miércoles, 14 de noviembre de 2012

TELÉFONO.





Caminó y caminó por un sendero. Era noche cerrada. Cansada de tanto andar se topó con un oscuro muro muy alto. Al mirar hacia arriba le pareció infinito.  Tenía que escalarlo. Como pudo fue trepando metros y metros. Avanzaba lentamente, tenía los dedos en carne viva, sudaba. En el ascenso comenzaron a aparecer palabras y más palabras ininteligibles para su mente cansada, y una brillante luz que la cegaba. Subiendo, al poner un dedo tras otro, oía tonos musicales que le desconcertaban, se decía: “estoy viendo espejismos”.
                     
 Resbaló varias veces, cayendo y volviendo a trepar durante horas, hasta que llegó a lo más alto. Se asomó y empezó a caer muy despacio al vacío oyendo un  “Ring... Ring...” Sobresaltada abrió los ojos y allí estaba el culpable de su pesadilla, negro y brillante, mirándola con un gran ojo luminoso desafiante. Era su nuevo teléfono móvil que había comprado el día anterior y en la almohada el manual de instrucciones abierto que horas antes, abatida por sueño e impotencia, le había ganado la primera batalla.


 Ana Pérez Urquiza ©

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