martes, 29 de noviembre de 2011

EN EL CAMPO.


En el campo nació “Nelucu”. Esto no lo digo porque fuera hijo de campesinos, que sí lo era. Lo que quiero decir es que nació literalmente en el campo. Verás: Su madre tenía una tierra sembrada a maíz en la mies de San Lorenzo, y como la mañana amaneció espléndida, decidió que debía aprovechar para “sallarla.” Empezaba a arrimar con su azada la tierra a las plantas más cercanas al camino, cuando sintió en el vientre el primer aviso.

Acostumbrada ella a retortijones y otras molestias, no le dio importancia alguna y continuó quitando malas hierbas al tiempo que mullía la raíz de los maíces, cuando de repente apretaron los dolores de parto. Las contracciones se empezaron a suceder tan continuas y violentas, que dejó caer la azada al suelo para sujetarse el vientre con ambas manos. Decidida se descalzó las albarcas para moverse mejor y volver a casa, pero Nelucu se negó a darle tiempo.

A la buena mujer no le quedó otro remedio más que gritarle a la vieja que segaba un “garrotau” de verde cerca de ella, para que por favor corriera a “El Coteru” a buscar a Nemesia la partera. Pero cuando la partera llegó, ya tenía su madre a Nelucu envuelto en el pañuelo de la cabeza.

Nemesia rezongó algo a cerca de las mujeres que eran capaces de “jedar” con tanta facilidad, mientras que con un trapo se apresuró a limpiar la tierra pegada al cuerpo húmedo del recién nacido.

-¡Jos, María! Nunca vi un “naciatu” tan “rebozáu” de tierra como “esti críu”…

Y la parida, para quien aquello no tenía ninguna importancia, si no era el tazón de “caldu de gallina vieja” que la abuela del “naciatu” le prepararía en cuanto la viera llegar en aquellas condiciones, agarró al “criaturu” en brazos y se volvió a la casa. Nemesia la acompañó, porque según le aseguró a medida que caminaban, necesitaba arreglarle la chimenea para que pudiera volver a echar carbón. Y esto lo rubricó dándole unas amistosas palmadas sobre la espalda.

No era chica la importancia del “caldu” de gallina para las parturientas de mi pueblo. Y menos para Remedios, que así se llamaba la que acababa de depositar en este mundo a Nelucu, el décimo de una “lechugá” de “mozucos”; pues siempre comentaba con sus vecinas cuando la ocasión venía a “cuentu”, que a ella, con tal de tomar un “calducu” recién “hechu”, no le importaría un “pitu” parir “tóos” los críos del “pueblu”

Cuando Nelucu comenzó a “gatear”, ya le notaron que arrugaba el “jocicu” y chocaba contra la mesa y los bancos que había en la cocina, lo mismo que contra el “barrileru” y los calderos de cocer la” labaza” para los chones, y después de pasar muchos días, y cuando el pobre crío ya no tenía más lugares libres en frente donde hacerse otro nuevo “chinchón” decidieron sus hacedores que debían de consultar con el médico. Y el galeno exclamó:

-Hipermetropía, es lo que tiene el niño.

-¿Qué nos “quiér” decir con eso de metros que pían…?

- Que el campo visual de esta criatura es más que deficiente.

Los padres no comprendieron nada hasta que no les dijo que el crío necesitaba ponerse gafas. Pues como les habló algo del campo visual, ellos pensaron que a lo mejor al “mozucu” no le venía bien mirar los “práos” o los “güertos” del pueblo, que eran el único campo que ellos conocían.

Las gafas no se las pusieron tan corriendo, que no eran tan pudientes como para permitirse el lujo de ponerle a un hijo unos cristales ante los ojos. Por eso, cuando en la bolera del pueblo hicieron los muchachos un campo de futbol, Nelucu, que ya había crecido lo que tenía que crecer al cumplir la media docena de años, lo mismo daba las patadas al “vejigu” de la “chona” de Fausto con que jugaban, que a las cabezas de Lolucu o de Toñu, cuando alguno de ellos había caído rodando por el suelo. Así es que cuando estos se sentían maltratados por los golpes del muchacho, aquello se convertía en un campo de batalla, del que como es natural, siempre salía malparado el pobre Nelucu.

Cuando creció, tuvo que hacer el servicio militar como todo hijo de vecino, pues se conoce que nadie les avisó de que se podía haber librado por “cegatería”; o vete tú a saber si es que en aquél entonces todo el mundo era útil, pues como bien decían en el pueblo, el que no valía para un roto, bien podía valer para un descosido.

Pero ocurrió que el primer día que fue al campo de tiro, no acertó a distinguir entre la silueta de madera a la que debía disparar, y la del sargento que daba las órdenes de hacer fuego, y como el azar nunca benefició al que ya era el rigor de las desdichas, Nelucu, que esta vez sí acertó a lo que no debía de acertar, se llevó por delante al instructor aquél de los bigotes, que se fue de este mundo sin decir ni pío.

Esposado, que no es lo mismo que casado, aunque haya veces que la cosa se pueda confundir, llevaron al pobre infeliz a un campo de concentración, desde el cual escribía el pobre a sus parientes rogándoles que fueran a hablar con el alcalde para que buscara algún “recomiendu” que le sacara de allí.

Como esto coincidía en el tiempo con lo que “el su hombre” escuchaba por las noches en la taberna, en las conversaciones de otros hombres que sabían más que él, Remedios supo que en Alemania había un mandamás que estaba matando a “tóos” los hombres que eran “jodios”. La pobre mujer confundió los términos, y acudió al Ayuntamiento de Roiz, para que el alcalde diera la orden de salvar “al su hiju” que estaba en un campo de exterminio.

Pero como el tiempo pasaba sin respuesta alguna de las autoridades “del su pueblu” ni de ”la su familia”, Nelucu, que a lo mejor no era tan “tontucu” como hasta ahora nos está pareciendo a nosotros, una noche se escapó de aquél campo de concentración.

Como además de no ser tonto, era muy responsable de sus actos, y cumplidor de sus deberes, mientras corría campo a través, la noche que se escapó, trató de convencerse así mismo de que escapándose no hacía mal a nadie, y pensaba que el campo de concentración, y hasta los trabajos forzosos debían de ser para los ministros y altos mandatarios corruptos, que al fin y al cabo eran mucho más abundantes y de peor intenciones que los que se confundían a la hora de disparar un tiro.

A la noche siguiente, y a la otra, no le quedó al hombre más remedio que dormir a campo raso, pero tras mucho correr consiguió traspasar de contrabando la frontera francesa donde se consideró a salvo. Pero como nunca dura mucho la felicidad en casa del pobre, a los dos días le echaron el guante los gendarmes.

Cuando un intérprete le preguntó en comisaría de donde venía y a donde pensaba ir, respondió que venía de su pueblo con la única intención de darse un paseo por los Campos Elíseos., pero cuando se dio cuenta que aquello no colaba, y que además la necesidad es capaz de hasta “echar la camba al carru”, dijo que era un perseguido del General Franco, y con eso, al menos de momento, vivió un tiempo en un campo de refugiados.

En el campo de refugiados no daban un pan por comer otro, sino que al que se descuidaba le birlaban del propio bolsillo las viandas que pudiera tener guardadas para comer al día siguiente. De modo que con el frío que hacía en aquel lugar del Pirineo francés, el hambre que pasó a base de “soupe de vermicelle” sin más grasa que la que pudiera tener el regato del agua que pasaba por allí, Nulucu había enflaquecido de tal manera, y la “cegatura” se le había acentuado de tal forma, que cuando tuvo ocasión de mirarse a un espejo, no se vio.

-¡Pero si no estoy!-Gritó.- ¡Si ya no estoy en “esti mundu”!

Y echó a correr. Se escapó también de este Campo de refugiados, volvió otra vez de contrabando al otro lado del Pirineo, y para no perder el tiempo con las vueltas y revueltas que tienen las carreteras, cogió de nuevo campo a través, y llegó al pueblo que le vio nacer justo, justo, a tiempo para que le pudieran dar sepultura en el campo santo donde reposaban sus antepasados.

FIN

Notas del autor:

1ª - Me vi obligado a quitarle joven de este mundo porque me faltó campo donde encontrar otros campos de acción donde pudiera seguir viviendo Nelucu.

2ª- No sé si en el transcurso de la historia, habré jodido (sin querer,) el campo de la semántica.

Jesús González González ©
Noviembre 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajajajajajajajajjajajajajajajajajajajajaja.
todavia me estoy riendo, siempre nos haces reir con tu estilo picaro y sarcastico. jajaja aver si algun dia me arranco yo y escribo un texto como los tuyos un beso jezabel