He recibido una carta. Me he quedado petrificado, pero con
una sonora serenidad. Ante la inicial sorpresa del anonimato, no traía remite,
siguió un abatimiento de pena y sentimiento lacrimal, pero finalmente se tornó
en una cierta melancólica felicidad.
Me dice así:
- ¡Hola, mi muy recordado y estimado amigo! Como la letra
no la reconocerás, pues los signos literales van a ser nuevos para ti. Y el
estilo de mi prosa y el sentido de la misiva, te van a extrañar tanto que te
irás preguntando:
- Pero… ¿quién
me remite estas simbólicas letras y me expresa unas conversaciones tan
sumamente nítidas para él, mas tan lejanamente incrustadas en mi memoria, que
ni siquiera con el misterioso silencio de la mente, soy capaz de rememorar?
-¡Sí, sí, según vayas leyendo, irás comprendiendo que no
puede ser nadie, nada más que yo!
-Hemos tenido mucho contacto y conversado tan largamente y
dialogado temas de muy auténtica vitalidad.
-¿Recuerdas nuestros años de juventud? ¡Cuántas hermosas
fantasías o historias fantásticas nos contamos y casi las vivíamos como reales.
Íbamos a arreglar el mundo, porque entonces ya estaba mal, e íbamos a recorrer
el universo para disfrutar de la creación tan magnífica que alguien realizó.
Pero lo hemos tenido que hacer muy mal. Pues ni hemos arreglado el mundo, más
bien todo lo contrario, cada día está peor en todos los sentidos, tanto las
personas como el universo, todo está podrido. Sí, ya estoy escuchando tus
palabras: eres muy pesimista y muy dubitativo. Pues te digo que me quedo corto.
Tendría que desaparecer todo y crearse de nuevo. Y las personas… ¡Jo, las
personas!, qué mal nos comportamos. No pensamos nada más que en nosotros
mismos, en acumular, en tener, en el poder… esto se hunde. Tú me decías que yo
era demasiado bueno y te contestaba que tú eras un inocente.
-No creo que hayas dado en quién soy todavía. Ya me imagino
tocarte la sien con tu dedo índice y decirme: la cabeza ha de servir para algo
más que para llevar el pelo. Claro, tú lo tenías tan escaso… ¿ya caes en quién
soy? Te vas acercando.
-Te recuerdo, cuánto reíamos refranes españoles, pues a los
dos nos gustaban las letras y la música. Yo tocaba mejor, aunque cantando tú me
superabas. Sobre los refranes, nos contestábamos. Yo decía uno y tú me
respondías con otro. Verás:
“Hermano,
bebe que la vida es breve”. Y tú:
“Comer sin
vino, comer mezquino”
“ La mujer
y el vino, sacan al hombre del tino”, o
“ Bendito
sea Noé que las viñas plantó, para quitar la sed y alegrar el corazón”.
-¡Bueno, cómo lo pasábamos! Claro….los días de juerga
juvenil.
-Me supongo que ya habrás caído….¿Sí?...¿No?...
-Bien, nos fuimos haciendo mayores y lógicamente nuestras
cabezas se fueron asentando, la tuya más que la mía, y nuestras conversaciones,
a pesar de que por nuestros trabajos nos veíamos menos, se tornaron más
profundas: Dios, la vida… la muerte. Y no te digo nada cuando te enteraste de
mi enfermedad. Entonces sí que me caí y dudé. Sí, dudé mucho. Pero llegaste y…
a tiempo.
-Hay que luchar, hay que salir adelante. Nuestra fuerza está
en la mente, me dijiste. Pero nuestra mente tiene que anclarse en Dios.
- Sí, otra vez nuestro tema… ¿cómo le llamábamos para
entendernos? ¿ LA IDEA SUPREMA? ¡Sí, eso era!, LA IDEA SUPREMA.
-Recuerdo todavía tus animosas palabras: Dios busca estar
con cada uno de muchas maneras: en cada experiencia vital, en cada aparente
casualidad, en cada reto, en cada dolor está escondido su mensaje. Nos habla
como amigo y debemos responder como amigos. Eso sí, debemos dejarnos perder
entre sus manos. Todo eso me decías.
-Sí…, soy yo, mi cercano amigo. Y mejoré. También mejoró mi
mente y mi cuerpo. Te fuiste, pero me dejaste una estela de esperanza que me ha
hecho muy fuerte.
-Las temblorosas letras que hoy te envío, son para decirte
que ÉL me llama. Que he llegado al luminoso túnel. Es una pasada de felicidad.
Mis sufrimientos se han tornado en tocinillos de cielo. Sé que te acordarás
ahora de aquellos versos que te gustaban de Fray Damián de Vegas:
“Que el
pensar si te me irás
Me causa
un terrible miedo,
De si yo
sin ti me quedo
De si tú,
sin mí te vas”.
-No tengas miedo, ya he pasado el túnel…. Y he llegado a LA
IDEA SUPREMA.
- Sí, soy yo, Sanalén. He muerto.
Maximino Fernández Sierra ©.
No hay comentarios:
Publicar un comentario