jueves, 4 de noviembre de 2010

HERMANAS


Estaban esperando según se entra al recinto, aprovechando una cena-fiesta multitudinaria. Buscaban entre aquel gentío a compañeros de entonces, pero era una tarea difícil. A pesar de los restantes 407 asistentes, pudimos sentarnos juntas entre el alboroto general. Estábamos más o menos, en la mitad del polideportivo, en la mesa intermedia con otros 80 comensales.

Gracias a la altura del recinto, los humos del tabaco, las conversaciones y el calor, se diluía en el espacio. La organización se encargó de todo, estaba correcto a pesar del gentío allí reunido.

Teníamos enfrente un grupillo de muchachos jóvenes y mujeres de más o menos mi edad; el ambiente fue caldeándose poco a poco, saludábamos a diestro y siniestro, mientras pasaban a sentarse. Cientos de "¡holas!, de cuánto tiempo sin verte, claro vivimos fuera, luego hablamos…", besos y abrazos urgidos en el incesante pasar entre las sillas, etc.

Al fin sentadas, pudimos mirarnos y ver nuestro aspecto, el exterior y el interior.

Para mi gusto están un poco delgadas, pero se las ve sanas, fuertes y felices. Comenzamos mil conversaciones, otras tantas risas, compartiendo con las personas más cercanas.

-¿Reconoces aquel chico?, es Miguel

-¿Aquél es Miguel?, ¡no ha cambiado casi nada!

Hablamos de nosotras, de los parecidos a nuestros padres o a nuestros hijos, aunque noté más esa similitud genética en mis hijas, sus sobrinas. Era la primera vez que estábamos realmente solas y despreocupadas, una circunstancia bien difícil, pues los trabajos, la crianza de hijos y nuestras parejas, otras ocupaciones y ese algo de lejanía, nos tiene incomunicadas; quizá por eso, por ser escasa la distancia, nos esforzamos menos en vernos.

Las guasas subieron de tono, cuando una de las chicas del otro lado, sacó un paraguas, lo abrió y siguió cenando. Nuestro asombro fue mayúsculo, nos miramos y surgió la risa. Barajamos mil motivos para esta decisión, desde que había bebido algo, o simplemente, una superstición; nuestra sorpresa siguió creciendo, al ver gotas de agua bajando por aquel tenso tejido; pero no quedó ahí la cosa, la hermana de la emparaguada se quejó amargamente de que si no inclinaba ese instrumento a un lado, se mojaría más que ella.

Los chicos de enfrente nos miraban asombrados, quizá pensaban que nuestra edad era la adecuada para ser unas damitas serias y formales. Al final se unieron a nuestras chanzas, conversaciones y chistes.

He ido descubriendo algo sobre esta gotera, pervive en el polideportivo desde siempre, dependiendo de la dirección del viento y de la lluvia, aparece esta huésped, que hoy asomó celosa, queriendo participar del encuentro de aquella multitud en alegre reunión.

Nuestra contertulia, con más capacidad de resolución, recomendó juntarse hacia los lados para dejar espacio a la gotera protagonista del entuerto acuoso, trasladando a una persona a la cabecera de la mesa. Así quedó ese lugar libre para la gota en soledad, apropiándose del lugar central de la misma.

Seguimos departiendo, hasta que llegó la hora de la foto de todas las promociones de picayos. Ellas acudieron obedientes a las gradas que sirvieron de apoyo escalonado, casi 400 estaban preparados, quedamos fuera los acompañantes, los fotógrafos, periodistas y medios de comunicación en general.

Hecha la foto regresaron. Comentaron después una anécdota; por lo visto fueron requeridas por una señora.

-¡He, mozucas!, vosotras no podéis estar en la foto, es sólo para picayos.

-¡Qué dice mujer, somos de la promoción del 84-85!

-Pues a ver, ¿Quiénes sois?

Dieron sus nombres.

-No me lo creo, ¿y tus padres, quiénes eran vuestros padres?, ¡a ver a ver!

Con paciencia, dijeron los nombres, incluso los apellidos y, hasta el domicilio familiar.

La señora en cuestión cayó del “guindo” y se disculpó, con ellas, y después conmigo, un tanto agobiada.

-Es que han cambiado tanto, el despiste y esta memoria.

-No pasa nada mujer, es normal.

-¡Hay hijuca, cuánto lo siento!, qué apuro pasé.

-No te preocupes, perdiste la pista.

Mis hermanas entre risas y una cierta sensación de haber sido interrogadas, en un tercer grado policial, regresaron a la mesa después de un buen rato, tropezándose en el camino de vuelta a muchos conocidos, igualmente residiendo en otros lugares.

Se abrió el baile y salimos escopetadas a la pista. Primero a lo suelto, después otros estilos, pasodobles, vals, rumbas, rock o latinos. Ahí estaba mi punto flaco, comenzó la diversión activa, además conociendo alguno de sus pasos, más a gusto y segura.

Pedí un baile a mi hermana menor.

-¡Bueno, a ver qué me haces que estás tú muy “estudia”!, comentó con una carcajada espectacular.

-Nada hermana, cosas sencillas, que no quiero hacerte sufrir, sólo bailar.

Pudo comprobar, que era más fácil de lo que imaginaba.

-Angelines, ¿sabes que te pareces a papá bailando?

La sorpresa y el orgullo se mezclaron dentro de mí, primero porque no recordaba que mi padre bailara, lo segundo que parecerme a él, aunque tan solo sea en eso, me satisfizo al máximo.

Bailé luego una bachata con la mayor, se dejaba llevar y retenía fácilmente los pasos.

Llegó el momento de las remembranzas, músicas de veinte a treinta años atrás, de sus movimientos y aquella especie de coreografías, e incluso, acompañando a coro las letras por todos los allí congregados.

Después de casi tres horas en movimiento, ellas se rindieron y yo decidí irme también, si bien es cierto, que hubiera seguido una hora más.

Un encuentro disfrutado plenamente, cariñoso, un placer a repetir, vivir momentos relajados con ellas, además ayudaron a insertar en mi memoria, vivencias infantiles, algunas menos agradables, pero al fin, parte de mi vida, de la suya, del tiempo…

Es una suerte que me quieran, hasta con los traspiés cometidos entonces.

¡Siempre hermanas, siempre... !


Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
16 de octubre de 2010

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Casi te estoy viendo la cara de satisfacción al oír que bailas como tu padre...

María

Flor dijo...

Bello encuentro con tus seres queridos,regado por cariño y bailes armoniosos,ademas de una gotera,besitos.

Anónimo dijo...

¡Siempre hermanas, siempre¡.....Asi son los autenticos encuentros DOLO