viernes, 29 de enero de 2010

TRAS LA FELICIDAD

Dora hacía la quinta y última de sus hermanas y nueve años menor que la cuarta, con lo cual fue para ellas un regalo. Físicamente muy diferente, alta, rubia, delicada, elegante y también alegre y divertida.

Su infancia transcurrió feliz, rodeada de amor y protección. Cada una de sus hermanas se encargaban de ella, una le decía: “No, Dora, aún no te puedes maquillar”; otra: “No, Dora, tienes poca edad para ponerte medias de cristal”..., y así las dos restantes. Todas formaban una piña a su alrededor.
Pero Dora, ya desde niña se sentía diferente a sus hermanas, quizás por la diferencia de edad o por sus inquietudes en la vida, en esa época de los años cuarenta.

Se sentía atípica, rebelde, quería ser libre, estudiar una carrera, ser médico o abogado, viajar..., era avanzada para su tiempo. Pese a su vida acomodada, sus padres la educaron en colegio de religiosas para ser primero, una señorita, y más tarde, la perfecta señora casada.

De padre extranjero y madre española, la presentación en sociedad fue en el Consulado del país de su padre, por tanto, su corazón se sentía de dos países. Los veranos de Dora eran en el norte de África. Y un buen día ocurrió, entre su grupo de amigas y amigos apareció Él, un joven nueve años mayor que ella, capitán de Marina y... la sedujo, por la diferencia de edad, por la vida que él le brindaba de viajes a otros países, culturas diferentes, eso que ella tanto deseaba, sentirse libre, realizarse, viajar en esos años en que las mujeres lo tenían tan difícil. Él le prometió además que nunca estaría sola pese a su profesión. Ante ese futuro tan prometedor le dio el Sí, posiblemente más ilusionada que enamorada.

La boda se llevó a cabo, estaba bellísima... vestido blanco, gran cola, velo, azahar... Él de uniforme de gala... Dora levitaba... Invitados, felicitaciones... Tras la noche de bodas en un lujoso hotel, zarparon rumbo a Inglaterra, él en su puesto de mando. Ya en los primeros días a bordo se sintió muy sola sin sus padres y hermanas. Él había cambiado, no era el que la enamoró, se mostraba más frío con ella; se notaba desamparada y tan joven e inmadura.

El viaje duró un mes y se quedó embarazada a sus diecinueve años. Ante su maternidad estaba muy ilusionada, pero ya de regreso a su ciudad volvió con sus padres pues su marido tenía que continuar navegando. Las navegaciones de esos años eran más largas que las actuales, por ello cuando el marido de Dora regresó, su primer hijo ya había nacido. Él no asistió al parto... Para ella esos meses de gestación y parto fueron muy duros. Sí, estaba casada, pero sin Él a su lado, desilusionada, las cosas no salían como ella había imaginado. Se aferró a ese niño. Pasaban meses sin ver a su marido, se sentía como una madre soltera.

La vida continuó, Dora embarcaba con su marido, recorría kilómetros en su coche o en avión hacia el puerto donde atracaba el barco. Viajaba con su niño, buscaba la felicidad en esos encuentros, pero Él no cambiaba, frío, distante. Cuando el niño tenía cinco años, nació su segundo y último hijo. Su vida se complicó, no podía viajar con dos niños, uno en edad escolar y el otro un bebe. Hasta que pudo lo hizo por carreteras, aeropuertos, pero tras unos pocos años al mayor lo metió en un buen internado con todo el dolor de su corazón. Tuvo que hacer de padre y madre, no tenía otra opción, era madre pero también esposa.

Viajó casi por todo el mundo tras su marido. Lo hizo todo por Él, pero sin ser correspondida, pues para tanto sacrificio nunca obtuvo la respuesta tan deseada y buscada. Logró ser independiente, viajar, conoció países y culturas, pero ¿qué precio tuvo que pagar? Dio carrera a sus dos hijos, les formó moralmente, educó, les dio cariño como madre, pero a los dos hermanos les faltó la imagen paterna y a Dora la de marido.

Sus hijos se casaron, fue abuela. Cuando Él se jubiló, Dora se dio cuenta que vivía con un completo desconocido. La felicidad tan buscada y deseada no llegó. Por último, un día preguntó a su marido: “¡Javier!, ¿por qué te casaste conmigo?”. La respuesta que obtuvo fue: “Quería una mujer joven, bella y con clase a mi lado”.

Ana Pérez Urquiza ©
Enero 2010

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ana,

Triste realidad que enfocas, un texto muy ágil ,letras muy bien hilvanadas, conformando un buen escrito.

abrazos

V:

Anónimo dijo...

Espero que llegar a los sueños a cambio de guardar lo más valioso, los sentimientos, haya pasado a la historia. Quiero creerlo. Un viaje por la vida, lleno de ansia...Lines

Flor dijo...

Ana has vuelto de las vacaciones con las pilas bien cargadas y describes con tu historia la hipocresia de la vida,genial como siempre,besitos.


Me vas a permitir que desde aqui de la bienvenida a uve ya que tu preguntaste por ella,es un placer de nuevo leer sus halagos y sentirla un poco mas cerca,pues su ausencia ya nos dolia.