sábado, 20 de julio de 2013

AMOR



Lo había estado preparando durante mucho tiempo. Esperó a que todos durmieran y salió sigilosamente por la ventana; llevaba una cesta para cargar con el botín. Volvió el rostro pues creyó oír un ruido extraño, pero no vio a nadie.

La luna iluminaba con fuerza y eso le ayudaría a no tropezarse; tenía razón el oculista, había perdido algo de vista. Llegó hasta la tapia de la finca, abrió con cuidado la puerta y notó de inmediato el aroma a cerezas maduras. Llegó hasta el cerezo elegido, el primero que maduraba porque estaba aislado de los demás y recibía toda la energía del sol y del estercolero cercano, gracias a eso, daba las primeras y más dulces cerezas de la región. Él lo sabía muy bien, la finca estaba muy cerca de la casa y veía desde su despacho como cuidaban ese árbol.

Comenzó a recolectarlas cuidadosamente. Su tacto terso y fresco se parecía al que tenían las manos de su esposa; probó una y le supo a amor apasionado, al beso tierno y carnoso que después le inundó el paladar de sabores y de… Se sintió mal, pues él disfrutaba antes que ella de ese placer, pero había que comprobar que estaban en sazón. Llenó el cesto, le tapó con unas hojas y se dispuso a hacer el recorrido de vuelta...

Llegó a la villa de madrugada, justo a tiempo para ir preparando el desayuno de cumpleaños de su esposa. Lavó las cerezas y las colocó en una bandeja sobre las hojas de cerezo y unas lonchas finísimas de jamón serrano, colocó las tazas, y por último, calentó el café y la leche hasta hacerlos hervir. Sentado, esperó unos minutos a que bajara su mujer para disfrutar de su regalo de cumpleaños, el que ella valoraba más que cualquier otra cosa, aunque siempre le recordaba, que por encima de todo, era a él con quien realmente quería desayunar. Fijó la mirada y permaneció inmóvil. Ella bajaría a las ocho en punto, como siempre, y estaban dando las campanadas en la torre de la iglesia...

El hombre era observado por los dos vigilantes que le siguieron. Comentaban que estaba ingresado en la residencia desde que su mujer había fallecido, y que hacía lo mismo todos los 24 de mayo; ellos tenían orden del director de seguirle sin ser vistos y sin molestarle; estaba muy mayor y dado que era la única rareza que tenía, le dejaban hacer. Verle sentado en la mesa ante una fotografía de la esposa fallecida y desayunando el jamón acompañado de las cerezas del árbol más temprano de toda la zona, les producía una emoción indescriptible.  

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
17-VI-2013

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