domingo, 21 de noviembre de 2010

LA CASONA Y YO

Vengo de la vera de los valles,
paso con cansancio y sin esmero,
tengo mil tristezas en los ojos
soplo de corrientes en lamento.

Vengo de soñar sin detenerme
torno de cuidar a mis abuelos,
dando por el prado hasta vaivenes
dejando tan baldíos mis deseos.

Siento que se dejan en la entrada
tantas ilusiones de otros tiempos.
Ahora la familia vuela sola
siguen renovando sus proyectos.

Somos esa casa que se queda
yerma, desgajada por el viento,
ojos sus ventanas que se atrancan,
tejas inclinadas, casi en vuelo.

Hay hasta tabiques encorvados
y ellos se doblegan por sus huesos,
esos canalones descolgados
de la ancianidad que yo contemplo.

Las ajadas puertas de maderas
son viejas orejas en su aspecto,
ven sus ojos hoy con cataratas,
vidrios deslucidos y con velos.

Esas humedades de la casa
ceden constipados, sufrimientos,
y esas grietas en los ventanales
pueden ser heridas en los sueños.

En habitaciones desertadas
silban hoy en sus oídos, ecos,
son casi sorderas que les privan
de algunos cariños o lamentos.

Ya los escalones hacen ruidos
o articulaciones en su duelo,
acaso las paredes agrietadas
fueran finas pieles y el cabello.

Somos estas casas donde moran
y como nosotros, posan presos,
es la senectud que nos transforma
y unos cuantos años, mil esfuerzos.

Mientras, en la casa se distinguen
las reparaciones en silencio,
buscan las mejoras necesarias
para resistir, aun siendo viejos.

Porque amigos míos he pensado
que nuestra epidermis es atuendo,
es nuestro interior donde guardamos
nuestra juventud y los recuerdos.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
9 de noviembre de 2010

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