domingo, 20 de enero de 2013

MIS ESCALERAS.



Me ha parecido genial lo que nos dijo Samuel de leeros a vosotros niños algunos de nuestros relatos, y como Foncho nos ha puesto de trabajo escribir sobre “la escalera”, se me acaba de ocurrir escribir sobre mis escaleras, en la época en que era como vosotros; y lo escribo en un día muy especial, lo digo por la fecha.



Vivía en un tercer piso sin ascensor en Torrelavega y allí viví desde los tres años hasta que salí vestida de blanco para casarme; o sea que una parte muy importante de mi vida transcurrió subiendo y bajando “a toda leche” por ella.



Me veo con mi primer uniforme, cuello duro, chalina de lunares y capa, hasta que al poco tiempo cambiaron a uno de príncipe de gales en color marrón. En el patio del colegio de los SS.CC. había también unas escaleras que lo partían en dos y jugábamos en ellas al castro, yo con una pelota de esponja, porque las macizas me daba mucha dentera tocarlas.



Teníamos bastante disciplina, (manos limpias, zapatos brillantes, uniforme inmaculado y bien colocado, y en tu puesto en la fila por orden de altura)



No conocíamos la “ropa de marca”; si el uniforme se manchaba, se limpiaba con agua y amoniaco, se planchaba y listo.



En vacaciones de verano las bajaba mil veces, entrando y saliendo como a todos nos gusta hacer de pequeños, bajando y subiendo juguetes, cuentos para leer o prendas viejas para hacer teatro, con collares de papel de plata, de macarrones, y de sopa de estrellas.



En vacaciones de Navidad, las bajaba para subirlas con cantidad de musgo, piedras, ramas y tierra para hacer el Belén, que con mi amiga Arancha traíamos del monte que teníamos cerca de casa.



Ahora me veo bajándolas vestida de Primera Comunión. Nos habían dado en el colegio unas libretitas y lápices chiquitines para ir apuntando las cosas buenas que íbamos consiguiendo; no contestar, ayudar en casa, no pelearte con tus hermanos, no decir mentiras etc… Lo recuerdo con especial cariño, Todas vestidas iguales, con el clásico vestido de organdí. Nos pusieron en reclinatorios en el pasillo de la Capilla, con nuestra familia más allegada, junto a nosotros en el banco y nos íbamos levantando para recitar un pequeño verso. Por aquellos tiempos no se celebraban banquetes como hoy, que algunos parecen pequeñas bodas. Solamente recuerdo una buena comida en casa con la familia cercana y eso sí, por la tarde una merienda con mis amigos y amigas vecinos y nos lo pasamos “chupi canela”. Lo que más me gustó fue que me quede con el vestido puesto hasta irme a dormir.



Otras bajadas que recuerdo con alegría, eran también en verano, en domingo, para ir a pasar el día a la playa de Suances. Cesta de comida, sombrilla, toallas y caldero y pala. Íbamos en los autobuses  de Casanova. Buen rato nos pasábamos a la cola y como iban a reventar, cuando se llenaba abajo, mi padre me cogía y nos subíamos por la escalera a la baca que también dejaban y allí, entre sus piernas, me sentía protegida y podíamos hasta tocar las hojas de los árboles. Ja, ja, ja, igualito que ahora…



Quiero recordar en estos momentos a mi padre, al que le gustaba tanto el mar. Gran nadador y que salvó a varias personas en Suances. Entonces no había socorristas; él cogía el primer balón que veía, lo metía en una bolsa de red, de las que se usaban para llevar las toallas y allá se metía, y mi madre y yo nos quedábamos angustiadas pensando que nos íbamos a quedar sin él. Cuando la playa de la Concha estaba con “espumas feas”, mi madre se quedaba con mis hermanos pequeños en la playa y yo acompañaba a mi padre por las rocas subiendo hasta el Faro, para bajar otra escalera, esta era la que daba a la Playa de los Locos y allí el agua estaba cristalina, pero algo más peligrosa, había que bañarse con cuidado. 

María Eulalia Delgado González ©
12 del 12 deñ 2012

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