¿Quién nos iba a decir que
casi no podríamos prescindir del teléfono móvil, cuando, no ha tantos años, en
pocas casas tenían uno fijo? Y no te digo cuando querías poner una conferencia.
Tenías que esperar a que te llamasen. “Su conferencia. Ya puede Vd. hablar con
Madrid”.
Pero para eso existía la
correspondencia, que ya pasó de moda por supuesto. La única correspondencia que
recibimos hoy son los sustos de las facturas que el Banco nos manda, y las
felicitaciones, (cada vez menos), por
Navidad. Yo sí que tengo ya mal acostumbrada a la familia y amigos de lejos, y
es que me gusta también recibirlas y
tenerlas alrededor en Noche Buena.
Pero todo tiene sus
ventajas e inconvenientes. Ahora debemos contestar al segundo; pero es
innegable lo práctico que es el móvil en ciertos trabajos, en situaciones
difíciles o para avisar de que no se alarmen en casa con imprevistas esperas.
Cuando se puso de moda a
ver quién tenía al móvil más pequeño, parecíamos tontos hablando solos por las
calles; también un tanto ridículo y embarazoso tener que escuchar
conversaciones ajenas en trenes, autobuses, o en la cola de la pescadería. En
eso hemos ganado en discreción. “Luego te llamo, estoy con gente”.
También es difícil de
acordarse a veces de apagarlo en actos públicos, sonando por ejemplo en la
Consagración de la Misa o en medio de una conferencia. ¡Eso tiene que ser por
sistema de concienciación!
Es maravilloso poder
escuchar las voces de la gente que queremos y nos importa en cualquier momento.
Esta vez la ciencia ha avanzado para bien. Y no te digo cuando lo tengamos
todos con esa maravilla de grafeno, domables, no pesan, no se rompen, y como ya
están conectados con Internet… pues ¡Viva la Ciencia!
Mª Eulalia
Delgado González ©
Noviembre
2012
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