Es una mañana primaveral, pero con nordeste típico de esa
temporada. Gloria piensa que a pesar del
viento la apetece dar un paseo hasta la playa.
Se viste despacio, desganada.
Hace tiempo que su corazón llora en silencio. Al salir por el portal se da
cuenta de que en el buzón hay algo. Abre y extrae un aviso de carta
certificada; lee el remitente y se queda paralizada. Su corazón parece querer
salírsele de su pecho.
Va hasta la Oficina de Correos y
le entregan un sobre de burbujas. Piensa en dar el paseo y más tarde abrirlo,
pero va cruzando el puente del pueblo, y no puede resistirse. Se para, lo abre
y contempla un paquetito y una carta. Se sienta en un banco y abre el paquete
primero. Lo que ven sus ojos le llenan de júbilo ¡Su pulsera de eslabones! ¡La
que tenía tanto cariño!. Vuelve a meter su mano en el sobre de burbujas y
extrae esta vez otro sobre, este blanco. Solo pone Gloria en letras grandes. Lo
desdobla llena de nerviosismo y sus ojos solo aciertan a leer.
"Querida Gloria..."
El viento puñetero y frío, del
nordeste, le arrebata la carta de sus manos trémulas y sale volando. Ve con
estupor que puede caer en el agua de la ría. Tras varios vaivenes que la suben
y bajan, la carta se empotra en una barca. -¡Qué suerte he tenido! Y ahora
¿Cómo la recojo?. –Menos mal que llevo pantalones y calzado cómodo, piensa.
Bajó como pudo. La marea estaba
bajando y las barcas estaban casi varadas en la orilla, pero su carta había
caído en una que estaba dentro del agua. Comenzó a tirar de la maroma, pero la
fuerza de la corriente arrastraba la barca y le costaba mucho esfuerzo.-¡No
tengo más remedio que mojarme!. Se descalzó y se metió en el agua. Mojada casi
hasta la cintura llegó a la barca, pero ahora tenía que subir; la carta estaba
debajo del asiento.- Un intento, dos, tres… Estaba extenuada. -¿Pero qué
demonios estoy haciendo por una carta, que sé de quién es, y que me hizo tanto
daño? -Se decía. Pero le había devuelto
su pulsera.
Otro intento, ¡cuatro, cinco,
seis…! por fin logró encaramarse y entrar, y allí se sentó cogió la dichosa
carta y leyó: Te devuelvo tu pulsera, esa que tanto quieres y que me la guardé
para hacerte daño. Te ruego que me perdones… La carta era larga, pero ahora
tampoco podía seguir leyendo; esta vez porque sus ojos estaban cubiertos de
lágrimas y el viento frío atenazaba sus piernas mojadas.
Mª
Eulalia Delgado González ©
Febrero
2013
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