Pues eso, un teléfono que le mueves. Que le llevas contigo a todas partes, y el día que se te olvida en casa te entra una
preocupación que casi raya en congoja,
como si te fuera la vida en ello.
Entonces analizas el por qué de esa preocupación, y no le
encuentras sentido. Seguro que no
te va a llamar nadie, y si te llaman siempre será alguno que te va a pedir un
favor si no es dinero, ya que para darte algo que merezca la pena, ni lo sueñes.
Para dar, la gente no llama.
Y si llevas el teléfono en tu bolsillo, quien te llama se da
arte y parte de llamarte cuando vas conduciendo, y como tu coche no tiene
“flutú” (que creo es una palabra inglesa que no se como se escribe, ni como se
pronuncia, pero que suena algo parecido), pues te pones todo nervioso, sin
saber muy bien donde parar, (porque en las autopistas está prohibido hacerlo), y si se te ocurre
estirar la pata izquierda para meter la mano en el bolsillo del pantalón,
tienes que coger el volante solo con la derecha, y no has arrimado aún el cacharro a la oreja
cuando ya tienes encina a los de tráfico con el bolígrafo en la mano.
Yo tengo el más simple de todos los teléfonos móviles. Es uno
de esos que solo sirven para llamar, y sobre todo para que me llamen. O sea,
que tengo un verdadero teléfono móvil, no una computadora como llevan ahora
mis nietos.
Le uso lo menos posible, pero no pienses que lo hago por no
gastar, pues a mi, dinero es lo que me sobra. Pero es que en el fijo tengo
tarifa plana, y si no uso la planicie, a lo mejor se me abomba.
Y como le uso tan poco, (el móvil), hasta hace cuatro días no
aprendí que cuando estás en un teatro u otro espectáculo cualquiera, no hace
falta apagarle. Solo con apretar un botón, se silencia el timbre, y cuando
termina el sarao, le vuelves a apretar, y se “dessilencia”.
Pues me ocurrió la otra tarde aquí, en el auditorio del pueblo, que fui al teatro. (Ya sabes que
ahora, este otoño tenemos teatro cada quince días. Además es gratis. Te lo
digo porque es fácil que no lo sepa casi nadie, pues entre el público veo
siempre pocas caras conocidas. Casi
seguro que las caras que no veo son las mismas
que luego van comentando que en este pueblo nunca se hace nada, pero lo
que ocurre es que cuando se hace, miran para otro lado…)
Como te iba contando, entré en la sala y me senté al
lado de una moza que estaba de muy buen ver, y cuando observé que abrió el bolso y sacó el móvil
para silenciarle, hice yo otro tanto con el mío.
Estaba la
representación en la escena más interesante, cuando sentí un hormigueo en el muslo izquierdo, que me produjo así
como un calambrazo eléctrico a todo lo largo de la columna vertebral, y de
nuevo insistió el hormigueo como con más intensidad.
Lo primero que pensé
fue que la moza, con mucha delicadeza, me estaba metiendo mano. Me sorprendió y
agradó de tal modo, que se me abotargaron los sentidos. En tres segundos se me
revolvió la sangre, pero como comprenderás, a causa de mi edad esta no acudió
donde debía acudir, y me puso las mejillas con un sofoco que ya quisieran para
sí las mujeres menopáusicas de este
mundo.
Y de nuevo el hormigueo. “!Pues qué trabajar tienes, hija.” –
Pensé yo maldiciendo la cantidad de años que tengo encima. Pero galante al fin
y al cabo, la quise ayudar, y mirando fijamente al escenario para disimular,
puse toda mi atención en buscar con mi diestra la ella, y solo alcancé a
agarrar el coño móvil vibrando en el interior de mi bolsillo.
Jesús
González ©
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