sábado, 6 de noviembre de 2010

EL ENCUENTRO

La tienda Interflora requirió mis servicios. Colocaron el extraño encargo con rigor, pero con mucho mimo en el asiento de atrás.

El recorrido se asemejaba a una de esas etapas duras que emprenden los ciclistas. En el ascenso al puerto de Izua, primera categoría, elegí una música de fondo relajante para que no se percataran del precipicio; creo que alguna se durmió. Desde lo alto, hasta la señal de Aginaga, disfrutaron de un airecillo suave y natural mientras el automóvil bajaba plácidamente.

Pronto les expliqué:

-Señoritas, dejamos Gipuzkoa y nos adentramos en Bizkaia. No me prestaron mucha atención. Pero pronto nos encontramos en el tramo letal; orillados hasta las zarzas, una curva de 90 grados daba paso a otra de 180. Desde el espejo retrovisor vi que alguna se tornaba pálida, alguna jovencita se desvanecía.

-Por favor, bellezas: respiren hondo que sólo nos quedan dos revueltas.

Ellas fueron formales. Tomé la bifurcación anterior al pueblo. De nuevo otro ascenso, esta vez de segunda categoría.

-¿Ven ese hermoso caserío blanco? Es ahí. Esa es su meta. -Ellas se retocaron.

Al primer toque de claxon salió una mujer bajita, linda y alegre. A la segunda llamada apareció ella. Era una joven de unos veinticinco años. Risueña, con una melenita negra; tez blanca y tersa. Llevaba un vestido verde, sencillo, pero que le quedaba como un guante.

Estiró sus torneados brazos, también sus bellas manos adornadas por uñas lacadas de rojo, y rodeó el cuerpo búcaro con voluptuosidad. Sus ojos se posaron en las preciosas rosas rojas, luego se fijaron en las frágiles orquídeas, después en las azules campánulas. Sus pálidos labios rozaron los pétalos de los lirios, besaron los capullitos de las prímulas. Su boca probó la textura del jazmín y esnifó el néctar de la lavanda. Y así rezumando placer fue alejándose silenciosa en sus sandalias de cuero.

La madre, feliz, se despidió por las dos.

Con las manos nerviosas sobre el volante, los ojos fijos en la sinuosa carretera fui reviviendo el encuentro. Sus brazos se extendían, ¡se extendían, esta vez hacia mí! Sus labios buscaban los míos. Su naricilla aspiraba mi Old Spice Mis manos se aferraron al volante. Esta vez sus brazos rodearon mi cuello. "¡Ay, las malditas curvas!". Sus labios humedecieron mi lóbulo derecho; parpadeé para deshacer la neblina. Ahora, sus manos acariciaban mi camisa; todo me asfixiaba. Por fin la frontera. Un solo segundo para apagar el motor.

Isabel Bascarán ©
Noviembre 2010

3 comentarios:

Flor dijo...

Isabel a ti tambien te echamos en falta,este taller sin alguno de sus componentes,no es el mismo.

No se escucho tú voz
esta tarde en el taller
pero hoy de nuevo tu letras
me han vuelto a sorprender

Cuidate mucho y ponte bien enseguida,no quiero volver a añorar tú presencia,besitos.

Anónimo dijo...

espectacular¡¡¡¡
parece que estoy oliendo ese ramo lleno de esencias...
me ha encantado bss jezabel

Anónimo dijo...

Se me ha puesto la piel de gallina... ya me han dicho que no pudiste estar para leerlo, seguro que en tu voz hubiese sonado aún mejor.

María