sábado, 1 de marzo de 2014

EL REGRESO





Reloj
Casa
Árbol
Araña
Avión
Barco
Tren.
(Palabras que obligatoriamente
han de aparecer en el escrito).

            El día uno de marzo me marcho a Mallorca en uno de esos  viajes que  promueve el Inserso.  Será la quinta vez que visito la isla, y la “vigésimo no sé cuantas” que viajo con el Instituto de Mayores  y Servicios Sociales, que es como realmente se llama esta organización dedicada a desempolvar  y  cambiar de aires a los cientos de cuerpos  que en estado  casi “vegetativo y vejectativo”  esperamos la llegada del día del  juicio final. (El primer estado es porque vegetamos sin producir, y lo que aún es peor, sin fuerzas para reproducir, y el “vejectativo” no necesita explicación; basta con mirarnos las caras).

            Y como Rafael ha dicho que el tema obligatorio del Taller de Escritura esta vez es “EL REGRESO”, pues me le voy a imaginar, y si realmente regreso, (que también los hay que lo hacen embalsamados y ya no se enteran de nada), os contaré de palabra y con detalle cuantos tropiezos y cuantas torpezas tuvo mi imaginación.

            Vamos a suponer que ya pasaron los diez días. (Antes podían ser quince, e incluso un mes; pero ahora, con la tan cacareada crisis de la que los políticos dicen que estamos saliendo, y los que no somos políticos tememos que no hemos acabado de entrar,  no sólo aprietan el cinturón de las personas, sino que también aprietan los días del calendario).  Vamos a seguir suponiendo que lo pasamos tan bien, que ninguna gana teníamos de volver a “CASA” todavía. Un día cogimos el “TREN” para ir al mercado de Inca donde los campesinos mallorquines exponían para su venta la gran variedad de productos que se cosechan en las Baleares. Otro día  nos llevaron a visitar las Cuevas del Drach, para que viéramos el lago interno y escucháramos al violinista que se pasea por él en un “BARCO”  minúsculo tratando de poetizar el momento. Es lo mismo que te lleven a las de Drach, que te lleven a las de Artá: No es más que una “ARAÑA” que te envuelve en su tela, y que donde realmente te suelta es en Manacor ofreciéndote la gentileza de visitar gratuitamente su fábrica de perlas Majórica con la sana intención  de que las señoras no puedan resistir   la tentación de llevarse un recuerdo.  Durante el viaje a esta zona oriental de la isla, muchos de los excursionistas se extrañaron de ver una variedad de “ÁRBOL” desconocido para ellos,  que salpicando los campos llanos cercanos a la carretera daban un toque especial al paisaje. No eran más que  preciosos algarrobos desconocidos en nuestra  tierra.

            Visitamos otro día la Cartuja de Valdemosa donde un señorín vestido de esmoquin    pulsó las teclas de un piano para deleitarnos con  unas notas de los Preludios de Chopin, y no os cuento el resto de visitas que hicimos, porque si lo hago me quedaré sin papel para describir “EL REGRESO”, que en realidad  era lo único importante de este relato.

            Miramos el “RELOJ”,  y tuvimos que subir deprisa y corriendo a nuestras habitaciones en busca de las maletas porque el autobús nos esperaba a la puerta del hotel para llevarnos al aeropuerto. Otras veces salíamos después de comer, pero la mencionada crisis  convirtió la tranquilidad del comedor en una bolsa blanca de plástico con un panecillo minúsculo que en su interior guarda otro plástico color carne que llaman mortadela, un botellín de agua, y una manzana de las que entran cien en un kilo. A esto le llaman “picnic”; realmente es un “pic-ná” de lo que yo sólo como el pan y el agua, lo mismo  que comían antiguamente los condenados a galeras.

            Facturamos sólo con el D.N.I. porque son aviones contratados especialmente  para los contrarios de los cocodrilos, y ya nos conocen.  (¿Lo de los cocodrilos? Bueno, esto no es mío; lo leí y estuve muy de acuerdo con ello. “¿Una cosa con dos ojos y muchos dientes? Un cocodrilo. ¿Una cosa con dos dientes y muchos ojos?  Un avión del Inserso”). Después la gente corre que se mata  para subir al avión, como si volaran con Ryanair que despacha las tarjetas de embarque  sin número de  asiento. Todo el mundo quiere ventanilla para luego taparse los ojos a la hora de despegar el avión. A mí siempre me dio la sensación de que el aparato no lleva el impulso suficiente para elevarse, pero he comprobado que sólo es eso, una sensación, porque al final siempre se eleva. El día que tenga razón yo, no os lo podré contar, pero vosotros diréis: “Mira esta vez tuvo razón Jesús. El avión no se elevó”.

            Ya a velocidad de crucero  solo me pone en tensión un cambio de ruido en los motores o un moviendo brusco, que siempre suele haber. Pero pasado ese momento me quedo tranquilo hasta que la sobrecargo manda ajustarse los cinturones porque iniciamos la maniobra de aproximación al aeropuerto de Bilbao, que es hasta donde nos traen. El aeropuerto de Bilbao me simpatiza muy poco, y no es por aquello del “Gran Bilbao” con que los bilbaínos tienen fama de llenar la boca; es porque le veo encallejonado y porque una vez que regresaba de Lanzarote el avión hizo una toma de tierra sobre una sola rueda, que al que más y al que menos, le cambió de lugar ciertas glándulas. Al final me pone malo la costumbre de algunos viajeros de aplaudir al piloto en cuanto las ruedas del avión tocan tierra. Pero so idiota, no aplaudas hasta que se apaguen los motores, que la mayor parte de los aviones que se estrellan lo hacen cuando las ruedas ya está rodando. Y aplaudir, por qué? Yo he llevado en coche a mucha gente, y a mí nadie me aplaudió cuando llegamos a nuestro destino. Después nos quedan dos carreras más: Desde el aeropuerto hasta coger el mejor sitio del autobús que nos trae a Santander, y de ese autobús al que nos traerá a San Vicente. Claro todo esto puede suceder así suponiendo que el avión se eleve en Mallorca, o que los amigos de los aplausos lo puedan hacer en Bilbao…

                      Jesús González ©

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