sábado, 10 de marzo de 2012

EL PARQUE.


De muy niña me llevaban al parque, ubicado entre mi casa y “El Puente Colgante “, mañanas y tardes. El parque era y es pequeño, redondo, hay que bajar unas escaleras para acceder a él, las barandillas a izquierda y derecha, para nosotros, unos niños entonces, eran divertidos toboganes. La superficie estaba brillante y pulida de tantas bajadas, con solera de anteriores generaciones y traseros infantiles.

Bajo las escaleras se encontraban los servicios públicos con dos puertas que ponían: "Señoras y Caballeros", entre ambas una Señora muy simpática vestida de negro, con impecable delantal blanco, no recuerdo su nombre, mantenía los servicios correctamente limpios y cobraba por su utilización.

En medio de mi parque una gran fuente con varios chorros de agua, rodeada de tupido y verde césped, con flores multicolores según la estación del año imagino. Rodeando la circunferencia, a los extremos, bancos de piedra sin respaldo, cada dos más césped, más flores y pequeños arbustos decorativos.

En el parque aprendí a andar, a jugar a la comba, a la pelota; al diávolo no, nunca lo llegué a dominar, a las muñecas y también a pelearme y enfadarme. Años más tarde a tontear mis amigas quinceañeras y yo, con otros quinceañeros. Pero volviendo a la niñez, lo mejor, lo mejor del parque era Blasito, todo un personaje, todos los enanos le obedecíamos, le adorábamos, nos hacía ponernos en fila y a desfilar o lo que a él se le ocurriera a golpe de silbato que siempre llevaba colgado y bastón de mando en la mano:

-Ahora , agachados y andando... Piii y ¡lo hacíamos!

-Ahora, en circulo haciendo un corro... Piii y ¡lo hacíamos!

-Ahora, somos indios apaches a gritar... y ¡lo hacíamos!

Teníamos cinco o seis años, Blasito era corpulento de pelo negro y mirada dulce, de risa fácil y ruidosa, ¿su edad? no importa, era uno más de nosotros. Merendábamos todos junto a él; recuerdo que le encantaban los polvorones y se los llevábamos de una pastelería cercana.

Al lado del parque estaba la carretera general de entonces y un guardia de los de antes con casco blanco y uniforme azul marino , dirigiendo el poco tráfico , subido en un pódium blanco y rojo que en Navidades se llenaba de paquetes de regalo de muchos colores y cestas de que la gente le obsequiaba . A Blasito le solía dejar dirigir el tráfico a golpe de silbato, ¡claro!, Cómo mirábamos y le remirábamos y qué envidia nos daba.

Blasito, tenía el síndrome de DOWN, ahora lo sé, entonces no, fue mi héroe y el compañero de juegos más divertido que recuerdo. Si estuviera en mis manos hacerlo, pondría un gran cartel en medio de la fuente que diría “PARQUE DE DON BLAS

Ana Pérez Urquiza ©
Marzo 2012

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