domingo, 20 de enero de 2013

LA ESCALERA





-          Señorita, estoy mareada, -dijo Carmen al comenzar la clase de Matemáticas a su profesora, levantando la mano, después del recreo de la mañana.
        
-          Está bien, ve a la portería donde la Madre Paz. ¡Tere acompáñala, por favor! 
         
-           Carmen dio las gracias y con su compañera de pupitre salieron al largo pasillo. Tras cerrar la puerta rieron bajito, les salió bien hasta el momento el plan ya que no se sabían la lección de ese día. Las risas les duraron poco, cerca se aproximaba la Madre Elsa, la Superiora, una dura y recta mujer nicaragüense de color. Ante el temor de ser vistas se escondieron detrás del busto de frío mármol del Padre fundador del colegio. Cuando el hábito de la monja pasó casi rozando, salieron del improvisado escondite.
       
                     El silencio lo rompían monótonas y repetitivas notas de la clase de piano, que sonaban mañanas y tardes. Nerviosas y divertidas se dirigieron a la portería, el aíre olía a una comida extraña, siempre igual, mezcla de no se sabía qué pócima salía de la cocina. Suerte que ellas no eran medio pensionistas, como sus amigas Susana y María. Ya en la portería la Madre Paz las recibió solícita y sonriente con su toca envolviendo la rosada y redonda cara de grandes mofletes. Era baja de estatura, como ellas con sus diez años, muy entrada en carnes con el nuevo hábito de la Congregación hasta media pierna, a la terrible Madre Elsa le sentaba bien, era alta y esbelta pero a la entrañable Madre Paz, no, no ya que al agacharse a recoger algo del suelo... en fin... su gran trasero... parecía querer protagonismo.

-          ¿Qué te ocurre Carmen?
-          Estoy mareada, Madre.     
-          Bueno, esto se cura con “Agua del Carmen”, siéntate hija.
    
                        Todo se curaba con aquella agua, dolores de estómago, cabeza, muelas, tripa... “Agua del Carmen"  ¿qué era aquello?, ¿nos dopaban?  -se preguntaba Carmen años más tarde. Madre Paz trajo el frasco milagroso junto con una cucharilla, que obediente Carmen bebió.

-          ¿Sabes Carmen? tu tía y tu madre también pasaron por aquí, eran tan traviesas... pero tu tía tocaba muy bien el piano... soy tan mayor ya... Enseguida te encontrarás mejor hija. Minutos más tarde de escuchar cómo su tía tocaba el piano y de lo bien que en el Coro cantaba su madre, Carmen dio las gracias a la monja diciendo que ya se encontraba mejor. En ese momento entró la Madre Emiliana su favorita, daba Labores. Era la más joven de todas de unos veinte años, guapísima y divertida.
       
-          ¿Qué te ha pasado Carmen?
      
-          Nada, un mareo, ya pasó.
        
         La Madre Emiliana, lo pasaba muy bien con Carmen en Labores, le hacía subirse a la tarima a su lado porque Carmen cuando hacia cadeneta a ganchillo, sacaba la lengua de la concentración que ponía y esto a la monja le divertía.

          Las dos amigas salieron de la portería y a Tere le entró el espíritu aventurero de lo prohibido y dijo:

-          ¿Subimos las escaleras de la zona prohibida?
      
                          Era un área inaccesible bajo castigo. 
               -      No yo no voy, -dijo Carmen, - ¿y si nos pillan?

-          ¡Venga cobarde, vamos!
         
                           Este adjetivo, le hizo venirse arriba a Carmen y cogidas de la mano comenzaron a subir los peldaños de madera brillantes con olor a cera que conducían a las celdas de las monjas, hasta el primer piso, a partir de este, los peldaños y el pasamanos no estaban encerados, la madera tenía un triste color grisáceo y ajado. Continuaron ascendiendo en su aventura, llegando a un largo pasillo espartano, estrecho, con puertas a izquierda y derecha,

-          ¡Vámonos ya! -dijo Carmen.
         
-          ¿No te tienta ver como son las habitaciones?
        
-          No Tere, estoy muerta de miedo.
        
           Esta le dio un tirón de la mano y atravesaron el pasillo, al final había otra escalera más estrecha. La subieron y al final se encontraron con una sola puerta muy vieja, con una llave en la cerradura, por las rendijas salía un fuerte resplandor que casi las cegaba, se miraron con miedo y excitación había un intenso olor azufrado emanando de la puerta. Carmen retrocedió dos peldaños, Tere con mano temblorosa giró la oxidada llave, sonó un lastimero crujido, empujó suavemente  la puerta... y una mano recia se posó en el hombro de Carmen que dio un grito. La mano cerró de golpe la puerta, sus caras miraron hacia arriba, era la Madre Elsa que las fulminaba con su temida mirada y ojos enrojecidos de ira.

-          ¿Qué hacéis aquí?
       
                           ¡Carmen, Carmen!,  ¿estás bien?, -repetía la profe de Matemáticas tocándole el hombro.

-          ¿Qué ha pasado, dónde estoy?
       
-          Te has mareado después del recreo, has levantado la mano y te has desplomado sobre el pupitre.
         
-          ¿Y las escaleras, la llave, la luz...?
         
-          Tere, -dijo la profesora-, acompaña a Carmen a la portería donde la Madre Paz por favor.
      
             Tere miró a Carmen dirigiéndole una mirada de complicidad y haciéndole un guiño le mostró una oxidada llave que tenía en su mano. 


Ana Pérez Urquiza ©


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