sábado, 15 de diciembre de 2012

EL SUEÑO DEL ABUELO MARIANO



El abuelo Mariano  se despertó contento. Hacía tiempo ya de la muerte de  Alicia, y aunque  todos los días por un motivo o por otro,  el recuerdo de su imagen siempre afloraba en su memoria,  los años transcurridos le habituaron a vivir sin ella.

Ni por asomo pensó jamás en dejar el pueblo. Su hijo y su nuera que vivían en la ciudad, se lo decían cada vez que venían a verle. Que se fuera con ellos a Santander,  lo uno porque iba a estar mejor atendido, y lo otro porque ellos estarían más tranquilos teniéndole a su lado.

Pero Mariano se las arreglaba muy bien a su manera. A parte de que la cocina no le era extraña, se daba el gusto de comer a su antojo a cada hora, y de hacerlo a la hora que quería. Mataba las mañanas cultivando el huerto minúsculo que tenía, y en las tardes se divertía con  los órdagos que enviaba en sus partidas de mus en la taberna. Paseaba cuando quería, y se  recogía entre las sábanas  de la cama cuando le apetecía.   

Pero las facultades le fueron mermando,  y no le quedó más remedio que acceder a lo que tantas veces le habían pedido sus hijos. Al fin  un día tomó la decisión. Cerró la puerta de casa  con llave, y sin  volver  la vista atrás entró por la puerta del coche que tan solícitamente le abría su nuera Maruja.

Nunca pensó Mariano que le iba a ser tan fácil acostumbrarse a vivir en  la ciudad. Paseando en las mañanas se llegó a convencer  de que ver caras nuevas todos los días, y observar a los niños divirtiéndose en los Jardines de Pereda, era mucho más entretenido que cultivar las acelgas  del huerto. Y en las tardes cálidas de verano  y otoño, sentado en los bancos de la plaza que hay frente al Ayuntamiento,  le fue fácil hacer tal cantidad de amigos, como jamás hubiera pensado.

Y luego en la casa, estaban los nietos. Todo el tiempo del mundo le parecía poco a Mariano para disfrutar de sus nietos. Acostumbrado  a madrugar toda su vida, era quien los despertaba para ir al colegio, y como Maruja se descuidara un poco, también era él quien les preparaba el cacao con  leche caliente para los desayunos.

Entre los deberes del “cole” y la hora de la cena,  había siempre un rato largo para retozar con ellos sobre el sofá  tapizado de terciopelo, o sobre la alfombra del suelo cuando Maruja miraba con ojos de sufridora si escuchaba crujir los sillones.

Sí, Mariano se había levantado contento aquella mañana porque así se levantaba siempre, pero hoy tenía un motivo especial.  Era domingo, y hacía días que sus hijos tenían planeado  ir de excursión la familia entera a los Picos de Europa.

En la cocina daba Maruja los últimos toques a la bolsa de la comida colocando vasos y servilletas sobre los recipientes de plástico con tortilla y filetes rebozados, mientras que los niños alborozados corrían cerca del abuelo alcanzándole la niña  el sombrero, en tanto que sus hermanos se diputaban el bastón que había de llevar Mariano.

Conducía Luis, el hijo. Maruja iba a su lado, y en  los asientos traseros disfrutaba Mariano haciéndoles observar a sus nietos la majestuosidad de las montañas a todo lo largo del desfiladero de la Hermida. Tan altos los montes, y tan profundo el pueblo, que durante los cinco meses de otoño a primavera que más bajo marcha el sol, ni un solo día iluminan sus rayos las casas de sus moradores.

Se regocijaron los críos cuando el abuelo les mostró la iglesia pre-románica de Santa María de Lebeña, y corretearon a su antojo descubriendo en distintos lugares del Centro de Visitantes de Tama, las magníficas proyecciones que muestran la  naturaleza inigualable  de los Picos.

En Potes fue obligada la parada. Repusieron fuerzas en la terraza de un bar, y mientras el matrimonio comentaba las incidencias del viaje, con besos y caricias conquistaron los niños al abuelo para que les comprara sus caprichos en el puesto de chucherías que había al lado.

Después, la subida a Santo Toribio, y las carreras de los niños por claustros y portaladas. Los padres pidiéndoles calma. Los chicos ajenos a peticiones, que gritan y saltan, y Mariano  socarrón y  feliz, sonríe mirando a los nietos…

Al fin, Fuente De, teniendo al frente la pared inmensa del macizo oriental de los Picos de Europa. Y el teleférico increíble salvando  impertérrito  la apabullante altura.

Los niños se abrazan a las piernas del abuelo mostrándole la inmensidad del paisaje, y el viejo se sobresalta.

-Vamos Mariano, que hoy se ha dormido

La camarera de turno que limpia los dormitorios de la residencia de ancianos, retira las mantas con forzada sonrisa y decisión inapelable. Le ayuda a incorporarse y se esfuerza por ser amable.
   
Se despereza el viejo mientras los nietos se difuminan con el sueño, y mientras se viste pausado, anhela que el sueño sea eterno…

                Jesús González ©

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