Yolanda da el último toque en
el teclado de su ordenador. Es viernes y sale de la oficina junto a sus
compañeras. Les espera un fin de semana agradable ya que el tiempo por fin,
después de muchos días de lluvias intensas está dando un respiro, y el sol ya apunta tímidamente entre las nubes
algodonosas.
-¿Qué tal si nos tomamos una
cañita antes de irnos a casa? –dice Manoli.
Les parece bien y deciden
sentarse en una agradable terraza las tres compañeras y ya amigas.
-¿Os habéis enterado de los
últimos robos acontecidos en el pueblo? –dice Pilar.
El camarero se acerca con las
consabidas cañas y unas patatas fritas y se les pasa el tiempo en un soplo
hablando de los dichosos robos que les deja el corazón encogido.
-¡Ya, dejad de hablar tanto de
robos que me estoy poniendo enferma! –dice Yolanda–. Prefiero pensar en que voy
a pasar un fin de semana delicioso. –Y efectivamente, el sábado fue para ella un
día hermoso, ya que salió con su amor. Primero fueron a picotear y luego a una
Discoteca a bailar hasta dolerle los pies.
Era tarde cuando llegó a casa.
Seguro que su padre que solía quedarse hasta tarde en el almacén de la tienda
que tenían debajo del piso estaría ya acostado; así que sacó su llave, abrió
con cuidado de no hacer ruido y se fue derecha a su cuarto de puntillas.
No podía dormir, estaba
cansada, pero seguía pensando en los maravillosos besos de su amor,
sintiéndolos todavía sobre la piel. ¡Qué enamorada estaba!.
De repente le pareció escuchar
algo. Agudizó el oído…
¡Tac… tac…tac…!
Se le encogió el corazón. Le
vino a la cabeza la conversación con sus compañeras de oficina sobre los robos.
¿Sería su padre todavía colocando cosas?
Sigilosamente salió de su
habitación y vio como siempre la llave colgada en el sitio de costumbre. Pues
si no es mi padre ¿Qué está pasando?
¡Tac…tac…tac…!
Ya no pudo más. Entró en la
habitación de sus padres y los despertó. ¿Escucháis?
¡Tac…tac…tac…!
Un tanto asustados deciden
bajar. Su padre coge la llave del almacén y bajan. Abren la puerta con miedo y
sigilo. Da al interruptor de la luz y ven caer cajita tras cajita de pastillas
de jabón que estaban contra la pared.
Ja…ja…ja… ¡Pero el susto!
Mª
Eulalia Delgado González ©
Abril
2013

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