viernes, 18 de diciembre de 2009

LA BAILARINA

Elena está sentada en un banco del parque. Ve a unos niños jugando. De pronto, una niña grácil y larguilucha juega a ponerse de puntillas. ¡Soy una bailarina de ballet!

Entonces recuerda… También era ella así de pequeña. Se quedaba embobada viendo esas, para ella, piruetas imposibles y esos saltos alados de puntillas. ¡Tengo que ser una de ellas!

Ya por Reyes, un año, le trajeron un tutú y unas bailarinas. Con ellas jugaba haciendo representaciones para sus amigas y hasta en el Colegio actuó alguna vez en Fiestas siendo muy aplaudida.

Pero para sus padres aquello no pasaba de ser un entretenimiento y encaminaron su vida por otros derroteros. ¡Puedes ser una buena azafata, se te dan bien los idiomas!, y aquellos sueños de niña quedaron ocultos en lo más profundo de su corazón.

Los años pasaron y, efectivamente, Elena se hizo azafata. En compensación tuvo la suerte en sus viajes por Europa de visitar L’ Opèra Nacional de París o el Royal Open House de Londres y tantos otros, Roma, Milán, Viena…, pero donde más gozaba era en el imponente Teatro Marinski de San Petersburgo en el que bailó tantas veces la famosísima Ana Pavlova. Pudo ver muchas representaciones. “El lago de los Cisnes”, “Cascanueces”, “Cuentos de los bosques de Viena”, “Giselle”, y tantas otras y a tantos y tantos famosos bailarines que la transportaban elevándose por el escenario con la imaginación.

A veces tenía que salir sin terminar la representación para coger el vuelo, y en el taxi pensaba que ella también volaba, pero en unos aparatos que nada tenían de alados y sí mucho de ruidosos.

Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Diciembre 2009

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