jueves, 2 de diciembre de 2010

EL MAR

El presidente de la Asociación Musical Virgen de la Barquera visitó nuestro Taller de Escritura para proponernos si nos parecía bien hacer un Recital Literario en su nueva y remozada sede de la Barquera, y nos pareció a todos una idea excelente.

Rafael, nuestro director nos recomendó que para tal evento escribiéramos algo relacionado con el mar, con los muelles, la pesca, los marineros, el Santuario, o la agrupación de tambores y cornetas, y yo me decidí por el Mar.

Por eso, Mar, me llegué hasta la playa para verte de cerca y hablar de ti con una imagen reciente. Te encontré enfurecida, Mar. Estos días sufriste un ataque de locura y arremetiste violenta y colérica contra la sufrida costa para destruir sin piedad cuanto te fue posible. ¡Maldita sea tu furia, Mar! Y maldita tú, cuando pierdes la compostura.

Durante largos minutos observé tus movimientos que no ocultaban tus malévolas intenciones: aprovechándote de que la playa estaba desierta, de que en aquél momento no entraban ni salían barcos cuya tripulación te pudiera acusar, batías con fuerza el espigón, como a traición, como con odio. Te ensañabas en él empujándole con tus brazos enormes en forma de olas gigantescas, y tratabas de derribarle. En tu retroceso te amparabas en las rocas emergentes sobre las que estribabas para regresar con furia renovada, y repetías sin descanso tus terribles embates…

El cielo estaba encapotado, y tú, camaleónica siempre, vestiste su gris sombrío para confundirte con él, allá en el horizonte; pero a media distancia ya se adivinaba tu movimiento ondulado y tenebroso que venía a desvanecerse, convertido en sucia espuma, sobre la playa empequeñecida y triste. De tus entrañas salían sordos rugidos que atenuados por la distancia, y confundidos con el reventar de tus olas, llegaban a mis oídos.

La luz de la tarde había perdido sus brillos, y nos envolvía a ti, a mí y al paisaje entero, en un resplandor mortecino, que a duras penas nos llegaba de poniente.

Motivado por todo ello no pudo mi mente ver otra cosa que no fuera tu saña y crueldad de movimientos, y pensé en los cuerpos de bañistas incautos que a traición tragaste; en los pesqueros engullidos en altamar sin opción al salvamento, en los paquebotes zarandeados sin piedad, y en los maremotos con los que, asociados con huracanes, barriste sin compasión, poblaciones enteras llevándote por delante, vidas, casas y enseres de gentes pacíficas e inocentes…

Te sorprendí en mal momento, Mar. Por alguna razón que tu sola conoces has vivido unos días de furia enloquecida, y no puedo contar de ti más que lo que tu estampa embrutecida me inspiró.

Todos hacemos cosas que no debemos hacer; yo también. Por ello te prometo volver en primavera, cuando en este local resuenen los ensayos de cornetas y tambores para festejar la Folía, porque estoy seguro que su música aplacará tu furia. El redoble de los tambores amansará tu ira, y vendrás dulce y azul para adormecerte plácidamente sobre la playa dorada. Entonces, Mar, volveré a escribir para contar como es tu cara buena, que todos sabemos que también la tienes….


Jesús González ©
Noviembre 2010

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