sábado, 26 de junio de 2010

LA RUTA DEL CARES

Comenzamos una marcha
por caminos y senderos,
pedregosos y empinados
junto al río sus montañas.

Era un día muy agobiante,
comenzaba la mañana,
caminamos muy despacio
por culpa de la solana.

Unas vistas impresionantes
de las montañas muy altas,
donde anidan gavilanes
con los buitres y las águilas.

Las nubes como algodón
en la cima se paraban,
las cascadas presurosas
hacia el río ya llegaban.

Eran aguas cristalinas
que de la cima bajaban,
había cabras montesas
que por los riscos saltaban.

Anduvimos varias horas
y el cansancio se notaba,
nos paramos un momento
y bebimos algo de agua.

La plantilla de los pies
me dolía y me quemaba,
nos sentamos a comer
muy cansadas y agotadas.

Tras comer nos dirijimos
al camino de bajada,
evitando nos cogiera
el cansancio y la galvana.

Más llegó pronto la tarde
cuando el sol ya se ocultaba,
y el regreso fue mejor
con la brisa en nuestra cara.

Corríamos con ambición
de llegar a nuestras casas,
disfrutando de aquel día
que a las entrañas llegaba.

Aspiramos aire puro,
de las hierbas aromáticas,
aire fresco que venía
de las hermosas montañas.

Durante el camino pasamos
ratos de vértigo y miedo,
por las curvas y altitud
que tiene el despeñadero.

Vimos nieve entre las cumbres
como sábanas muy blancas,
que con el sol se reflejan
y brillan como la plata.

Ondeando el desfiladero,
y a muy larga distancia
el río se va ocultando
entre piedras desgastadas.

Una vez hice la ruta
muy contenta e ilusionada,
pues no hay cosa más hermosa
que ver cerca las montañas.

Y aunque fue hace varios años
y ya no pueda volver
me conformo recordando
todo lo que allí disfruté.

Blanca Santos Gutiérrez ©
12-6-2010

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