miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL MÓVIL





        Pues eso, un teléfono que le mueves. Que le llevas  contigo a todas partes, y el día que se  te olvida en casa te entra una preocupación  que casi raya en  congoja,  como si te fuera la vida en ello. 

        Entonces analizas el por qué de esa preocupación, y no le encuentras sentido. Seguro  que no te va a llamar nadie, y si te llaman siempre será alguno que te va a pedir un favor si no es dinero, ya que para darte algo que merezca la pena, ni lo sueñes. Para dar, la gente no llama.

        Y si llevas el teléfono en tu bolsillo, quien te llama se da arte y parte de llamarte cuando vas conduciendo, y como tu coche no tiene “flutú” (que creo es una palabra inglesa que no se como se escribe, ni como se pronuncia, pero que suena algo parecido), pues te pones todo nervioso, sin saber muy bien donde parar, (porque en las autopistas  está prohibido hacerlo), y si se te ocurre estirar la pata izquierda para meter la mano en el bolsillo del pantalón, tienes que coger el volante solo con la derecha,  y no has arrimado aún el cacharro a la oreja cuando ya tienes encina a los de tráfico con el bolígrafo en la mano.

        Yo tengo el más simple de todos los teléfonos móviles. Es uno de esos que solo sirven para llamar, y sobre todo para que me llamen. O sea, que  tengo un verdadero teléfono  móvil, no una computadora como llevan ahora mis nietos. 

        Le uso lo menos posible, pero no pienses que lo hago por no gastar, pues a mi, dinero es lo que me sobra. Pero es que en el fijo tengo tarifa plana, y si no uso la planicie, a lo mejor se me abomba.

        Y como le uso tan poco, (el móvil), hasta hace cuatro días no aprendí que cuando estás en un teatro u otro espectáculo cualquiera, no hace falta apagarle. Solo con apretar un botón, se silencia el timbre, y cuando termina el sarao, le vuelves a apretar, y se “dessilencia”.

        Pues me ocurrió la otra tarde aquí,  en el auditorio  del pueblo, que fui al teatro. (Ya sabes que ahora, este  otoño tenemos teatro   cada quince días. Además es gratis. Te lo digo porque es fácil que no lo sepa casi nadie, pues entre el público veo siempre pocas caras conocidas.  Casi seguro que las caras que no veo son las mismas  que luego van comentando que en este pueblo nunca se hace nada, pero lo que ocurre es que cuando se hace, miran para otro lado…) 

        Como te iba contando, entré en la sala y me senté al lado de una moza que estaba de muy buen ver, y cuando  observé que abrió el bolso y sacó el móvil para silenciarle, hice yo otro tanto con el mío.

         Estaba la representación en la escena más interesante, cuando sentí un hormigueo  en el muslo izquierdo, que me produjo así como un calambrazo eléctrico a todo lo largo de la columna vertebral, y de nuevo insistió el hormigueo como con más intensidad.

         Lo primero que pensé fue que la moza, con mucha delicadeza, me estaba metiendo mano. Me sorprendió y agradó de tal modo, que se me abotargaron los sentidos. En tres segundos se me revolvió la sangre, pero como comprenderás, a causa de mi edad esta no acudió donde debía acudir, y me puso las mejillas con un sofoco que ya quisieran para sí las mujeres menopáusicas de este  mundo. 

        Y de nuevo el hormigueo. “!Pues qué trabajar tienes, hija.” – Pensé yo maldiciendo la cantidad de años que tengo encima. Pero galante al fin y al cabo, la quise ayudar, y mirando fijamente al escenario para disimular, puse toda mi atención en buscar con mi diestra la ella, y solo alcancé a agarrar el coño móvil vibrando en el interior de mi bolsillo.

                                        Jesús González ©

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