sábado, 10 de marzo de 2012

DEBERES.


La profesora de Conocimiento del Medio, había puesto una tarea sobre los parques y Javier, se preparaba para comenzar su cuento. Reposaba la cabeza entre las manos con los codos sobre la mesa, revolvía con el dedo índice el remolino de pelo que tenía en la sien. Le gustaba la idea y ya tenía título, LA JUNGLA DE MI CIUDAD, porque él sabía de todos los parques habidos y por haber; conocía el que había cerca del “cole”, el de los enamorados, el que tenía patos, cisnes y todos los juegos del mundo y por supuesto, aquel otro que llamaban “El parque de bomberos”.

Nunca entendió porqué le llamaban parque; él había entrado mil veces y ni siquiera encontró una planta. Lo más parecido al tronco de un árbol, fue una brillante barra de acero inoxidable, nacida en el centro del garaje de la enorme casa roja y amarilla y llegaba hasta el techo. Debía de crecer mucho porque todos los pisos tenían un agujero en el suelo para que lo siguiera haciendo...

Empezó a escribir y llenó con rapidez unas cuantas hojas.

Contaba historias de árboles parlantes, de flores que corrían “a que te pillo” detrás de los jardineros, de las hojas que volaban haciendo piruetas en el aire o de fuentes que jugaban a mojar y de los setos, éstos retozaban jugando al escondite con los niños que pasaban allí las tardes y muchas horas de los fines de semana.

Incluso, en aquella especial “jungla”, los grillos salían a tomar el sol sin miedo, todos les dejaban en paz y les llevaban aquellas flores amarillas, que su abuelo llamaba “gallos amarillos”, ¡cuántas flores comían aquellos brillantes y negros cantantes!, debían ser muchimillonarios porque llevaban en su cintura una correa de oro.

Y escribió y escribió y escribió...

Hasta que paró de hacerlo y orgulloso, lo llevó a su padre para que leyera aquel largo cuento, lleno de letras enormes y de ganas de contar cosas; iba ilusionado y con la satisfacción dibujada en una gran sonrisa rebozada de chocolate.

Unas horas más tarde, regresó al despacho para ver qué opinaba su padre del trabajo. Le encontró dormido. Recogió con cuidado todas las hojas que se habían desplazado sobre la mesa, las colocó por orden y las llevó a su habitación.

Entristecido, se sentó con ellas delante y pensó:

“Si mi papá, que es el que más me quiere del mundo, se ha dormido, es porque es muy largo”. Así que comenzó a borrar, primero, parte de las palabras que escribió a lápiz y después, a tirar hojas que según él decía, pesaban, se lo explicó su “güelito” cuando fue incapaz de leer un libro y le dijo que era muy pesado, y Javi, presumía de entender a la primera todo lo que decían los mayores.

Y borró, y tiró, y tiró y borró tanto que, solo quedó uno de aquellos folios. Determinó que ese también estaría mejor guardado en el cajón de los “empezados y no terminados” y recogió del suelo, las pelotitas de las hojas desechadas que habían rebotado de la papelera.

Abrió el carpesano observó aquellas páginas en blanco. Consideró que después de recoger tantas hojas del suelo, debía cambiar el título, ahora se llamará OTOÑO. El sabía lo que sucedía en esa estación, lo vio el año pasado. Decía así:

OTOÑO

Están todos los parques sin hojas, los desnudó, hasta de su carne, una señora llamada Ventolera. Sus ramas se parecen a la radiografía de los dedos de mi abuelo. Todos esos árboles tiene esa enfermedad, “la artritis”, porque, ya son muy viejos y se les retuercen las ramas.
Y como es otoño no hay nada más que contar, todos los parques están tristes y vacíos, llenos de silencio, y del silencio no se puede escribir. El aire me lo prohibió, me dijo: shissss...

FIN

JAVI.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Marzo de 2012

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