viernes, 21 de enero de 2011

SIETE Y LAS HADAS


Llegamos a la casa hotel donde pretendíamos pasar aquellas mini vacaciones después de atravesar media Europa; era bastante grande y llamaban la atención sus siete chimeneas en el tejado, algunas parecían por si mismas un motivo para admirar la arquitectura modernista. Tres de ellas eran enormes, dos cuadradas y sencillas, una estaba redondeada o al menos eso parecía desde abajo, supimos luego que era octogonal y ofrecía esa visión engañosa de lejos, la última era algo “chaparrita” y llena de adornos, casi parecía provenir del rococó.

Coincidió que nosotros también éramos siete; mientras, sacamos de los dos coches el equipaje.

-Tonio, recoge bien el plástico del maletero y tápalo, no sea que llueva y entre el agua mojándolo todo.

-Desde luego Pedro tienes narices, lleva sin arreglar ese agujero dos meses, -a ver si haces las cosas hombre que por ahí podría empezarse a llenar de roña la chapa.

Descargamos todas las mochilas para el día siguiente. Pretendíamos hacer la ruta de la montaña “Miedo”. Por lo visto al otro lado de esa montaña, desde su cumbre se ve una peculiaridad. Posee tanta altura como profundidad, con lo que desde la cima se forma un precipicio considerable. Por lo característico de la coincidencia del perfil en la hondura con la elevación, se le dio ese nombre, la Montaña del Miedo y también por otra causa que vimos en el primer contacto.

Esa misma tarde decidimos ir a recorrer la falda de la montaña y ver desde la base aquel despeñadero. Nos recomendaron prudencia, aquel día no estaba muy claro y la niebla se depositaba en el fondo, pero el gusanillo de aventura que recorría nuestras venas, pudo con las recomendaciones y salimos casi corriendo después de tomar un bocado para no cargar el estómago; también colocamos todos los atavíos para el día siguiente y así, hacer tiempo para digerir los alimentos. Comenzamos la caminata en un sedante paseo.

El bosque estaba aquel día un tanto triste, caía una especie de bruma sobre la copa de los árboles, buen momento para las carantoñas de Luisa y Jesús; desde que se descubrieron como pareja estaban inaguantables, ¡qué melosos por Dios!, no caminaban ¡volaban!

-Jesús mirad por donde pisáis que vais a llevaros alguna moñiga por delante.

-¿Qué?, -contestaron al unísono Jesús y Ana.

-Jolín, no sabía que el amor volviera sordo. –repitió el aviso.

-Ah vale, no te preocupes, tendremos cuidado con las ortigas.

-¿Con las ortigas?, jajajaja, qué entendederas, déjalo Tonio, que pisen lo que quieran, seguramente tampoco notarán el olor.

Recorrimos un kilómetro por la zona, preciosa a pesar de ser en su mayoría piedras peladas, tenía el aspecto de una visera; mil formas llenaban esa pared interior; grutas de donde salía silbante la corriente ululando como jauría de lobos, otras parecían las caras descabezadas de algunos grabados de Goya o voladores azotados contra la pared colgados de aquel socavón inmenso, aderezados con el volar inquieto de algunos espectrales murciélagos asustados por Andrés al intentar colarse por otra de las cuevas de gran altura.

La humedad de aquel sombrío paraje producía miedo; el eco daba a todo ese entorno espectral, la impresión de ver trailers espectaculares de películas terroríficas.

Comprobamos lo que ya nos dijeron, la caída de la tarde con la calima del caluroso día, impidió ver la profunda sima. Volvimos con la esperanza de que se cumpliera la previsión climatológica del día siguiente.

Tan solo aparecer los primeros rayos de sol, estábamos ya dispuestos a la entrada pertrechados de todo lo necesario.

Nuestra guía apareció hablando un castellano bastante correcto, recomendó dejar algunas de las cuerdas y revisó si la ropa de abrigo era suficiente.

La pretensión era subir a la cima por la parte más sencilla. Comenzamos la caminata y a eso de las 11 de la mañana, llegamos sin dificultad a la picota. El sol ayudaba en esa posición a vislumbrar totalmente la caída hasta lo más profundo del precipicio, y sí, era cierto, parecía que Dios arrancara del suelo ese trozo y lo colocara como montaña justo al lado. ¡Impresionante!

Bajamos despacio por la ladera por un camino boscoso de pinos centenarios, al llegar a un claro nos quedamos atónitos con lo que quedaba a la vista, unas columnas nacidas del suelo en forma de chimenea.

-Estos montículos se han creado a base de la erosión durante miles de años, tienen como verán diferentes formas, en su parte más alta está el basalto, es la parte más dura y así protege el resto más endeble. –Lo explicaba nuestra guía otomana, mientras nuestros ojos asombrados no daban crédito.

-Juana apreció pequeñas ventanas en aquellas moles de hasta cuarenta metros.

-Es cierto –dijo Badra (el nombre de la guía quiere decir luna llena), se vivió ahí en tiempos e incluso se convirtieron en hoteles. Hoy son Patrimonio de la Humanidad.

Había por doquier, a cual más impresionante, nos acercamos y divisamos puertas y escaleras que llevaban a su -por llamarlo de alguna manera-, tejado. Eran diferentes, algunas parecían gorros de duendes o boinas manteniendo un equilibrio asombroso.

Sabíamos todos que esta región de la Capadocia, en Turquía, tenía bellezas naturales, iglesias excavadas en las rocas, o subterráneas ciudades, territorios pétreos asombrosos, pero las chimeneas nos tenían boquiabiertos, ¡que barbaridad natural!, la imaginación se quedaba pequeña ante semejante maravilla.

La sorpresa fue preparada por nuestra parejita, ¡quién lo iba a decir!, parecían no estar en este mundo pero consiguieron sorprendernos.

Volvimos cansados de tantas emociones, comentando la belleza de aquel paraje salido de un cuento, explicaba el porqué de su nombre “Las chimeneas de las Hadas”. Aún teníamos otra sorpresa. Una vez aseados, cenamos; al terminar nos hicieron subir a la zona del desván por unos escalones, accedimos a un gran pasillo recorriéndolo de lado a lado; al finalizar una mínima escalinata, nos encontramos en la gran chimenea octogonal, el contorno estaba convertido en un mirador redondo.

La luna llena en un cielo oscuro alumbraba parte de aquellas chimeneas naturales del parque, al otro lado se veían las luces de la ciudad de Urgrup, donde su iluminación artificial junto al de la Luna, producían en la lejanía un relieve ensoñador y romántico, sobre todo para nuestra parejita. Estaban un poco separados del grupo y sus perfiles se remarcaban entre la luz lunar y las sombras, alguien les sacó una foto. Si el paisaje natural tenía visos de ser un sueño, el urbano era una delicadeza para el alma.

Fue un viaje inolvidable lleno de sensaciones nuevas, escalofriados ante los caprichos erosivos, con la promesa de volver a ver aquellos pueblos subterráneos, a las iglesias rupestres y sus frescos o simplemente, la luna llena haciendo brillar el basalto pulido por el viento, coronando algunos perfiles de las “Chimeneas de las Hadas”.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
13 de enero de 2011

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