sábado, 16 de marzo de 2013

LA CARTA INESPERADA





Es una mañana primaveral, pero con nordeste típico de esa temporada. Gloria piensa que  a pesar del viento la apetece dar un paseo hasta la playa.

Se viste despacio, desganada. Hace tiempo que su corazón llora en silencio. Al salir por el portal se da cuenta de que en el buzón hay algo. Abre y extrae un aviso de carta certificada; lee el remitente y se queda paralizada. Su corazón parece querer salírsele de su pecho.

Va hasta la Oficina de Correos y le entregan un sobre de burbujas. Piensa en dar el paseo y más tarde abrirlo, pero va cruzando el puente del pueblo, y no puede resistirse. Se para, lo abre y contempla un paquetito y una carta. Se sienta en un banco y abre el paquete primero. Lo que ven sus ojos le llenan de júbilo ¡Su pulsera de eslabones! ¡La que tenía tanto cariño!. Vuelve a meter su mano en el sobre de burbujas y extrae esta vez otro sobre, este blanco. Solo pone Gloria en letras grandes. Lo desdobla llena de nerviosismo y sus ojos solo aciertan a leer.

"Querida Gloria..."

El viento puñetero y frío, del nordeste, le arrebata la carta de sus manos trémulas y sale volando. Ve con estupor que puede caer en el agua de la ría. Tras varios vaivenes que la suben y bajan, la carta se empotra en una barca. -¡Qué suerte he tenido! Y ahora ¿Cómo la recojo?. –Menos mal que llevo pantalones y calzado cómodo, piensa.

Bajó como pudo. La marea estaba bajando y las barcas estaban casi varadas en la orilla, pero su carta había caído en una que estaba dentro del agua. Comenzó a tirar de la maroma, pero la fuerza de la corriente arrastraba la barca y le costaba mucho esfuerzo.-¡No tengo más remedio que mojarme!. Se descalzó y se metió en el agua. Mojada casi hasta la cintura llegó a la barca, pero ahora tenía que subir; la carta estaba debajo del asiento.- Un intento, dos, tres… Estaba extenuada. -¿Pero qué demonios estoy haciendo por una carta, que sé de quién es, y que me hizo tanto daño?  -Se decía. Pero le había devuelto su pulsera.

Otro intento, ¡cuatro, cinco, seis…! por fin logró encaramarse y entrar, y allí se sentó cogió la dichosa carta y leyó: Te devuelvo tu pulsera, esa que tanto quieres y que me la guardé para hacerte daño. Te ruego que me perdones… La carta era larga, pero ahora tampoco podía seguir leyendo; esta vez porque sus ojos estaban cubiertos de lágrimas y el viento frío atenazaba sus piernas mojadas.

                             Mª Eulalia Delgado González ©
                             Febrero 2013

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