jueves, 17 de marzo de 2011

EL JARDÍN: "AL BORDE DEL ESTANQUE"


Un enamoramiento instantáneo el que ha sentido la pareja al pararse frente a mi cuadro. Buscaba, según el galerista, un Sorolla luminoso, pero fascinada ha salido con mi Edén bajo el brazo.

Pateando lo indecible, durante muchos días infructuosos, camino por un sendero casi virgen, en una de las islas Afortunadas. La maraña de yerbajos pegajosos, los montículos espinosos, la frondosidad punzante de los pinos me había hecho retroceder más de una vez. Pero, heme, aquí, hoy, que escudándome tras mi caballete, blandiendo mi estuche de colores. Tercamente, me aferro con mis botas a la tierra apenas hollada.

¡Ha merecido la pena! Es un deleite para los ojos y un azoramiento dulce para el corazón. No es el Paraíso situado por Mesopotamia, ni es el jardín de Hespérides ubicado en el Occidente, por la cordillera del Atlas.

Un estanque de aguas cristalinas refleja la frondosidad verdosa de los árboles, la matosidad de margaritas silvestres. Las aguas de velo fotográfico lucen nenúfares rosas. El estanque se halla salvaguardado por una balaustrada clara, rectangular. Adosadas a ella, se erigen varias pilastras, también claras, y sobre estas columnas posan macetas floridas: rosales enanos amarillos, rosales enanos anaranjados…
¡El día se ha vestido de gala para el artista!.

La luz del atardecer busca un espacio entre las copas de los árboles e ilumina la figura de una mujer. Es la flor más bella del entorno. Sobre el hombro derecho de su vestido blanco luce un mantón de seda, también blanco, con un ribete bordado de rosas rojas -sobre un sinfín de flecos filigraneros. Su mano derecha sostiene un sombrero de palma, rodeando la copa lleva un lazo de organdí adornado con un tocado de frutas exóticas. ¡Se la ve tan romántica! Aún así, ella se ha recogido el pelo con una cinta roja, y su talle queda más estilizado, si cabe, con un lazo encarnado. ¡Se la ve tan seductora!

Me voy acercando a esta nueva Eva, toda pureza, toda amor. Su cara serena como el atardecer. Ni graznidos, ni zumbidos, ni silbidos. Nada rompe su concentración Una lágrima surca su cara y agita mi cautela. Dirijo mi mirada al mismo punto que la suya. La luz, ahora, ocre-verdoso va dejando espacios claros. Ella sonríe. Me concentro toda. Sobre el reflejo de su vestido blanco se sobrepone la silueta blanca de una niña Sus miradas se magnetizan. Sus sonrisas y sus besos se encuentran y ambas se nutren

Aprovecho el embeleso para retirarme hacia mi atalaya. Delante de mi trabajo se me antoja que bien podría tratarse del estanque de los hijos deseados.

Isabel Bascaran ©
San Vicente de la Barquera,
3 de marzo del 2011

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