La sala se hallaba casi llena pues la subasta
comenzaba en diez minutos. La luz
blanca, fluorescente del pasillo se tornó en penumbra. Me senté en la quinta fila, tercera butaca,
empezando por el pasillo –en el ala izquierda.
Sobre la tarima, habían colocado una mesa de
faldones rojos y, sobre ella, lucía un baúl grisáceo, de cuero avejentado por
la mano del tiempo. Mediría un metro de
largo por medio de ancho y unos cuarenta centímetros de alto. Me fijé, luego, en las rezagadas,llegaban
vestidas de largo, con tocados de estilo victoriano. Oí muchos “sorries” al pasar por delante de
la gente ya acomodada. “Por favor”, que
nadie se siente delante, supliqué” Pero
un señor con bisoñé y todo, ocupó la butaca y lo peor no fue que me quitaba la
hermosa silueta del baúl, sino que su
loción afectó a mi pituitaria y ya no pude disfrutar del aroma genuino del
baúl.
Se presentó el subastador con su
azafata. Los dos iban vestidos de negro
con su camisa y su blusa de un blanco níveo. Él con pajarita roja, ella de corbata
carmesí. El golpe de mazo, creó un silencio absoluto. Y comenzó la subasta. La sala se
iluminó de una luz azulada que emanaba el baúl, las paredes se fueron llenando
de un puzle exótico: playas con sus
pedalos, yates, surfistas; la arena
salpicada de hamacas y sombrillas, casetitas de paja con bebidas refrescantes,
camareros “cachas” y camareras exuberantes,
palmeras, jardines de orquídeas… “Demasiado bello para que el baúl
encierre algo inusual” Pero deseaba que
la gente pulsara,
ante la posibilidad de un viaje encerrado; así tendría yo opción a algo
diferente.
Después, los haces luminosos que emitía el
baúl, formaron un firmamento del hemisferio sur: tachonado de estrellas, nebulosas, satélites, asteroides. Una lluvia de pequeñas lágrimas argentas caía
sobre los pujantes. Esto enardeció
muchos deseos y la gente elevó las cifras para ¿un viaje por el espacio?, quizás, por
un viaje a África? Yo siento pavor y
náuseas a las alturas, (ni tubos enteros de Transilium me podrían tranquilizar),
por lo que me mantuve inmóvil.
Por otro lado, todavía quedaban escenarios de
desiertos, de tundras, de los Árticos, del hábitat de las orcas... Algo muy valioso
encerraba aquel baúl.
De mis reflexiones, me despertó un rojo
cegador. Como por ósmosis, nuestras
lágrimas fueron extendiéndose hacia la atmosfera; luego comenzamos a toser: una
montaña de lava se elevó hacía el cielo, partículas incandescentes nos
quemaban; después eran piedras de fuego que nos abrasaban.. Alcé, del
timbre, mi mano derecha con el “baile de San Vito” Por el amor de Dios, que no tocara el timbre
(aquello no podría esconder más que un viaje a los infiernos). Pero una mano huesuda se posó sobre la mía,
¿un
pajarillo? Y con toda su fuerza incrustó mi mano sobre el timbre: el magma rojo
ascendía sobre mi calzado; el olor a chamusquina, a bacon ennegrecido me
arrancaron “unos Achís” de perturbada;
el chisporroteo me hizo perder casi totalmente la conciencia. Unos minutos más y la catarata de lava y
magma me sepultarían.
Unas manos suaves me dirigían hacia la
tarima, las piernas eran como las de un títere.
Me dieron a beber algo refrescante y vivificador. Y en un tris, me
enderecé. Con los guantes ígneos que me
insertaron empecé a rebuscar entre las ascuas del baúl-volcán.
El silencio expectante del público me animó a
seguir surcando los cúmulos ardientes.
Por fin, con las dos manos pesqué algo fresco. Lo saqué; el estruendo rompió el silencio y
quebró el objeto misterioso: ¿diamantes
en miniatura, abalorios despedazados?
Dirigí los ojos hacia mi asiento: las dos
butacas anexas seguían vacías. ¿Fue una acción telepática entre mi mente, la
trasgresora mano y el baúl transmisor de deseos?
San Vicente
de la Barquera, 8 de mayo de 2013
Isabel Bascaran ©
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