martes, 18 de octubre de 2011

MI PRIMERA BAJAMAR


Si, así, como suena, porque es verdad. Me llamo Elvira y acabo de recalar en esta villa tan marinera que se llama San Vicente, de la Barquera. Soy como suele decirse de “tierra adentro” y sí, he visto muchas veces el mar, en televisión. En fotos, películas, cuadros, pero así, pudiendo tocarla no, y quiero hacerlo; sentir caminando, la fuerza del agua con la espuma en la orilla de la playa, como mi cuerpo pueda subir y bajar con el oleaje, y sobre todo observar con mis propios ojos, eso que parece tan inaudito, (la bajamar).

-Aquí es espectacular, -me dijeron unos amigos y por eso y solo por eso quiero ser espectadora de tamaño suceso.

De momento, desde la zona alta del pueblo puedo contemplar casi toda la ría, y está la mar alta, muy alta, casi no se ven los ojos del puente grande. (mareas vivas, me dicen). Dos gaviotas revolotean en estos momentos delante de mí chillando y se alejan posándose en un tejado más cerca del agua.

Cojo mi “bolsa de piscina” (ahora de playa) y me encamino hacia ella. Lo primero que me llama la atención al pasar por un puente más pequeño que el famoso de La Maza, es la fuerza con que pasa el agua por debajo de los ojos, como si se hubiese abierto alguna compuerta.

La mañana es dulce y sosegada, con una suave brisa, el sol aprieta, para la época en que estamos, y en el cielo solo se ven ligeras nubes blancas algodonosas. Ahora cruzo el puente grande y me fijo en que la mar sigue pasando rauda. Sigo mi camino y me doy cuenta de que desde esta parte el pueblo se ve precioso. Me encuentro una bifurcación para ir a la playa. Cojo la de la izquierda, bordeando el Camping del Rosal, hasta que me doy de bruces con unas pequeñas dunas que la separan.

Mi corazón late como un bombo, me meto por un pequeño vericueto y por fin ¡La playa, el mar, la mar, que gran tema para hablar!, Como se suele decir.

Descalzo mis sandalias y meto mis pies en la arena dorada, limpia y templada. ¡Qué gozada! Y corro hacia el agua, hacia la mar que me espera, con sus suaves olas en estos momentos, será para que no tenga miedo y su espuma rizada como si cadenas de puntillas lo adornasen, y en este momento soy feliz. ¡Por Fin!. Parezco una niña pequeña chapoteando y dando patadas al agua, mientras camino por su orilla. Me baño dejando que las olas acaricien mi cuerpo, pero cojo miedo, noto que al bajar la marea te arrastra un poco. Será cosa de bañarse la próxima vez al subir la marea. Y sigue bajando, dejando una señal grande de arena húmeda, una explanada grande limpia y dura.

Vagabundeo por la playa, me canso y me recuesto en una roca, diviso la bocana del Puerto y su espigón. Detrás, las grandes montañas parecen querer protegerlo todo.

Es hora de marcharse, y el agua sigue alejándose cada vez más de mí. Me vuelvo hacia el pueblo y al pasar por el puente casi pego un grito. ¡Es verdad!, el agua casi no existe, solo regatos y mucha arena. Los pequeños barquitos varados y las gaviotas picoteando casi todas juntas en el centro.

Ya he conocido la mar de cerca, su sabor salado, sus olas y espumas, su arena y su brisa, pero sobre todo su ¡increible bajamar!.



Mª Eulalia Delgado González ©
Octubre 2011

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