domingo, 5 de diciembre de 2010

RAZA MARINERA

Poco o nada queda por decir y escribir sobre los usos y costumbres de esta intemporal raza marinera que tiene por bandera su Mar Cantábrico.

Hoy y siempre, queremos recordar a esos curtidos pescadores de bajura o de altura, a esos marinos que consiguen hacer de su medio de subsistencia una filosofía de vida.
Nada parece asustarles cuando se encuentran en las tabernas de los puertos y comentan como, en la última travesía, veían desencadenarse una de esas tormentas en las que, este mar que nos baña, muestra toda su bravura amenazadora, sacudiendo las embarcaciones como si de un fino papel de fumar se tratase.

Casi sin tiempo para reaccionar el cielo azul se encapota tornándose en oscuros tonos grises donde los grandes nubarrones parecen participar en una alocada carrera, animados por el retumbar de los truenos y las fugaces filigranas trazadas por las descargas eléctricas.

Los curtidos marineros van narrando sus peripecias para quien las quiera escuchar.
Sus mujeres les atienden sobrecogidas por la angustia al pensar que tanta valentía puede costarles la vida. Es en esos días en los que arrecian las tormentas cuando las mujeres de los marinos escrutan con ansiedad la mar, invocando con lamentos a sus dioses y vírgenes para que nuevamente hagan un milagro y se los devuelvan sanos y salvos a puerto.

¡Ay Virgen de la Barqueruca gloriosa!

Rezan para que las embarcaciones resistan los envites del mar embravecido y sus maridos, padres, hijos o hermanos tengan la calma y la destreza necesarias para ganarle la batalla, una vez más, a la fuerza de la naturaleza.

Estarán calados hasta los huesos, tiritando de frio y miedo pero ellas saben que no se rendirán.

El sonido de las olas y el viento en la bocana de la ría las hace estremecer, y abrazadas unas a otras comienzan de nuevo la misma plegaria.

¡Ay Virgen de la Barqueruca gloriosa!

Mientras en la inmensidad del mar, luchando con destreza, energía y denodado valor, un pequeño grupo de hombres, algunos casi niños, dejándose guiar con fe ciega por su patrón, logran salir, una vez más del peligro.

Amaina la tormenta y todos rezan en silencio, a su virgen como tantas veces han hecho y seguirán haciendo todos los días de su vida.

Laura González ©
Noviembre de 2010

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