Era sábado, los cuatro fuimos a pasar la
mañana a la playa; había un sol radiante. Al llegar nos sorprendió que la
orilla, estuviera llena de algas. Antes de instalarnos, el okupa salió
corriendo como pollo sin cabeza, ¿dónde? a revolcarse entre ellas, a otro niño
le hubiera dado grima, a él no. Impregnado ya de ellas, continuaba corriendo
mientras decía, “como Robinzon Cruzoe”, a mí más me parecía un nomo verde, ya
que era paticorto y cabezón, como salido de un infierno marino.
Mamá saco unos refrescos de
limonada con mucho hielo de la nevera ya que el calor apretaba, a mí me
encasqueto ¡cómo no! el gorrito de todos los veranos, sí, el de margaritas
horteras, que me sigue valiendo, ya que mi cabeza, al parecer, no crece a la
velocidad de la de Guillermo. Cuando nació, amigas y familiares, regalaron a
mamá los típicos gorritos de lana con chaquetitas y patucos a juego, hechos a
mano, con mucho cariño que mi madre
decía por compromiso, “¡qué bonitos!” y sus amigas se ahorraban una pasta ¡claro!.
Se juntó con una docena de ellos, pues al cabezón, no le sirvió ni uno. A ver
si me explico, lo que es el casco, apenas le llegaba a las orejas, no las
tapaba, salían como dos mariposas con sus alas desplegadas, mamá decía, “¡pobre,
como ha nacido por forces...!” y yo pensaba, “¡claro se empeñaron en sacarlo!”,
con lo bien y calentito que estaba allí dentro, se podía haber quedado una
temporadita más, pero estaban inventados los forces para mi desdicha.
Retomemos la playa. De pronto, la
arena nos envolvió cegándonos, se levantó mucho viento, mi gorro salió volando
y a Dios gracias, no hice nada por rescatarlo. Papá dijo que era mejor irse ya
que era una galerna y llamó a Guillermo. Apareció en lontananza, venía a cuatro
patas, (regresó a sus orígenes de Atapuercano), rebozado como una croqueta que
un restaurador de hoy en día, de esos de tres o cuatro estrellas de la guía
Michelin, en la carta denominaría:
“Interior de lechal fondón sin
cerebro, envuelto con frutos del mar y crujiente capa de arena salvaje del
Cantábrico”.
¿Y de postre? el que le vino al
okupa, y esa carta diría tras el baño que le propinó mamá en casa:
“Tierno requesón bañado en
abundante espuma con un tenue aroma a lavanda inglesa, suavizado con un soplo
de aloe vera tropical”.
Después del baño, al secarle,
mi madre descubrió que mi hermano tenía pompitas por todo el cuerpo. Lo primero
que hizo, ya que sabemos lo de su “fiebrefobia”, fue tocarle su frontón, perdón,
frente ¡no, no tenía! pero su cuerpo parecía ¿a esos envoltorios de plástico
con pompitas que algunas personas cuando las estallan no pueden parar de
hacerlo? pues lo mismo, a mí me entraron las mismas ganas, lo intenté, pero
mamá me frenó dándome un manotazo.
Vino el médico y le recetó
un antiestami... ¡bueno un antialérgico de esos! Tenemos que ir más a la playa
ya que es su punto débil y dije:
-Mamá, mamá, ¿cuándo
volvemos a la playa?
Pero mamá me lanzó una
mirada de esas que las madres saben y yo para relajar la tensión dije
hipócritamente:
-¡Qué pena, se voló mi
gorro de margaritas. (Omití horteras).
Ana Pérez Urquiza ©
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