé entre gente desconocida, huí de los hombres, me volví anónima... Pero tú diste con mi domicilio en Landio. Me echaste en cara todos mis defectos, me llamaste frívola, casquivana, egoísta, maleducada... Por aquel entonces yo pensé que no merecía tanto insulto. No te ofrecí un café ni te pregunté por tu vida. Muy altiva, me levanté y di el encuentro por terminado. Por tus agrias palabras y tu semblante dolorido supe que te había causado mucho dolor, ¡dolor inmerecido! "Perdóname".

Años más tarde, me encontré con Eusebio, tu hermano gemelo, en Vitoria. Me trató con cariño, con familiaridad. De su comportamiento tan noble deduje que tú eras muy feliz y que en el fondo me estabas agradecido.

A veces voy con mi hijo y con mi marido de compras a Arnedo. Quizá el destino nos acerque, sé que me alegrará saludarte.

Tu ¿espina?

Isabel Bascarán ©
02/12/09

1 comentario:

Anónimo dijo...

tus narraciones tienen un comienzo q nos atrae para leer mas , eso es muy bueno!!!!!!!!!!!