martes, 1 de abril de 2014

LA GALERNA



                                 

           Era sábado, los cuatro fuimos a pasar la mañana a la playa; había un sol radiante. Al llegar nos sorprendió que la orilla, estuviera llena de algas. Antes de instalarnos, el okupa salió corriendo como pollo sin cabeza, ¿dónde? a revolcarse entre ellas, a otro niño le hubiera dado grima, a él no. Impregnado ya de ellas, continuaba corriendo mientras decía, “como Robinzon Cruzoe”, a mí más me parecía un nomo verde, ya que era paticorto y cabezón, como salido de un infierno marino.


             Mamá saco unos refrescos de limonada con mucho hielo de la nevera ya que el calor apretaba, a mí me encasqueto ¡cómo no! el gorrito de todos los veranos, sí, el de margaritas horteras, que me sigue valiendo, ya que mi cabeza, al parecer, no crece a la velocidad de la de Guillermo. Cuando nació, amigas y familiares, regalaron a mamá los típicos gorritos de lana con chaquetitas y patucos a juego, hechos a mano, con mucho cariño  que mi madre decía por compromiso, “¡qué bonitos!” y sus amigas se ahorraban una pasta ¡claro!. Se juntó con una docena de ellos, pues al cabezón, no le sirvió ni uno. A ver si me explico, lo que es el casco, apenas le llegaba a las orejas, no las tapaba, salían como dos mariposas con sus alas desplegadas, mamá decía, “¡pobre, como ha nacido por forces...!” y yo pensaba, “¡claro se empeñaron en sacarlo!”, con lo bien y calentito que estaba allí dentro, se podía haber quedado una temporadita más, pero estaban inventados los forces para mi desdicha.


              Retomemos la playa. De pronto, la arena nos envolvió cegándonos, se levantó mucho viento, mi gorro salió volando y a Dios gracias, no hice nada por rescatarlo. Papá dijo que era mejor irse ya que era una galerna y llamó a Guillermo. Apareció en lontananza, venía a cuatro patas, (regresó a sus orígenes de Atapuercano), rebozado como una croqueta que un restaurador de hoy en día, de esos de tres o cuatro estrellas de la guía Michelin, en la carta denominaría: 


               “Interior de lechal fondón sin cerebro, envuelto con frutos del mar y crujiente capa de arena salvaje del Cantábrico”.


                ¿Y de postre? el que le vino al okupa, y esa carta diría tras el baño que le propinó mamá en casa:


               “Tierno requesón bañado en abundante espuma con un tenue aroma a lavanda inglesa, suavizado con un soplo de aloe vera tropical”.


                Después del baño, al secarle, mi madre descubrió que mi hermano tenía pompitas por todo el cuerpo. Lo primero que hizo, ya que sabemos lo de su “fiebrefobia”, fue tocarle su frontón, perdón, frente ¡no, no tenía! pero su cuerpo parecía ¿a esos envoltorios de plástico con pompitas que algunas personas cuando las estallan no pueden parar de hacerlo? pues lo mismo, a mí me entraron las mismas ganas, lo intenté, pero mamá me frenó dándome un manotazo.


                   Vino el médico y le recetó un antiestami... ¡bueno un antialérgico de esos! Tenemos que ir más a la playa ya que es su punto débil y dije:


                   -Mamá, mamá, ¿cuándo volvemos a la playa?


               Pero mamá me lanzó una mirada de esas que las madres saben y yo para relajar la tensión dije hipócritamente:


                    -¡Qué pena, se voló mi gorro de margaritas. (Omití horteras).

                                                               

                               Ana Pérez Urquiza ©

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