-Buenos días,
Batirtze, ¿pero qué haces sin prepararte aún?
Corre, date prisa, mira qué horizonte tan bello: la nieve ya ha bajado
por la ladera cercana…
-Buenos días,
Zuriñe, ¿te importa que pospongamos la subida a los picos?
-Bueno, pero
entonces subimos hasta la carretera de arriba y oteamos el panorama como los
cuervos: 180 grados de disfrute del horizonte con su amor: el mar. Luego, girando 90 grados, hacia la derecha
observaremos los nevados Picos de Europa con su inseparable cielo y, por
último, girando sobre nuestros talones, el verde de los eucaliptos nos ofrecerá
el mar marengo en su alianza con el
horizonte.
¿Cómo no dices nada,
dónde están tus ooohsss característicos, tus pasos de pasodoble, tus snifffes
del aire? ¡No dirás que tienes
frío! No niegues tantas veces, que a ti,
algo te pasa.
-Zuriñe, tienes algo
de maga. Tú disfruta de la panorámica
que has descrito, de las bellas líneas que nos ofrece el paisaje, de este poder
sorber la fragancia que nos extiende la naturaleza… Sí, cuando lleguemos a
casa, te contaré mi estampa interior y, quizá, entonces, me perdones mi apatía.
Llevo, así como un
mes, que apenas vivo la vida. Solo me conforta la cama. De noche me acuesto con
el horario de los niños ingleses y, me
levanto con el de los enfermos. Mi estado me recuerda a la depresión que
sufrí, repetidas veces, cuando estaba en activo.
Veo cómo se van abriendo las flores de la camelia; que el arbusto
tiene las ramas cansadas y encorvadas de tanto peso: florecerán cientos de semi
rosas. También las azaleas hacen guiños
de apertura. Los mirlos buscan y
rebuscan gusanos; se afanan con sus amarillos picos y sus laboriosas patitas…
y, en lugar de ponerme contenta porque
la naturaleza sigue viva, mi mirada se humedece y apenas veo nada. Se puede decir, que casi soy feliz, cuando no
tengo que pisar la calle. La falta de fruta
y leche me obliga a prepararme y coger el coche. Y sólo entonces, me doy una vuelta para
saludar al mar y cansarme físicamente.
¿Qué cuál puede ser la causa de mi estado? Llevo casi cinco años disfrutando de este
lugar paradisíaco y he sido tan feliz…
Ahora, cuando me quedo sola los domingos, su melancolía me llena de tristeza. Sé que se le hace difícil asumir su
futuro laboral: inseguro; que lo
que le queda por bregar puede ser un quinquenio o más. Las leyes solo están hilvanadas y las
empresas saben que tienen la sartén por el mango (“donde dije digo, digo
Diego”) Su horizonte para la jubilación se le presenta borroso, plagado
de cúmulos negros que no permiten filtraciones de haces luminosos. Hace unos días, me comentó que la falta de
vida social también le anula. Mi mente
no se habría alterado si hubiera contado con la lógica de antaño, pero le
imaginé buscando compañía cercana;
incluso cariño a la vuelta del trabajo y los celos me rodearon, se extendieron
en mis entrañas como el musgo se ha esparcido por todo el jardín. ¡Y tan difíciles son de desterrar!
Ayer, cuando
regresaba de nuestra despedida, con el corazón animado por los besos y abrazos
recientes, vi el horizonte adornado de
estratos rojos, dorados, rosas, pero tres grupos negros de estorninos alocados
volvieron a convertir mi optimismo en resbalón a los infiernos…
San Vicente de La Barquera,
a 31 de enero de 2013
Isabel Bascaran ©
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