miércoles, 24 de febrero de 2010

AGENCIA MATRIMONIAL




Hace cuarenta años, la gente de “Markina” no conocía Internet y por tanto ignoraba el mundo mágico que se estaba fraguando entre cables y los dígitos 0 y 1. Pero a falta de Tecnología punta, algunas personas desarrollaron formas sutiles para emparejar a gente de cierta edad.

Había, pues, en mi pueblo natal una agencia matrimonial. Se llamaba “Kuretzebarri” y la formaban José Mª Arrizabalaga, alias El “Casamentero” y su mueblería artesana. Alcanzó cierta reputación, aunque yo sólo conocí y conozco a una pareja que había pasado por esa agencia. Ella se llamaba Margarita y él Ramón. Margarita se vestía y se arreglaba como si fuera una marquesa. Es suya la frase: “Yo no me peino para un aldeano” y tenía razón porque Ramón no trabajaba en una aldea, ni en ningún otro lugar. Debió de ganar muchos dólares en el corto período que pasó en EE.UU.

El Casamentero expuso a Ramón las cualidades físicas, amén de las virtudes que poseía Margarita y Ramón asintió en verla. El encuentro tendría lugar en la mueblería, a las cinco de la tarde, del segundo sábado del mes de Octubre (día de la feria comarcal). Si Margarita le aceptaba como pretendiente, tendrían seis meses de noviazgo. El segundo sábado del mes de Abril –una semana antes del enlace matrimonial, Ramón tendría que abonar el importe del mobiliario: una cama matrimonial con sus dos mesitas, un armario ropero, el juego de tocador y dos preciosos sillones. Todos los muebles habían sido tallados por él mismo y por los mejores ebanistas de la provincia. Para que os hagáis una idea, el juego de tocador costaba un millón de pesetas. (Podéis echar cálculos de lo que El Casamentero se llevaba por un exitoso matrimonio).

El verano pasado, les vi a Margarita y a Ramón paseando por el “prado de Markina”. Iban agarraditos del brazo y se les veía como dos “pinceles”. Caminaban pausadamente. ¿Será porque ya pasan de los ochenta o será que todavía a sus ochenta años necesitan oír los elogios de amigos y convecinos?

II Parte.-
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El Casamentero solía veranear en Ondárroa. Vivía en casa de su hija mayor: Mari, una joya de hija. Hacia las seis de la tarde Mari extendía mesitas y más mesitas cubiertas de mantelitos y servilletitas hechos por ella, desplegaba sillitas y más sillitas bajo los toldos alineados de la playa y ¡ale¡ a merendar: padre, madre, hijos y amigos. Después de la merendola, El Casamentero se sentaba en su trono y nos vigilaba a las veinteañeras. Vestía bañadores de tela que por la cintura dejaban la barrigota al aire y por abajo, por la ingle izquierda asomaban sus partes más íntimas que la brisa y su mano acariciaban.

Ante tal espectáculo, mi hermana y yo corríamos al agua. Mi hermana tragaba agua a bocazos, mientras nadaba y reía a carcajadas. A mí la visión me producía repelús. De vuelta a las toallas, mi hermana se secaba y se cambiaba de bañador en el saco amarillo de cuadritos y se marchaba a hablar con Mari y a admirar los trabajos de ganchillo que ésta creaba. Después me cambiaba yo de bikini. Tenía varios, pero el que compré en EE.UU. era el más bonito de la playa. Su color -entre rosa y fucsia- y con un top que se podía sujetar de tres formas diferentes, era la envidia de mis amigas. A alguna de ellas le sirvió de modelo.

Cuando me casé y ya de maestra en el pueblo, después de las clases, repartíamos las meriendas a los/as hijos/as y nos dirigíamos al “prado” donde se hallaban los columpios. El paseo más lógico y corto era por la calle ZEHAR KALEA pero ¡ay! allí nos esperaban La Mueblería y El Casamentero. Delante corrían los hijos, luego caminaban los maridos (excepto el mío), y por último íbamos las mujeres. Cuando pasé yo el viejo verde soltó: ¡adiós americana! Las amigas le rieron la gracia . Al día siguiente, metros antes de llegar al punto de encuentro, mis amigas empezaron con sus risitas. El gordinflón se levantó y mirándome dijo: “americana”. Yo me acerqué a él y le expliqué:

Creo que me confunde con otra. Yo soy de Markina (de toda la vida). Mi tiíto se llamaba Miguel. Me casé con un inglés de Gran Bretaña y sólo he estado una vez en EE.UU.

Se hizo el silencio, yo retomé el paso pero al instante oí: ¡Adiós americana!

No lo he visto desde aquella tarde. Le imagino a las puertas del cielo contando a San Pedro sus hazañas como casamentero y los sueños eróticos que se tejía en su mente calenturienta mientras nos escudriñaba a las jóvenes veinteañeras.

Isabel Bascaran ©
Vitoria, 21 de Febrero de 2010

2 comentarios:

Flor dijo...

Con cada uno de tus relatos nos das una clase magistral,ademas cada día te vamos conociendo un poquito mas,eres grandiosa,gracias por compartir tu sabiduria,besitos.

M.Carmen I. dijo...

Kaixo Isabel.
Desde el dia que di con los relatos de mi amiga no hay dia que no la visite.
Muy bueno lo del casamentero.
Era conocido en el pueblo.
Musu Asko Asko tu amiga Maika