sábado, 16 de junio de 2012

LAS PERSIANAS DE MODESTA



Desde que tuve uso de razón crecí viendo la casa de Modesta. Cuando abría las contraventanas de mi habitación desde un tercer piso contemplaba su casa de dos plantas y  me alegraba la vista contemplando la cantidad de geranios enormes de la planta baja y la balconada con sus tres persianas verdes de madera enrollables por fuera. En la pared, colgaba, de lado a lado, una ristra siempre de pimientos choriceros. Yo me pregunté durante mucho tiempo para qué los usaría.

Por las mañanas siempre estaban bajadas aquellas persianas para no dañarla el sol, y mientras regaba y cuidaba sus flores. Por las tardes era al contrario, teníamos que entornar nosotros las contraventanas si hacía demasiado sol, y las suyas estaban enrolladas.

Vivía sola y siempre la vi mayor, delgada, enjuta y de pocas palabras, pero a fuerza de los años, yo la tenía cariño. En los “domingos de feria” que se hacía en La Llama, cerca de mi casa, en una arboleda grande que ya no existe, venían hijos y nietos a su casa. Cargaban un carro con una parafernalia de cosas que guardaba en un anexo a la misma, y sacaban entre dos una gran cazuela y marchaban. Para mí todo eso fue un misterio durante años y tampoco se me ocurría preguntar.

Y es que Modesta, entre los ganaderos debió de ser una institución. Montaba en el Ferial su chiringuito para que pudiesen ir a degustar unos callos que imagino serían para chuparse los dedos, Así se ganaba la vida, con eso y una parte de la planta baja que alquilaba.

Pero también hacía otra cosa. Rehacía colchones de lana. Para mí era un espectáculo contemplar como sacaba y ponía entre dos bancos una especie de enrejado; me imagino hecho de varas de avellano. Iba poniendo montoncitos de lana y a “varear” como canto de fondo con una vara firme, hasta dejarlo esponjoso. ¡Menudas energías tenía! Después, con mucho cuidado, iba metiendo y repartiendo la lana con cintas que pasaba de lado a lado haciendo cuadraditos para que no se menease y el colchón quedaba así precioso y esponjoso de nuevo.

Acabaron derribando la casa, y aquel rinconcito con su río, su fuente, sus árboles grandiosos, su puente y sus prados que yo veía segar, y que recuerdo de niña, esta hoy lleno de casas.

Hace poco cayó también la mía, y ahora hay un aparcamiento de coches. Cuando paso tengo que mirar al aire y pensar que por ahí quedaría el tercer piso y enfrente la casa de Modesta.

Mª Eulalia Delgado González ©
Junio 2012

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