El presidente de la Asociación Musical Virgen de la Barquera visitó nuestro Taller de Escritura para proponernos si nos parecía bien hacer un Recital Literario en su nueva y remozada sede de la Barquera, y nos pareció a todos una idea excelente.
Rafael, nuestro director nos recomendó que para tal evento escribiéramos algo relacionado con el mar, con los muelles, la pesca, los marineros, el Santuario, o la agrupación de tambores y cornetas, y yo me decidí por el Mar.
Por eso, Mar, me llegué hasta la playa para verte de cerca y hablar de ti con una imagen reciente. Te encontré enfurecida, Mar. Estos días sufriste un ataque de locura y arremetiste violenta y colérica contra la sufrida costa para destruir sin piedad cuanto te fue posible. ¡Maldita sea tu furia, Mar! Y maldita tú, cuando pierdes la compostura.
Durante largos minutos observé tus movimientos que no ocultaban tus malévolas intenciones: aprovechándote de que la playa estaba desierta, de que en aquél momento no entraban ni salían barcos cuya tripulación te pudiera acusar, batías con fuerza el espigón, como a traición, como con odio. Te ensañabas en él empujándole con tus brazos enormes en forma de olas gigantescas, y tratabas de derribarle. En tu retroceso te amparabas en las rocas emergentes sobre las que estribabas para regresar con furia renovada, y repetías sin descanso tus terribles embates…
El cielo estaba encapotado, y tú, camaleónica siempre, vestiste su gris sombrío para confundirte con él, allá en el horizonte; pero a media distancia ya se adivinaba tu movimiento ondulado y tenebroso que venía a desvanecerse, convertido en sucia espuma, sobre la playa empequeñecida y triste. De tus entrañas salían sordos rugidos que atenuados por la distancia, y confundidos con el reventar de tus olas, llegaban a mis oídos.
La luz de la tarde había perdido sus brillos, y nos envolvía a ti, a mí y al paisaje entero, en un resplandor mortecino, que a duras penas nos llegaba de poniente.
Motivado por todo ello no pudo mi mente ver otra cosa que no fuera tu saña y crueldad de movimientos, y pensé en los cuerpos de bañistas incautos que a traición tragaste; en los pesqueros engullidos en altamar sin opción al salvamento, en los paquebotes zarandeados sin piedad, y en los maremotos con los que, asociados con huracanes, barriste sin compasión, poblaciones enteras llevándote por delante, vidas, casas y enseres de gentes pacíficas e inocentes…
Te sorprendí en mal momento, Mar. Por alguna razón que tu sola conoces has vivido unos días de furia enloquecida, y no puedo contar de ti más que lo que tu estampa embrutecida me inspiró.
Todos hacemos cosas que no debemos hacer; yo también. Por ello te prometo volver en primavera, cuando en este local resuenen los ensayos de cornetas y tambores para festejar la Folía, porque estoy seguro que su música aplacará tu furia. El redoble de los tambores amansará tu ira, y vendrás dulce y azul para adormecerte plácidamente sobre la playa dorada. Entonces, Mar, volveré a escribir para contar como es tu cara buena, que todos sabemos que también la tienes….
Jesús González ©
Noviembre 2010
Rafael, nuestro director nos recomendó que para tal evento escribiéramos algo relacionado con el mar, con los muelles, la pesca, los marineros, el Santuario, o la agrupación de tambores y cornetas, y yo me decidí por el Mar.
Por eso, Mar, me llegué hasta la playa para verte de cerca y hablar de ti con una imagen reciente. Te encontré enfurecida, Mar. Estos días sufriste un ataque de locura y arremetiste violenta y colérica contra la sufrida costa para destruir sin piedad cuanto te fue posible. ¡Maldita sea tu furia, Mar! Y maldita tú, cuando pierdes la compostura.
Durante largos minutos observé tus movimientos que no ocultaban tus malévolas intenciones: aprovechándote de que la playa estaba desierta, de que en aquél momento no entraban ni salían barcos cuya tripulación te pudiera acusar, batías con fuerza el espigón, como a traición, como con odio. Te ensañabas en él empujándole con tus brazos enormes en forma de olas gigantescas, y tratabas de derribarle. En tu retroceso te amparabas en las rocas emergentes sobre las que estribabas para regresar con furia renovada, y repetías sin descanso tus terribles embates…
El cielo estaba encapotado, y tú, camaleónica siempre, vestiste su gris sombrío para confundirte con él, allá en el horizonte; pero a media distancia ya se adivinaba tu movimiento ondulado y tenebroso que venía a desvanecerse, convertido en sucia espuma, sobre la playa empequeñecida y triste. De tus entrañas salían sordos rugidos que atenuados por la distancia, y confundidos con el reventar de tus olas, llegaban a mis oídos.
La luz de la tarde había perdido sus brillos, y nos envolvía a ti, a mí y al paisaje entero, en un resplandor mortecino, que a duras penas nos llegaba de poniente.
Motivado por todo ello no pudo mi mente ver otra cosa que no fuera tu saña y crueldad de movimientos, y pensé en los cuerpos de bañistas incautos que a traición tragaste; en los pesqueros engullidos en altamar sin opción al salvamento, en los paquebotes zarandeados sin piedad, y en los maremotos con los que, asociados con huracanes, barriste sin compasión, poblaciones enteras llevándote por delante, vidas, casas y enseres de gentes pacíficas e inocentes…
Te sorprendí en mal momento, Mar. Por alguna razón que tu sola conoces has vivido unos días de furia enloquecida, y no puedo contar de ti más que lo que tu estampa embrutecida me inspiró.
Todos hacemos cosas que no debemos hacer; yo también. Por ello te prometo volver en primavera, cuando en este local resuenen los ensayos de cornetas y tambores para festejar la Folía, porque estoy seguro que su música aplacará tu furia. El redoble de los tambores amansará tu ira, y vendrás dulce y azul para adormecerte plácidamente sobre la playa dorada. Entonces, Mar, volveré a escribir para contar como es tu cara buena, que todos sabemos que también la tienes….
Jesús González ©
Noviembre 2010
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