domingo, 5 de diciembre de 2010

EL MARINERO EN LA ATALAYA

Todos los días le veía sentado en la atalaya y al pasar le saludaba. Él se descubría la cabeza tapada con aquella vieja boina y sonreía, su piel estaba curtida y en su rostro se veía el paso de los años en altamar.

Nunca se había parado a hablar con él, pero aquella mañana lo notó cabizbajo; al saludarlo no sonrió como los demás días, y tampoco se descubrió la cabeza.

Se detuvo, lo miró, su cara estaba triste y tenía la mirada perdida, observando el mar.

-¿Le pasa algo?

-No, -contestó.

-¿Se encuentra bien?

El marinero Volvió la cabeza; en su cara había mucha tristeza y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

-Hoy es un mal día para mi, -le respondio-, se cumplen veinte años de aquel naufragio, en que yo tuve la suerte de sobrevivir, pero mis compañeros de tripulación no.

Ahora las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con los surcos de su piel,

-"¡Maldito día en que salimos a pescar!. -prosiguió con su mirada triste-. La mar estaba tranquila, pero de repente entró una galerna. No nos dio tiempo a nada, el viento nos arrebató los aparejos y las olas saltaban por encima del barco; corrimos a refugiarnos, tampoco dio tiempo, el barco naufragó. Oía los gritos de mis compañeros, no pude hacer nada, me aferré a una de las cajas de pescado, no recuerdo mas, sé que desperté en el muelle, estaba rodeado de gente, y alguien me hacia soltar todo el agua que mis pulmones habían tragado. Estuve varios días aturdido, sin recordar nada, hasta que me fui recuperando y descubrí la verdadera tragedia.

-Algunos de mis compañeros aparecieron una semana mas tarde. El mar los devolvió a tierra, se puede imaginar como. Lo más duro fue encontrarme a uno de ellos una tarde que estaba aquí, sentado. Había resaca y el mar lo trajo, su cuerpo estaba intacto, me pareció creer que se movía, corrí hacia abajo ilusionado, era imposible, eran muchos días en el mar, pero un impulso me llevaba hacia allí esperando que estuviera bien, cuando llegué a la orilla, la imagen que contemplé me desgarró por dentro.

-Sí, era José uno de mis compañeros y mi hermano, en sus manos tenía aferrada una figura de la virgen que llevábamos a bordo, fue imposible arrancársela. Esa imagen se me quedó grabada sin poder olvidarla, maldije al mar una y mil veces, casi enloquecí, estuve varios meses sin poder mirar hacia él".

Sin darme cuenta me había agarrado y le tenía abrazado. Él se dejó y nos fundimos en un sollozo compartido.

Ahora todas las mañanas me siento un rato junto a él y sin decirle nada, cogidos de la mano, miramos hacia el mar.

Flor Martínez Salces ©
Noviembre 2010

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