Caminó y caminó por un sendero. Era noche cerrada. Cansada de tanto
andar se topó con un oscuro muro muy alto. Al mirar hacia arriba le pareció
infinito. Tenía que escalarlo. Como pudo
fue trepando metros y metros. Avanzaba lentamente, tenía los dedos en carne
viva, sudaba. En el ascenso comenzaron a aparecer palabras y más palabras
ininteligibles para su mente cansada, y una brillante luz que la cegaba.
Subiendo, al poner un dedo tras otro, oía tonos musicales que le desconcertaban,
se decía: “estoy viendo espejismos”.
Resbaló varias veces, cayendo y volviendo a trepar durante horas, hasta
que llegó a lo más alto. Se asomó y empezó a caer muy despacio al vacío oyendo
un “Ring... Ring...” Sobresaltada abrió
los ojos y allí estaba el culpable de su pesadilla, negro y brillante,
mirándola con un gran ojo luminoso desafiante. Era su nuevo teléfono móvil que
había comprado el día anterior y en la almohada el manual de instrucciones
abierto que horas antes, abatida por sueño e impotencia, le había ganado la
primera batalla.
Ana Pérez Urquiza ©

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