jueves, 17 de marzo de 2011

EL JARDÍN


Tiko y Suna, iban a ser papás de un momento a otro, era cuestión de días. Suna estaba preocupada, aún no tenían un hogar, caminaban y corrían escondiéndose y huyendo de peligros noche y día, estaba cansada, asustada, como primeriza que era. Su barriguita le pesaba cada vez más, deambulaban de huerto en huerto, sin encontrar un techo donde guarecerse, en esa lluviosa primavera.

Tenían una buena amiga, era Osna, la golondrina. Una tarde fue a su encuentro y les dijo:

- Tiko, Suna, venid al jardín en el que tengo mi nido, es bonito y tranquilo, está lleno de flores, el césped es muy verde, en la casa pasan los fines de semana un matrimonio mayor, les gustamos, pues me respetan el nido que hago en su tejado, no son como otros humanos que los destruyen, ellos no, me esperan en primavera, apenas tengo que restaurarlo con unas pocas hiervas secas. ¡Vamos , seguidme!

Osna, alzó el vuelo, hizo un quiebro y remontó. Tiko y Suna, se miraron, dijeron:

- Sí, vamos contigo Osna, guíanos.

Después de una larga caminata, entrada ya la noche, Osna, se posó en el bonito, arce del jardín, sus ramas estaban llenas de brotes verdes. Tiko y Suna se pararon ante la puerta de hierro escoltada por un seto de verdes cipreses ¡qué alto era todo para esta parejita de ratoncillos de campo!, Suna temblaba de miedo. Osna, les dijo:

-¡Rápido, rápido, entrad!... ahí, junto a la acera, al lado del rosal Tiko, comienza a trabajar, haz una galería durante esta noche, no hay tiempo que perder.

Cobijado por la oscuridad, comenzó con sus patitas a excavar el túnel, la tierra no era muy dura, excavaba y excavaba, las horas corrían. Al amanecer, Tiko, había terminado, subió y sacó su hocico por el pequeño agujero de la entrada, estaba amaneciendo, el cielo estaba anaranjado y cálido, con la mirada, buscó a Suna, que se encontraba, dormida y acurrucada.

- ¡Suna, Suna, despierta!.

Ella, abrió los ojos y comenzó a reírse, al ver el hocico de Tiko, manchado de tierra. El le dijo que podían bajar a su nuevo hogar, pero antes, se quedaron mirando a su alrededor.

Era un jardín no muy grande, pero coqueto, donde Suna había pasado la noche; había grandes margaritas de diferentes colores, blancas, amarillas, malvas... bordeando la acera de la entrada pequeñas florecillas blancas y verdes que desprendían olor a miel, esto les despertó el apetito . Todas las ventanas de la casa, tenían jardineras con bonitos geranios granates, estaban tan absortos contemplando todo, que cuando Osna llegó, se dieron un buen susto.

- ¿Qué estáis, haciendo aquí? veo que has terminado, así que id a vuestra casa.

Así, lo hicieron. ¡Qué calentito se estaba allí y que blandito, gracias a las hierbas que Osna les había traído!. Tiko, dejó a Suna, bien instalada y salió con Osna a buscar comida.

Marta , se levantó temprano, después del desayuno, le gustaba darse un paseo por el jardín, llegó hasta el rosal, y allí vio un agujero en el césped. Nunca había visto otro igual, puso una piedra encima y lo tapó, pensó que era un nido de culebra que tanto detestaba.

Cuando Tiko y Osna regresaron... ¡oh! no puedo quitar la piedra, Osna ¡ayúdame!, lo intentaron pero nada, no se movía. Osna dijo:

- Ahora vuelvo con ayuda, escóndete.

Al regreso, venía con Ciro, un sapo fuerte y musculoso que se puso de espaldas a la piedra, dio un gran salto y esta cedió dejando libre el agujero con sus potentes ancas de sapo.

Gracias, amigo, le dijeron los dos. Tiko, bajó la comida y cual fue su sorpresa al ver a Suna, rodeada de su prole, ¡ya habían nacido, y cuántos eran, diminutos y pelones!, empujándose los unos a los otros, gimoteando todos a la vez.

Tiko estaba feliz y perplejo, salió a contárselo a Osna, que estaba incubando sus huevos con su pareja, se alegraron tanto que fueron a conocer a la nueva familia.

Cuando, Marta llegó el fin de semana siguiente, comprobó atónita que la piedra estaba desplazada del agujero y le dijo a su marido que al día siguiente iba a comprar veneno. Osna, desde el tejado oyó la conversación y se apresuró a contárselo a sus vecinos.

- Tiko, Suna, la dueña va a comprar veneno, cree que es un nido de culebras, tenéis que abandonar la madriguera. -Suna dijo :

- ¿Y a dónde iremos?

- He hablado con Ciro, el sapo, rodeando su charca hay un prado verde, es un remanso de paz, allí continuareis vuestra vida. Entre mi pareja y yo, trasladaremos a los peques con nuestras patas está cerca, ¡venga empieza la mudanza!

Fue complicado, las crías se negaban a volar tan alto, Suna las tranquilizó, todo se hizo ordenadamente. El primero en llegar fue Tiko, después la bulliciosa y traviesa camada. ¡Qué divertido era eso de volar! Por último Suna.
Ciro, les dio la bienvenida y para sorpresa de todos había una galería hecha, era de otros inquilinos, unos topillos que la abandonaron un buen día.

A partir de ese momento, nuestra familia de ratones fueron felices, ¡y, no, no comieron perdices!, los ratoncillos de campo, no comen perdices.


Ana Pérez Urquiza ©
Marzo de 2011

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