sábado, 16 de junio de 2012

LA PERSIANA


(Tema libre)

No tan libre, porque según Lali, algo había dicho Rafael sobre el tema. Después… dejó la cosa en el aire. A mi me confirmó que sí, que el tema era libre. Pero mira tú, que para entonces ya se había enrollado la persiana en mi cerebro, y no he podido sacudírmela.

De repente me acuerdo de una persiana tipo veneciano que me quitó los rigores del calor y del exceso de luz hace un montón de años. Les llamábamos persianas “gradalux”, pero eso era la marca. Parece ser que el modelo se denomina veneciano.

La persiana de la que hablo era grande como lo eran los ventanales del flamante observatorio meteorológico donde trabajé año y medio. De láminas ligeramente cóncavas de un azul cielo limpio y brillante, como brillante era el trozo de cielo que cubría la región del Rif desde Yebala hasta Nador en lo que fue Protectorado Español de Marruecos.

Trazábamos mapas isobáricos de espaldas a la gran persiana con sus láminas en completa verticalidad, buscando inútilmente mitigar los raudales de luz que los días diáfanos proyectaban en el interior de nuestros despachos.

De vez en cuando el rugido de un motor que descendía tentaba nuestra curiosidad, y entreabríamos las débiles láminas azules para contemplar el yermo campo de todos los días, sobre el que tomaría tierra la avioneta que se acercaba. A lo lejos, decoraban el seco paisaje, campos sembrados de algodón, olivos retorcidos y espinosos granados sobre los que reverberaban, implacables, los rayos del Astro Rey.

Cuando en los atardeceres el sol parecía querer bañarse en las cálidas aguas de Mar Chica, como un cotidiano ritual tirábamos de los cordones que iban recogiendo hacia el techo las láminas azules, y el ventanal entero se convertía en mirador:

Los campos mencionados al fondo, y en la cercana derecha los hangares hacia los que un puñado de soldados empujaban las avionetas. A la izquierda tres viejos bombarderos Junkers en la punta de la pista de hormigón esperaban pacientes que un piloto los hiciera volar la obligatoria hora semanal para desentumecer sus mecanismos.

Mas tarde unos perros ladrando en las cábilas cercanas, y la voz del muecín llamando a los fieles desde el alminar para que se postrasen en oración mirando a la Meca.

Y una de mis últimas tardes en Marruecos, la persiana se rompió. Se desprendió el tornillo que sujetaba su lado izquierdo en el techo, y quedó ligeramente entornada.

Pocos años después este territorio pasó a depender del Reino de Marruecos, y muchos años más tarde visité de nuevo la ciudad de Nador con mi amigo Ángel de Melilla. Nos acercamos a lo que había sido nuestra Base Aérea de Tauima. Hablamos con los militares marroquíes, les dijimos que allí habíamos hecho nuestro servicio militar, y nos abrieron las puertas de par en par para que recordáramos el tiempo pasado.

El Observatorio seguía siendo observatorio, y nuestro despacho estaba tal cual estuvo treinta años antes. La persiana gradalux seguía defendiendo del sol el interior de la estancia, y continuaba entornada del lado izquierdo porque en treinta largos años no tuvieron tiempo de poner un tornillo.

Jesús González González. ©

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