domingo, 8 de abril de 2012

LITTLE MERMAID



Cuando Little Mermaid abrió los ojos, vio la risueña cara de su madre. La reina la aupó mientras las escamosas y tiernas manos del rey rodeaban sus caderitas con una cadena de oro; y su hada madrina sujetó un peinecito áureo en uno de los eslabones. Y entre vítores, aplausos, “Larga y emocionante vida a la princesa” la mecieron con nanas angelicales, en la cunita de esponjas y conchas.

La infancia de Little Mermaid fue discurriendo entre los brazos amorosos de sus padres. Luego, disfrutando a lomos de Little Horse y, más tarde, escalonando los variopintos estratos del atolón de corales. Y allí, como una verdadera princesa en su trono, asía su peinecito de oro e iba separando cada hebra de su cabello. Cada día las moldeaba imitando las ondulaciones marinas. Las estrellas se acercaban a ella para sujetar jubilosas sus ondas bermejas. Little Mermaid se sumaba a la música de las olas y estas en agradecimiento le devolvían su imagen de diosa. Acicaladísima esperaba y esperaba… El dúo celestial de sus padres interrumpía sus sueños, sus deseos de aventura, su gran ilusión, y regresaba rauda, a lomos del jadeante Little Horse.

Una mañana, su papá y su mamá le hicieron saber que Little Horse necesitaba una limpieza estomacal pues había ingerido demasiado fitoplancton. La princesa, ya adolescente, les pidió que la dejaran vivir a su antojo: Sus Majestades cedieron tristes ante aquella súplica amarga de boca de su ser más querido.

Little Mermaid siguió el archisabidísimo itinerario y llegó a su atolón. Sobre la segunda plataforma, circundado por estrellas expectantes, yacía Silver Salmon (más tarde sabría que su verdadero nombre era World Trotter). La sirenita le rodeó con sus brazos y lo colocó sobre su acolchada y salada cola. Juntitos, perdieron la noción del tiempo.

-!Ay, mi bella princesa!. ¡Qué más quisiera yo que seguir contigo, pero he de partir sin dilaciónl Tengo que brincar, que volar al nacimiento del río donde nací y, allí, han de eclosionar mis huevos, y me temo, que ya casi he matado a mis hijitos.

-Déjame que te acompañe, por favor. Puede que aunando nuestras fuerzas, todavía, llegues a tiempo. Y, tal vez, también yo encuentre lo que siempre he deseado…

Y recorrieron millas y más millas. A veces eran los ojos de Little Mermaid los que abrían las aguas mientras World Trotter descansaba en la mullida cola. Pero, a menudo, el olfato memorístico del salmón tenía que corregir la direccón de la timonel. Y entre esfuerzo y descanso, siempre juntas, saboreando su felicidad llegaron a la desembocadura del río NESS: –“¡Qué alegría!” “¡Qué horror!”- se dijeron- : “Avanzar sobre cantos rodados, sortear peñascos, salvar cascadas -nadando contra la ley de la gravedad.” El trayecto iba destrozando la belleza de Little Mermaid. Las cascadas hacían retroceder a World Trotter: la cola de la sirenita tenía que reunir toda la energía para elevarse y elevar con ella a la futura mamá. Cogiendo impulso y con la cola, en posición totalmente vertical, pasaban por encima de imposibles pendientes y se encaraban victoriosas ante furiosas olas.

-Bella princesa, ha llegado la hora. Debo desovar ya, y en lugares seguros. Cuídate...

-¿Nos veremos después de tus partos? Dime que sí, querida World Trotter.

Un pescador encontró a Little Mermaid hecha un ovillo. La envolvió en su traje de faena. (-¡qué sábana mortuoria tan adecuada para una princesa.!-) Y se acercó al hospital más cercano. En la UCI le prestaron los primeros auxilios. Al SOS acudieron los cirujanos más expertos. La cola casi desescamada, fue dividida en dos piernas y las dos aletitas caudales convertidas en dos pies. ¡De pie, se la veía, aún, más perfecta! Un científico de barba roja quedó prendado de la belleza de la mujer.

Por fin, tras meses de desvelos, carantoñas y galanteos Little Mermaid le entregó su peine de oro como prueba de su amor.

Los expertos, con el objetivo de progresar en la ciencia, trabajaron día tras día; luego, día y noche… La esposa se sometía a todas las pruebas necesarias; sufría todos los nuevos hallazgos; tenía una fe ciega en los expertos. Le implantaron una matriz artificial, completa.

La mujer, a pesar de ser una cobaya, seguía siendo hermosa. El color bermellón de su cabellera daba color a su pálida tez y a la espuma de su piel.

Y la cadena de oro pasó a sujetar su bajo vientre.


San Vicente de la Barquera, 16 de marzo de 2012
Isabel Bascaran ©

No hay comentarios: