-
Señorita, estoy mareada, -dijo Carmen al comenzar la
clase de Matemáticas a su profesora, levantando la mano, después del recreo de
la mañana.
-
Está bien, ve a la portería donde la Madre Paz. ¡Tere acompáñala,
por favor!
-
Carmen dio las
gracias y con su compañera de pupitre salieron al largo pasillo. Tras cerrar la
puerta rieron bajito, les salió bien hasta el momento el plan ya que no se
sabían la lección de ese día. Las risas les duraron poco, cerca se aproximaba la Madre Elsa, la Superiora,
una dura y recta mujer nicaragüense de color. Ante el temor de ser vistas se
escondieron detrás del busto de frío mármol del Padre fundador del colegio.
Cuando el hábito de la monja pasó casi rozando, salieron del improvisado escondite.
El silencio lo rompían
monótonas y repetitivas notas de la clase de piano, que sonaban mañanas y
tardes. Nerviosas y divertidas se dirigieron a la portería, el aíre olía a una
comida extraña, siempre igual, mezcla de no se sabía qué pócima salía de la
cocina. Suerte que ellas no eran medio pensionistas, como sus amigas Susana y
María. Ya en la portería la Madre Paz
las recibió solícita y sonriente con su toca envolviendo la rosada y redonda
cara de grandes mofletes. Era baja de estatura, como ellas con sus diez años,
muy entrada en carnes con el nuevo hábito de la Congregación hasta
media pierna, a la terrible Madre Elsa le sentaba bien, era alta y esbelta pero
a la entrañable Madre Paz, no, no ya que al agacharse a recoger algo del
suelo... en fin... su gran trasero... parecía querer protagonismo.
-
¿Qué te ocurre Carmen?
-
Estoy mareada, Madre.
-
Bueno, esto se cura con “Agua del Carmen”, siéntate
hija.
Todo se curaba con
aquella agua, dolores de estómago, cabeza, muelas, tripa... “Agua del
Carmen" ¿qué era aquello?, ¿nos
dopaban? -se preguntaba Carmen años más
tarde. Madre Paz trajo el frasco milagroso junto con una cucharilla, que
obediente Carmen bebió.
-
¿Sabes Carmen? tu tía y tu madre también pasaron por
aquí, eran tan traviesas... pero tu tía tocaba muy bien el piano... soy tan
mayor ya... Enseguida te encontrarás mejor hija. Minutos más tarde de
escuchar cómo su tía tocaba el piano y de lo bien que en el Coro cantaba
su madre, Carmen dio las gracias a la monja diciendo que ya se encontraba
mejor. En ese momento entró la Madre
Emiliana su favorita, daba Labores. Era la más joven de todas
de unos veinte años, guapísima y divertida.
-
¿Qué te ha pasado Carmen?
-
Nada, un mareo, ya pasó.
La Madre Emiliana, lo pasaba muy bien con Carmen en
Labores, le hacía subirse a la tarima a su lado porque Carmen cuando hacia
cadeneta a ganchillo, sacaba la lengua de la concentración que ponía y esto a
la monja le divertía.
Las dos amigas salieron de la
portería y a Tere le entró el espíritu aventurero de lo prohibido y dijo:
-
¿Subimos las escaleras de la zona prohibida?
Era un área
inaccesible bajo castigo.
- No yo no voy, -dijo Carmen, - ¿y si nos pillan?
-
¡Venga cobarde, vamos!
Este adjetivo, le
hizo venirse arriba a Carmen y cogidas de la mano comenzaron a subir los
peldaños de madera brillantes con olor a cera que conducían a las celdas de las
monjas, hasta el primer piso, a partir de este, los peldaños y el pasamanos no
estaban encerados, la madera tenía un triste color grisáceo y ajado.
Continuaron ascendiendo en su aventura, llegando a un largo pasillo espartano,
estrecho, con puertas a izquierda y derecha,
-
¡Vámonos ya! -dijo Carmen.
-
¿No te tienta ver como son las habitaciones?
-
No Tere, estoy muerta de miedo.
Esta le dio un tirón de la mano y
atravesaron el pasillo, al final había otra escalera más estrecha. La subieron
y al final se encontraron con una sola puerta muy vieja, con una llave en la
cerradura, por las rendijas salía un fuerte resplandor que casi las cegaba, se
miraron con miedo y excitación había un intenso olor azufrado emanando de la
puerta. Carmen retrocedió dos peldaños, Tere con mano temblorosa giró la oxidada
llave, sonó un lastimero crujido, empujó suavemente la puerta... y una mano recia se posó en el
hombro de Carmen que dio un grito. La mano cerró de golpe la puerta, sus caras
miraron hacia arriba, era la Madre Elsa
que las fulminaba con su temida mirada y ojos enrojecidos de ira.
-
¿Qué hacéis aquí?
¡Carmen,
Carmen!, ¿estás bien?, -repetía la profe
de Matemáticas tocándole el hombro.
-
¿Qué ha pasado, dónde estoy?
-
Te has mareado después del recreo, has levantado la
mano y te has desplomado sobre el pupitre.
-
¿Y las escaleras, la llave, la luz...?
-
Tere, -dijo la profesora-, acompaña a Carmen a la
portería donde la Madre Paz
por favor.
Tere miró a Carmen dirigiéndole
una mirada de complicidad y haciéndole un guiño le mostró una oxidada llave que
tenía en su mano.
Ana Pérez Urquiza ©
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