martes, 1 de junio de 2010

UNA TARDE DE MAR


Se habían adentrado en el mar más de la cuenta. Aquella tarde decidieron salir a disfrutar ellos solos, sin familia ni amigos; sería bueno para hablar de sus problemas tranquilos.

La tarde iba cayendo y “un frío vientecillo soplaba desde la costa”. Elsa entró a ponerse un grueso jersey de colores que ella misma había tejido y volvió a salir a cubierta. El mar se aquietaba. Se quedó contemplando el paisaje; desde allí no se distinguía la playa, pero sí en lontananza las casitas de los montes con las montañas al fondo cubiertas de nubes sin casi apreciarse.

Juan la había dicho “que podían discutir” sus puntos de vista en aquel problema endiablado que los tenía sumidos en un sin vivir.

Echaron el ancla y la embarcación quedó a merced del vaivén de las olas meciéndolos. Hablaron, discutieron sus puntos de vista y después ya más tranquilos hasta merendaron. Los restos estaban esparcidos por la mesa. Una botella de vino tinto, empanada y fruta fresca.

Su marido seguía pilotando, atento, la pequeña embarcación que con tanto sacrificio consiguieron comprar hacía algunos años.

El horizonte se oscurecía, pero el suyo se iba aclarando.

“Juan se volvió a mirarla con complicidad y la sonrió” Elsa le devolvió también una amplia sonrisa y un beso en el aire”. La tormenta, su tormenta, se esfumaba y la cordura y el amor que se tenían iba madurando; se comprendían cada vez mejor

Elsa sigue contemplando la estela que va dejando la embarcación y se acuerda de repente de una frase que escuchó a alguien. (van subiendo los peldaños de la vida y ahora están en un descansillo, el descansillo de la felicidad)


Mª Eulalia Delgado González ©
Mayo 2010

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bonito Laly!!!
Un beso: Ana