viernes, 29 de enero de 2010

DOÑA AVERIGUA Y DOÑA TODOLOSABE

De forma casual, como suele ocurrir siempre que se encuentra algo interesante, se topó con unos antiguos recortes publicados en un semanario de la comarca, allá por el año 1950.

Era muy joven cuando buscaba ansioso las páginas finales del periódico donde aparecían las simpáticas peripecias de Doña Averigua y Doña Todolosabe.

Nadie las conocía personalmente pero todos, en su imaginación, se habían hecho el retrato de esas dos viejas amigas que cada día daban su paseo matutino cogidas del brazo y hablándose bajito, casi al oído, de todas las novedades que una y otra habían conseguido averiguar desde el momento de su despedida el día anterior.

A José le temblaban las manos de la emoción al toparse con una deteriorada caja, olvidada en el desván de la casa de sus padres, a la que acudía a menudo para ventilarla.

Nunca antes había sentido la curiosidad de subir hasta el desván, pero hoy, ya sin prisas, con todo el tiempo libre que le dejaba su reciente jubilación, miró aquella casa con otros ojos.

Acudía cada quincena desde la muerte de su madre, hacía ya tres años, para abrir las puertas y ventanas de aquel caserón que tantos recuerdos guardaba de su niñez y juventud.

Todavía tenía la misma estructura desde su construcción porque a pesar de los cambios en las modas del diseño, su madre, siempre quiso conservarla como la disfrutó con su difunto marido.

Cuando alguna obra de reparación se hacía necesaria ella decía:

- Arreglad lo que queráis pero el espíritu no se lo quitéis.

Y así se hizo siempre. Un arreglo aquí, una pintura allá, un remache por el otro lado… Pero su madre tenía razón, después de muchos años y muchas componendas “el espíritu” se mantenía.

Todavía se conservaba en el rincón de la sala la vieja silla con apoyabrazos de forma semicircular, con su tapizado ya ajado y descolorido por el paso de los años y el desgaste propio del uso. Aún puede adivinarse su color rojo “sangre de toro”, como lo describía su madre, y unos ramilletes de flores dibujadas en color “oro viejo”.

Parece, viendo ese tapizado, que el tiempo no ha transcurrido apenas si tenemos en cuenta que su mujer, medio siglo después, ha empleado los mismos tonos para decorar su novísimo piso en la ciudad.

Girando en redondo sobre sus pies fue echando un vistazo a la sala, clavando su mirada en la puerta del desván. Nunca había notado esa sensación de curiosidad y nostalgia que ahora sentía por ver lo que podía estar guardado y olvidado allá arriba; y con la misma ilusión e incertidumbre que un niño en la mañana de reyes subió los escalones que lo condujeron hasta una enorme sala en penumbra donde se podían distinguir innumerables sombras.

Encendió la vieja lámpara colgada de una viga y un mazazo de emociones y recuerdos golpeó su interior a la vista de tantos objetos que creía perdidos y olvidados.

Viejos muebles que daba por destruidos, candiles de todos los tamaños, la máquina de coser de hierro con la que su abuela le hacía los pantalones cuando era un niño; todo el menaje de cocina que se utilizaba una vez al año en la matanza del cerdo. En su recuerdo los tenía grabados mucho más grandes de lo que ahora le parecían
aquellos pucheros que ponían al fuego de la cocina de carbón y leña para cocer los boronos que tanto le gustaban.

Recordó cómo en una ocasión, jugando al escondite, llegó a meterse en uno de esos pucheros. Toda su infancia se veía reflejada en aquellos enseres.

Recordando las historias de todas aquellas cosas podría contarse la vida de su familia, y también a la inversa, relatando sus vivencias tomarían vida todos esos trebejos.

Y las cajas… ¿qué sorpresas guardarían?

Fue abriendo algunas que, por su peso, era de suponer estuviesen llenas de libros, y efectivamente, todos sus libros y cuadernos, desde que empezó a ir a la escuela de su pequeña aldea, hasta los enormes “tochos” que se estudió en la universidad.

Nunca se había preguntado qué habría sido de ellos y allí estaban. Todos colocados en cajas con el año escrito, en uno de los laterales, con letra irregular y mano temblorosa.

Pasando la vista por todas ellas le llamó la atención una sobre todas las demás donde podía leerse: Doña Averigua y Doña Todolosabe.

Esto era ya el máximo que su corazón podía resistir sin salírsele del pecho.
Todas las parodias de sus dos personajes preferidos estaban allí, en las hojas recortadas del viejo periódico, ordenadas por fechas. ¡Ni una sola faltaba!
No pudo contenerse y comenzó a leer una de aquellas viejas y sutiles parodias protagonizadas por las dos amigas que se contaban los chismorreos de la época.




POR LAS CALLES DE LA VILLA




- ¡Va… vaaaa…! ¿Pero quién da aldabonazos tan fuertes?

- Yo, Doña Todolosabe. Yo, que con este magnífico día de sol, se apetece estirar las piernas y dar nuestro acostumbrado paseíto. ¿Le place?

- Pues claro que sí. Espere un momento que me quite las zapatillas y me calce los zapatos porque gracias a Dios el tiempo es “antimadreñero”.

- Aguardo pacientemente.

- ¡Ajajá! Ya está.

- - Cuidado con las escaleras, no baje tan deprisa.

- No se preocupe Doña Averigua, el pasamanos me libra de todo accidente que pudiera ocurrir.

- Bueno, ya estoy a su lado. ¿Pero qué olorcito tan agradable echa usted?

- Nada de particular, mi amiga. Un café. Café legítimo del Brasil que me envían unos buenos amigos que residen en aquellas tierras y unas gotitas de auténtico ron “Negrita” de la Habana, regalo también de unos parientes.

- Y ¿cómo lo toma?

- Mitad y mitad, Doña Averigua, para que ambos vean que reparto “el cariño” por igual. La invito el próximo día. ¿Por dónde vamos hoy?

- Pues aprovechando este sol estupendo, hasta La Vega…

Mientras continuaba leyendo los recortes una sonrisa se dibujaba en su boca al tiempo que las lágrimas resbalaban por su rostro.

Laura González Sánchez ©
Enero 2010

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Laura..


Un emotivo relato, en donde los recuerdos son un verdadero bálsamo al alma..Lograstes cautivarme y traer al hoy, muchos recuerdos de antaño, que tanto bien no hace, revivir de vez en cuando..

Un escrito hermoso, muy bien construido.

Abrazos

V:

Anónimo dijo...

Laura, lo completas todo de tal manera, que no cabe en los sentidos más que lo que tu cuentas. El castillo de tus historias es cada vez más alto...Lines

Flor dijo...

Laura el año pasado nos pusiste la miel en los labios,pero este año ya la estamos saboreando con tus relatos,besitos.