miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA NIEBLA


Buscando castañas una tarde de un recién estrenado Otoño, tú niebla me envolviste con tu nube baja, blanda, silenciosa, tocabas el suelo podía escuchar las gotitas diminutas que caían sin cesar en silencio sobre mí. Eres pálida, callada, me ahogas, no veo te empeñas en ocultarlo todo, quiero ver pero por más que me froto los ojos nada, no veo el castaño, ¡qué extraña y enigmática eres!.

Los árboles no se ven los unos a los otros, silencias a los alegres pájaros, nos aíslas de alguna manera. Cuando llegas, pienso; ¡Ya está aquí el Duende de la niebla! Mi peluda y alegre mascota es como si se encogiera, se me acerca desconfiada con el rabito entre sus patas. A lo lejos suena la campana de la Iglesia, son las seis de larde, me sumerjo en una bucólica sensación, cerca muy cerca oigo cencerros de tudancas las veo difuminadas, me viene a la mente el cuento de La Cerillera, necesito la luz y el calor de un fósforo.

Me acerco hacia las vacas, están muy juntas intuyo que nos necesitamos, no me siento tan sola, para mi sorpresa hay una vida nueva, está aún mojada y con el cordón umbilical, tiembla sobre sus cuatro pequeñas e indecisas patas, no se atreve a dar un paso me mira con ojos inocentes y maravillosos, me trasmite ternura, paz y alegría.

La vida continúa pese a esta especie de puré de guisantes que nos rodea , su madre orgullosa también me mira al lado de su cría recién parida, asea con primor todo su frágil cuerpecito al ritmo de ¡tolón, tolón...!; es un placer contemplar esta entrañable estampa y me sorprendo diciendo hablando sola diciendo: “Duende de la niebla, no lo apagas todo, la vida continúa y a mí tampoco me vas a cegar mañana te irás y podré ver sin pedirle prestado un fósforo a La Cerillera”


Ana Pérez Urquiza ©
Octubre 2011

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